“Hubo motivos perfectamente razonables por los cuales parte del electorado decidió no votar al kirchnerismo, un gobierno que tuvo limitaciones, errores, malas políticas. A mí no me interesaba explicar por qué fue derrotado, sino más bien cómo de esa derrota se benefició una fuerza política como la del PRO, que era muy nueva; y que, además, todos los datos electorales muestran que creció de manera explosiva en el último tramo de la campaña”, dice Ezequiel Adamovsky, autor de El cambio y la impostura. La derrota del kirchnerismo, Macri y la ilusión PRO (Editorial Planeta). En el ensayo, el historiador intenta dilucidar la victoria del macrismo a partir de un análisis del rol de los medios de comunicación, las estrategias políticas del PRO y especialmente de cómo las categorías “populismo” y “República” se instalaron en el debate público como una encrucijada de vida o muerte, de buenos y malos –y el caso Nisman como punto culmine en esa guerra discursiva–, y lograron beneficiar a uno de los jugadores del tablero político y perjudicar al otro.
–Usted habla de una doble vara con la que se mide al kirchnerismo y al PRO. Si bien es crítico del kirchnerismo, en su balance es claro que es peor la gestión actual.
–Sí, es peor. No fui kirchnerista, no fue un gobierno que yo sintiese que se correspondía con mis ideas, pero la verdad que este gobierno me parece peor en todos los aspectos. En lo económico es lo más evidente, pero incluso en los aspectos de lo que uno llama calidad republicana se han profundizado los peores aspectos de la gestión anterior. A mí me interesó, ya que el PRO ganó las elecciones gracias a que en parte se convirtió en un abanderado del republicanismo frente a un gobierno que agredía las instituciones republicanas, ver cómo esto funcionó como un discurso ideológico. Entonces, me tomé el trabajo de ver uno por uno todos los elementos de lo que constituye el republicanismo y prácticamente en todas las áreas los antecedentes del gobierno actual son peores. La única área donde uno podría discutir si son peores o no es el área de transparencia, donde está el antecedente del Indec, que fue muy negativo en el gobierno anterior. En todas las demás está peor: En el uso de los fondos para fines políticos. En el tema de la corrupción yo no veo que sea más honesto que el gobierno anterior, más bien lo contrario. En la manipulación de la justicia con fines políticos. En el tema de impedir que en los cuerpos legislativos se discutan los problemas de gobierno. En todos y cada uno de los ámbitos los antecedentes son peores.
–¿Y cómo funciona la categoría de “la República” para sostener esta ideas?
–Hay dos modos en que están apareciendo las ideas del republicanismo en el debate reciente. Uno es en referencia a lo que fue la tradición republicana en el siglo XIX y parte del siglo XX, donde hay un cuerpo de ideas identificadas con nociones del bien común, que impulsaron la participación intensa de los ciudadanos en la vida política, con nociones igualitaristas. Es una tradición muy apreciable y muy valiosa, que efectivamente podría ofrecer ideas para mejorar la democracia presente.
Luego está “la República” como discurso que se usa en la arena pública. Es algo común a otros países del mundo, la identidad republicana, que antes era de izquierda, centroizquierda o progresista, ahora ha sido capturada por la derecha. Esto ha sucedido en muchos países, incluso en Francia donde hasta no hace mucho lo republicano era progresista y ahora los campeones de la defensa de “la República” son la ultraderecha. En Argentina también pasó. Es un tipo de entidad capturada por la derecha y en estos momentos viene funcionando como un modo de presentarse públicamente, de presentar ideas que en verdad son liberales, que no vienen de la tradición republicana propiamente dicha. En nuestro país el liberalismo tiene mala prensa, entonces adoptan esta especie de fachada republicana como estratagema discursiva.
–La otra categoría que explica es “el populismo”. ¿Por qué funcionó en estos años el juego de oposiciones entre este par de categorías?
–Populismo es un término que es enteramente ideológico, no tiene ningún valor a la hora de describir ninguna realidad. Supuestamente refiere a un tipo de corriente política pero no hay en el mundo un grupo que se auto identifique como populista, como sí hubo comunistas, socialistas y demás. Es un término que se utiliza para definir una serie de fenómenos políticos muy disímiles, que no tienen nada en común, y que agrupan por ejemplo a alguien autoritario, misógino, de derecha y xenófobo como Donald Trump y también pretende meter en la misma bolsa a Podemos en España, que en todos esos rubros tiene ideas exactamente opuestas. Pretende meter la ultraderecha junto con la izquierda; a gobiernos de tendencia centro izquierdista latinoamericanos junto con grupos neonazis de Alemania. Y el modo en que los agrupa es metiendo en una misma bolsa justamente todo lo que se aparta de lo que se supone que es el ideal de buena democracia, que no es otra cosa que la democracia liberal.
