"Si en todos los clubes, los jugadores comen frutos secos, acá en Boca comemos asado", dijo Juan Román Riquelme en uno de los reportajes concesivos que dio hace poco a un canal de deportes. Fue su particular manera de expresar que él tiene su propia manera de ver y hacer las cosas. Y que no comulga con la tecnología aplicada a los entrenamientos y a los partidos ni con la presencia de nutricionistas y psicólogos alrededor de los planteles. Para Riquelme, el fútbol es muy sencillo. Y nada mejor que una mesa bien servida y bien regada, en la Bombonera o en el complejo de Ezeiza, para mirarles la cara a los jugadores, semblantearlos, bajarles un mensaje ganador o arreglar los problemas que hubiere. Todo lo demás, le resulta una sofisticación innecesaria.

Con esas ideas, que acaso remitan a los viejos códigos del fútbol, Boca ha vuelto a ser un equipo hegemónico: desde que Riquelme asumió la vicepresidencia el 20 de diciembre de 2019 y se rodeó de viejas glorias boquenses como Jorge Bermúdez, Raúl Cascini, Marcelo Delgado y Mauricio Serna para armar el Consejo de Fútbol, el club ganó la Superliga 2019/20, la Copa Diego Maradona 2020, la Copa Argentina el año pasado, y en lo que va de 2022, la Copa de la Liga y el flamante Campeonato de la Liga Profesional. Cinco títulos de los últimos siete que se jugaron y que pueden ser dos más si en los próximos quince días, Boca también alza la Copa Argentina y el Trofeo de Campeones. 

Pero la acumulación de los éxitos boquenses no se termina en los éxitos de la Primera División: la reserva volvió a consagrarse el viernes pasado por segundo año consecutivo, el equipo femenino ya está en las semifinales de la Copa Libertadores que se está jugando en Ecuador y los muchachos del futsal se adjudicaron la Copa de Oro en Mar del Plata. Es el proyecto de Riquelme en estado de máxima pureza: que Boca sea básicamente un club de fútbol y que gane todo lo que haya que ganar.

Y es Riquelme el gran triunfador y el máximo responsable de estos éxitos porque nada se hace por detrás de él o sin su inspiración o aprobación: los técnicos de primera (antes Miguel Angel Russo y Sebastián Battaglia, ahora Hugo Ibarra) deben limitarse a seguir sus lineamientos. Sus deseos son órdenes. Y, según su mirada, los entrenadores de las divisiones inferiores, además de su tarea específica, tienen que transmitirle a los y las más jóvenes, la mística xeneize, lo que implica calzarse la camiseta azul y oro y la historia que hay detrás de esos colores.

Desde este mismo espacio, alguna vez se sostuvo que Riquelme sólo cree en sí mismo. Y que a la hora de tomar decisiones como dirigente, confía nada más que en su mirada, sus percepciones, en su olfato de crack e ídolo mayor de los boquenses. Y en ninguna otra cosa más. Los resultados, por ahora demuestran que tan equivocado no está. Pero por fuera de los mates y las parrillas calientes, hay otro mérito en Román, tal vez el más importante de todos: entiende como muy pocos, la esencia del fútbol y el sentimiento xeneize. Con eso le resulta suficiente para seguir saliendo campeón.

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