Olvidé contar que mi jardín se ve desde la esquina, por el verde que sobresale. Es el único que queda en la cuadra. Y en la siguiente. Lástima que desaparezcan del barrio. En realidad están desapareciendo del barrio, de la ciudad, del mundo? Aunque haya esfuerzos de respeto y restitución.

En el cantero de la acera hay un lapacho, Y en este tiempo está lleno de flores. Nos lo regaló el padre de Lisena, compañera de mi hija desde primer grado en que le prestaba el sacapuntas, hasta ahora que manda fotos desde las playas de Alicante. En fin, que su papá nos trajo el arbolito que ahora es un señor árbol: alto, fuerte y florido. Contradictorio el árbol, tal viril y tan rosado al mismo tiempo.

Las flores caen y si buscara una imagen de la caída, podría decir que esas flores caen como lágrimas. Porque el llanto es así, íntimo, solitario, silencioso y casi secreto. Llorar en estos sentidos es como hacer el amor, intenso pero callado y sin testigos.

Y los llantos que han formado y forman parte de mi vida, tanto en la tarea de acompañar a otros-as, como en lo personal, siempre son perturbadores. No he podido sustraerme al mandato y el llanto de los hombres lo ha sido más. Más perturbador. Cuando ha sucedido debo confesar mi respetuosa demora en responder. Cuanto más instalados en la masculinidad, más dolor en ese llanto sofocado. Pensar en el llanto de un poeta o un músico es posible, pero que esfuerzo requiere cuando es el de un economista o un ingeniero…Un metalúrgico o un boxeador (también en mi recuento).

Cuando pienso en mis inhibiciones ante el llanto de quienes supuestamente y según mandato, no lo hacen, recuerdo otra cosa. Recuerdo a Ella y el regalo para su nieto. A pesar de tener el aval para comprar la cocinita anhelada, que era lo que el niño había pedido, no pudo vencerse a sí misma, a sus frenos internos, y renunció. Y aunque su hijo, médico de un centro de Salud, tenía como hobbie el de la cocina, era un buen ejemplo. Buen modelo para el niño, pero ella, delante de la cocinita en la juguetería intentó llevarla, pero no pudo…Terminó comprando un disfraz de Superman. También acorralada por las tradiciones.

Así todavía somos. Y cuando fui testigo de otras emociones, en cuanto a lo que sentí, el dolor y la pena fueron inevitables, sobre todo en situaciones de desamparo.

Sobre todo, el dolor de los niños separados de sus madres me ha generado una impotencia arrasadora y quemante. En una oportunidad era el vidrio de locutorio como obstáculo cruel, en otro la incubadora que deja solo acariciar con la mirada, en aquél: el niño ante la pantalla de la computadora que permite ver pero no abrazar. En esas oportunidades me tragué la congoja para poder seguir estando, para poder seguir escuchando el relato, único modo de acompañar al sufriente.

Y no porque no haya caído en otras transgresiones. Transgresiones memorables al encuadre, algunas evitadas a tiempo. Otras no. Una vez escuchaba a una joven. Planeaba su boda y soñaba con ese símbolo y acontecimiento del vestido especial y único. Se lamentaba de no poder contar con eso. Se me superpusieron recuerdos e imágenes. Me callé a tiempo.

Otra vez que tuve la fantasía de llevar a alguien que venía retornando de una pena muy grande, a ver el jacarandá del patio que era una fiesta. Como para sumarle. Pero también allí me quedé sentadita en mi sillón y solo dije ¨Mmm¨

En otros momentos no pude evitar actuar. Como cuando Eva llegó con fiebre y me acercó la frente para verificarlo. Como lo hacían mis hijos. O conminar a Cristian que se cerrara la campera, y se envolviera con la bufanda, una tarde de frío.

Me releo y advierto que los lacanianos, si llegaron hasta aquí, deben estar pálidos y con espanto.

Este espacio de aprendizaje, debiera merecer gratitud a doble vía. De los consultantes por lo ellos que pueden explorar de sí mismos. Y en nosotros por las mil versiones del mundo que nos hace conocer la tarea.

Con el tiempo en el trabajo también han surgido reflexiones filosóficas, sociológicas y descubrimientos a honrar.

Tan profundos como el sentido de las lágrimas, la fuerza de la vida, los enigmas de la muerte. Hay misterios que quedan pulsando como la tristeza de los domingos a la tarde. Como los de las conversaciones que no se pueden continuar, porque ¨los interlocutores se mudaron al silencio¨ como dice Víctor Maini.

Me llega lo que escribe Gustavo Dessal respecto a que ¨Hay un saber sobre el morir. Los antropólogos lo han investigado en pieles rojas y esquimales. Un buen día, alguien sabe que ha llegado su hora. Solo tiene que sentarse o tumbarse pacientemente hasta que sucede¨. Y hay sabiduría en los que parten habiendo encontrado la serenidad de las respuestas. También estuvo en este tiempo. Un ejemplo es la carta que dejó Cesar Massetti en los últimos días.

De algún modo esto forma parte de lo que tenemos por delante. El acompañamiento a veces laborioso, a veces armónico en nuestra responsabilidad, en nuestra tarea de vivir.