–También se habla del populismo como un virus, como una enfermedad.
–Claro, ese modo de presentar la coyuntura política, que es, por un lado, visualizar fuerzas que están tratando de salvar a la República y otras fuerzas, el populismo, que están tratando de destruirla, invita a imaginar a la política en los términos más autoritarios que uno pueda imaginarla. En esos casos se visualiza entonces a grupos que son adversarios políticos como grupos a los que hay que erradicar, que curar; virus que hay que destruir o una locura que hay que evitar. Y de ese modo se planteó el discurso público desde el 2015 en las elecciones.
–Quienes se dicen pluralistas sólo aceptan incluir a los que son como ellos. Usted dice que no advierten la contradicción, ¿cómo es posible?
–No advierten la contradicción justamente porque ese modo de construir el escenario político pone fuera del juego político a una parte de los jugadores, que en nuestro país es aproximadamente la mitad del electorado. En ese sentido, se produce esta paradoja de que las personas en una misma oración puedan pretender que están defendiendo al pluralismo, al mismo tiempo que piden que se excluya del juego político a parte de los jugadores. Es algo muy común en el mundo, que funciona en ideologías de este tipo que tienen lo que llamo en el libro un “mínimo antropológico”, es decir, que se supone que cualquiera puede participar de la vida política pero implícitamente hay un piso mínimo que hay que cumplir para ser aceptado. No se plantea la contradicción porque ni siquiera se los considera parte del nosotros que debería estar jugando el juego político.
–Alguien dijo “hay que archivar al kirchnerismo en los sótanos de la historia”. ¿Qué tiene en común lo que pasa con este tipo de discursos hoy con lo que pasaba en la época de la proscripción del peronismo?
–Para no igualar las dos situaciones, lo primero que hay que decir es que ahora no hay una proscripción política en marcha ni hay un gobierno que sea una dictadura, ni nada comparable en ese punto a lo que fue 1955. Lo que sí uno puede advertir es que hay matrices de pensamiento similares en el sentido de que buena parte de este discurso antipopulista retoma las categorías, los estereotipos, las imágenes del antiperonismo histórico. En el debate público de los últimos años hemos vuelto a ver expresiones de deseo de erradicación del peronismo que sí tienen puntos de contacto. En el libro reproduzco algunas como la de Margarita Stolbizer diciendo que los irracionales no pueden tener un lugar en la vida política. (José Luis) Espert diciendo que hay que encerrar a todos los peronistas. Fernando Iglesias considerando al peronismo una drogadependencia de la que hay que curarse. Y frases de ese tipo. O Luis Majul considerándolo una patología psiquiátrica. Son metáforas que se utilizan para imaginar una parte de las opciones políticas de este país convirtiéndola en una enfermedad, en algo ilegítimo, en algo que no debería estar allí.
–¿El antiperonismo es anterior a Perón?
–Sí, si uno hace todo el repertorio de las ideas, imágenes e incluso vocabulario de lo que fue el antiperonismo, está todo ya presente en 1945. Viene, por un lado, de la matriz liberal internacional que tiene un rasgo compartido que es visualizar la participación plebeya en la vida democrática como una amenaza, que en Argentina además se había combinado con una experiencia particular que fue la participación plebeya en el siglo XIX de la mano de caudillos federales. Esto que había dado lugar al fenómeno del rosismo, una dictadura como la de (Juan Manuel de) Rosas, contra la cual imaginó el liberalismo local que estaba luchando, ese mismo recuerdo fue puesto en juego primero con (Hipólito) Yrigoyen, al cual se calificó como un nuevo Rosas, y en el momento de Perón se volvió a calificar del mismo modo, invocando nociones como la de civilización o barbarie que ya venían de mucho antes.
–En el libro trata de explicar el triunfo del PRO. ¿Cree que el caso Nisman influyó?
