Desde Londres
El nuevo primer ministro es más rico que el rey Carlos Tercero y la reina consorte Camila: fue el primer político en figurar en la lista del "The Sunday Times" de los más ricos del Reino Unido. Con su esposa, la heredera billonaria Akshata Murty, tiene una fortuna estimada en unos 770 millones de dólares, el doble que la del rey y Camila.
Sunak hizo su fortuna trabajando en el mundo de las finanzas, con el banco de inversiones Goldman Sachs y el fondo de alto riesgo TCI y Theleme Partners. Su esposa, diseñadora de modas, es la hija del multimillonario indio N.R. Narayana Murthy, fundador de la multinacional informática Infoys. El 0,93 por ciento que tiene de la empresa la hacen una de las mujeres más ricas del Reino Unido.
Sunak llegó al parlamento en las elecciones generales de 2015 y votó a favor del Brexit un año más tarde. Con Theresa May de primera ministra dio los primeros pasos en el gobierno. El gran salto fue con Boris Johnson a quien había apoyado cuando en 2019 el Partido Conservador eligió al reemplazante de May. Johnson lo nombró ministro del Tesoro y, en vísperas de la pandemia, febrero de 2020, ministro de Finanzas.
En este cargo sorprendió porque a pesar de su fama de ortodoxia fiscal thatcherista, no dudó en lanzar un fuerte programa de apoyo a las empresas y los hogares que lo hizo muy popular en su momento. En marzo presentó un presupuesto que contenía otra medida heterodoxa: subir el impuesto a las corporaciones que facturaran más de 250 mil libras del 19 al 25 por ciento.
Las cosas se le complicaron unas semanas más tarde porque revelaciones periodísticas sobre la esposa de Sunak demostraron que había aprovechado una oscura regla que favorece a los millonarios, el “non dom”, para no pagar once millones de libras en impuestos. Con la carrera de su marido en la cornisa, Murty dio marcha atrás y anunció que renunciaba a su estatus de “non dom”.
Sunak tampoco escapó al escándalo del Partygate. La policía descubrió que había participado en una de las más de cien fiestas que se organizaron en 10 Downing Street en tiempos de confinamiento. Por el hecho, pagó una multa que, hay que suponer, no lo alteró ni a él ni a su cuenta bancaria: cincuenta libras.
Según sus detractores, que pululan en el ala pro-Boris del partido, Sunak fue el Brutus que clavó la daga en la espalda del primer ministro con su renuncia al puesto en medio de más escándalos de corrupción. En la elección para sustituirlo no pudo sacarse ese estigma de encima. Superó a Liz Truss en la votación que se hizo entre los diputados Tories, pero quedó atrás con la membresía del Partido Conservador profundo, el de las zonas rurales que todavía sueñan con un regreso a los días de gloria del imperio de la mano de algún mesías, la Margaret Thatcher de los 80 o el Boris Johnson del Brexit.
La carrera de Sunak parecía apagarse con esta derrota, pero comenzó a resurgir con el desastre que causó Truss al presentar su presupuesto el 23 de septiembre. En la campaña Sunak había advertido que la política económica que impulsaba Truss era un “cuento de hadas”: después del enorme gasto fiscal por la pandemia no se podía promover una disminución impositiva a los más ricos y las corporaciones de miles de millones de libras.
Truss ganó la batalla electoral interna, pero no la guerra. El 6 de septiembre fue elegida para liderar el Partido Conservador. Unos 45 días más tarde presentó su renuncia. Sunak ganó en su segunda batalla por la corona conservadora, pero difícilmente triunfe en la guerra. Hereda un partido fragmentado, una economía deshecha, una deuda del cien por ciento del PBI y una población cansada de doce años de austeridad conservadora, justo la fórmula que insinuó que va a aplicar cuando dijo en la sede del Partido tras el anuncio de su coronación que se vienen “decisiones muy difíciles”.
Su fortuna es otro talón de Aquiles en medio de la crisis y el previsible ajuste que impulsará en su gobierno. Sunak tiene propiedades en distintas parte del mundo con un valor por encima de la quince millones de libras. El primer ministro gasta más de catorce mil libras anuales en mantener la temperatura del agua de una de sus piscinas: seis veces más que lo que paga la familia promedio en gas y electricidad. ¿Va a poder exigir a la sociedad que se ajuste el cinturón cuando nadie lo eligió y sus bolsillos rebosan de oro?