Donald Trump parece obsesionado con los conflictos externos de Estados Unidos. Pero adentro, el núcleo duro de trabajadores que lo llevó a la presidencia, empieza a marcarle la cancha. El mundo laboral sigue en alerta y anuncia que resistirá en varios frentes. Su expectativa central está puesta en cómo el gobierno renegociará el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. Por arriba, lo emplazaron las dirigencias sindicales de la AFL-CIO y de la United Steelworkers (USW), el gremio por rama de actividad más poderoso de EE.UU. Por abajo, se movilizan diferentes espacios colectivos de asalariados sin importar su origen: nativos e inmigrantes. Ni siquiera la presencia del cubano americano Alexander Acosta, el único hispano en su gabinete –ocupa la secretaría de Trabajo– contribuyó a moderar el clima de bronca creciente. Se trata de un defensor de los musulmanes que el magnate ataca. Cuando ejercía la abogacía se ocupaba de ellos.
El TLC se discute por estos días en el Congreso. El 18 de mayo los diputados y senadores fueron notificadosdel plan de la Casa Blanca para comenzar la renegociación del tratado. El funcionario del Comercio Exterior que liderará las conversaciones con Canadá y México, es Robert Lighthizer, un proteccionista. Las consultas parlamentarias durarán 90 días. Después se entablarán las negociaciones con los dos vecinos. Como nunca,las centrales sindicales están pendientes de ellas y no hacen más que recordárselo a Trump. El presidente de la poderosa central AFL-CIO, Richard Trumka, ya lo emplazó: “Si renegocia el NAFTA de manera que sea una fuerza real a favor de salarios más altos y una prosperidad compartida más ampliamente, lo ayudaremos en su aprobación. Si lo usa para amañar más las reglas a favor de unos pocos ricos, batallaremos contra él con todo lo que tengamos”.
Trumka es el mismo dirigente que apoyó la candidatura de Hillary Clinton en público. Junto a Sean McGarvey, de la Unión de Trabajadores de la Construcción, se reunió en marzo con Trump en la Casa Blanca. A la semana de ese encuentro, su organización difundió un documento muy crítico contra la dialéctica presidencial de “hacer chivos expiatorios y deportar inmigrantes”. En abril pasado, desde el Club de la Prensa, creció la escalada por los medios: “Si usted dice que está con nosotros y después nos ataca, usted va a fallar”, declaró el líder de la AFL-CIO.
El principal referente de los metalúrgicos nucleados en la United Steelworkers, Leo W. Gerard también le metió presión a Trump. Definió al TLC como “un completo desastre”. Estudios estadísticos de política económica señalan que en EE.UU se perdieron casi un millón de puestos de trabajo por el tratado. Barry Eidlin es un sociólogo que escribe en la revista digital estadounidense de izquierda Jacobin, que tiene un millón de visitas mensuales. En un extenso artículo reciente titulado “Trump y los trabajadores”, señaló: “a pesar de los llamamientos retóricos de Trump a la clase obrera, los trabajadores y los sindicatos tienen motivos para preocuparse. Sus declaraciones públicas sobre el rescate del carbón y los empleos manufactureros se basan en sofismas puros, mientras que sus movimientos públicos para eliminar las regulaciones laborales y los derechos de los trabajadores los perjudicarán”. La constitución del gabinete con multimillonarios, halcones del partido Republicano y representantes de Wall Street confirma ese análisis.
No solo desde la dirigencia sindical o ámbitos académicos se denuncia un escenario de creciente conflictividad. También se percibe en lo que devuelve la gente movilizada en la calle. La lucha bajo el slogan 15 dólares la hora (el Fight for u$s 15) contra multinacionales como McDonald’s. Los 40 mil trabajadores que pararon contra Verizon, la empresa más grande de telefonía móvil de EE.UU., en medio de la campaña electoral de 2016. Los de Comcast Corporation, un conglomerado de medios de comunicación que salieron a las calles en Filadelfia. El siempre vigente clima de agitación en la cadena de hipermercados Walmart. Los maestros de Massachusetts movilizados contra las escuelas chárter. La clase trabajadora inmigrante que marchó en diferentes ciudades del país el 1° de mayo pasado.
El descontento generalizado es creciente y aunque Trump todavía no pudo imponer de manera contundente su reforma al sistema de salud, en el Congreso avanzan otros proyectos contra los trabajadores. También hubo retrocesos legales en estados como Indiana, Michigan, Wisconsin, Kentucky, Iowa y Missouri donde se votaron leyes contra los sindicatos. Algunas de ellas los obligan solo a discutir salarios.