–El libro no se ocupa de explicar la derrota del kirchnerismo sino la victoria del macrismo. Hubo motivos perfectamente razonables por los cuales parte del electorado decidió no votar al kirchnerismo, un gobierno que tuvo limitaciones, errores, malas políticas. A mí no me interesaba explicar por qué fue derrotado, sino más bien cómo de esa derrota se benefició una fuerza política como la del PRO, que era muy nueva; y que, además, todos los datos electorales muestran que creció de manera explosiva en el último tramo de la campaña. Y me interesaba explicar cómo los votos fueron allí y no a cualquier otra opción. En ese marco me interesaba ver cuál fue la estrategia de campaña del PRO y estos discursos que beneficiaron esa lectura de la realidad, como si fuera una encrucijada de vida o muerte, “la República” o “el populismo”; el papel de los medios, que fue muy intenso, tratando de orientar las decisiones políticas; y el caso Nisman como caso de estudio, para ver cómo un episodio funcionó políticamente para beneficiar a uno de los jugadores del tablero y perjudicar al otro. Es un caso que seguí con mucho detalle porque además venía siguiendo el tema AMIA. Yo conocía bien la historia de su trabajo en el caso AMIA, como decían los propios familiares, al servicio del encubrimiento y no de la verdad. Me interesó ver cómo, en un contexto en el cual todavía no sabemos cómo murió, sobre la base de ese no saber, se armó muy rápidamente un relato por el cual Nisman, por un lado, aparecía como un héroe de la República, su sangre derramada aparecía como la confirmación de que la República estaba en peligro, cuando era una persona que no tenía ningún elemento para ser convertido en un héroe republicano, más bien lo contrario. Y cómo fue orientada toda la comunicación pública de modo tal de incriminar al gobierno sobre la base de una incertidumbre y con intenciones políticas: ocultando información, tergiversando otras, quitando del tejido público la manera en que se ha manipulado la prueba para generar titulares de diarios. Un montón de cosas que continúan todavía hasta hoy.
–En el libro dice que los medios se deterioraron mucho y también que triunfaron, que tuvieron un rol importante en el triunfo del PRO. ¿Cómo es eso?
–Hay un fenómeno complejo y contradictorio de los años del kirchnerismo que es que, por un lado se pusieron en el debate público temas que anteriormente no estaban. Por ejemplo toda la discusión sobre el papel de los medios de comunicación, las complicidades civiles durante la última dictadura, el papel de algunas corporaciones económicas. Que se hayan puesto en discusión esos temas durante los años kirchneristas podría verse como un avance del debate público. Pero al mismo tiempo también se empobreció mucho el debate por la introducción de estas categorías simplificadoras de “el populismo” y “la República” de las que hablamos, y por otro lado por un deterioro general del valor de la palabra. Ese es un fenómeno que no es estrictamente del período kirchnerista, que uno lo puede rastrear anteriormente, sobre todo en los medios, pero que se intensificó en los últimos tiempos de manera muy dramática. Se ve esto en la circulación sin ningún control de informaciones sin ningún chequeo publicadas por los principales medios de comunicación, por el uso político de la información de una manera muy desembozada…
–El uso del potencial.
–Claro. Y algo que es más novedoso, que es cómo se hibridaron los formatos de los programas de debate político en la televisión con los programas de chimentos.
–Los paneles, los opinadores…
–Y los pasos de comedia de un programa como el de Lanata, del teatro de revistas. Cómo se combinaron los formatos de manera tal que se banaliza el debate y prima el griterío, los sloganes, las operaciones y no hay ni siquiera desde el punto de vista formal o estético nada parecido a un debate de ideas. Esto empobreció el debate.
–Sin embargo, el triunfo del PRO no se explica solo por el accionar de los medios. Usted marca un punto de inflexión en el 2008, después del lockout.
–El kirchnerismo tiene una larga historia de tratar de conectar con esas expectativas de cambio, que imaginaba que las identidades políticas iban a ser otras después del 2001, no las mismas. En los primeros tiempos esto se vivió con oscilaciones del kirchnerismo dentro del legado peronista, que todavía continúa. En los primeros tiempos tratando de alejarse del Peronismo con la transversalidad y luego volviendo a conectarse con el Peronismo pero con una etapa peculiar y diferente que fue el breve período camporista, el momento más cercano a la izquierda que tuvo. En ese sentido, el kirchnerismo consiguió superar las distintas crisis que atravesó, volviendo a proponer discursos públicos que lo presentaban como el cambio, y esa capacidad se perdió en los últimos años. En los cuales perdió el lugar de ser abanderado del cambio y se presentó en las últimas elecciones, por un lado con un discurso público que más bien llamaba a conservar lo logrado, y por otro lado, con una candidatura como la de (Daniel) Scioli, que realmente había que poner mucho esfuerzo de imaginación como para considerarlo una candidatura progresista o de cambio. En ese marco, el PRO tuvo la habilidad de arrebatarle la bandera y presentarse a sí mismo como el cambio desde el propio slogan: Cambiemos.
–¿Cuáles serían las diferencias más importantes entre el gobierno del PRO y los 90?
–Para mí no hay dudas de que el macrismo es una fuerza neoliberal. Sin embargo, este neoliberalismo no es el de los años 90. La diferencia central es que el PRO entendió que la sociedad argentina tiene un sistema de valores culturales y políticos con expectativas de igualitarismo, que incluyen una valoración del lugar del Estado como garante de ese igualitarismo, un descrédito del mercado como fuerza organizadora única, una mirada crítica respecto del mundo de los empresarios. Y el PRO entendió que un programa como el que intentó impulsar Menem en su momento no tiene futuro en la medida en que no se asiente en valores nuevos. El PRO entendió que necesita operar pacientemente sobre el sistema de valores argentino para que el programa de gobierno que tiene tenga un arraigo más firme. En ese marco se entienden algunas diferencias como el mayor gradualismo en sus políticas económicas respecto de lo que fueron las terapias más de shock de los años 90, pero fundamentalmente se ve en que a nivel discursivo por lo menos el PRO no plantea un retiro del Estado, al contrario, propone que el Estado llegue más y mejor a todos; y tampoco es una fuerza que esté glorificando el liberalismo más cínico. Es una fuerza que plantea una idea de comunidad muy laxa, organizada por el mercado a través de la figura del emprendedor. La ideología del emprendurismo que es central. El emprendedor es la persona que arma equipo, que es creativa, que crece por su propio esfuerzo pero su propio esfuerzo se vuelca en innovaciones tecnológicas que benefician a toda la comunidad. Es una figura sobre la cual se puede armar una imagen de comunidad aunque sea débilmente conectada. Esa imagen ofrece a todas las personas, independientemente de su condición social, una identidad que puede compartir tanto un vendedor de ropa con un puesto callejero como un gran empresario. En algunos países ya se abrió el cambio como identidad social. En Perú, por ejemplo. Y eso es uno de los grandes cambios culturales que viene a proponer el PRO: intervenir en el sistema de valores, orientarlos más hacia el mercado, quitarle el componente igualitarista y más solidario que tiene la cultura argentina.
–Y el ataque a la memoria.
–Así se entiende el ataque a la memoria.
–Esa idea parte de la base irreal de que todos partimos del mismo piso, no tiene en cuenta la desigualdad.
–Una de las operaciones culturales que hace el macrismo es volver a colocar los valores de igualitarismo en un marco nuevo: Todos debemos partir de un lugar más o menos parecido y luego llegar al lugar que cada uno pueda o quiera llegar de acuerdo a sus propios esfuerzos. El punto de llegada puede ser que alguien sea multimillonario y alguien sea muy pobre y eso no es un problema si eso tiene que ver con su propio mérito y talento; y es una falsa idea meritocrática porque no hay, por supuesto, igualdad en el punto de partida. Alcanza con ver la propia trayectoria de vida de los funcionarios de este gobierno, muy pocos han partido de un lugar que no sea el de ser herederos de familias ricas.
–¿Cómo ve las próximas elecciones?
–En el corto plazo lo veo con ojos pesimistas. Veo muy bien articulado el eje oficialista y muy fragmentado el arco opositor. En ese escenario lo capitaliza el macrismo. El escenario de mediano plazo me preocupa mucho. Me parece que se ha subestimado mucho al PRO y representa un peligro real de avance de este tipo de programas. Si el PRO consigue controlar la economía, cosa que no está claro que logre, es muy posible que el tipo de modelo cultural, político y económico que propone tenga avances decisivos. El único dato que me parece a mí una incógnita es la base votante del kirchnerismo, que está muy ligado todavía a la figura de Cristina Kirchner.