No pasan más de cinco minutos del recital de Bandalos Chinos en el Luna Park, pero queda claro que éste no es un show más para la banda pop argentina. Antes de que se levante el telón, una proyección con estética de noticiero ochentoso muestra los hitos más importantes que tuvieron lugar en el emblemático estadio desde su inauguración en 1930 -el velatorio de Gardel, la presentación en sociedad de Perón y Evita, el casamiento de Maradona, los recitales de Rodrigo- hasta el debut de Bandalos Chinos en 2022.

El video termina, el telón se levanta y, sin más preámbulo, suena Mi fiesta. Con localidades agotadas y ante casi diez mil personas, es evidente que la banda liderada por Goyo Degano está casi tan cebada como sus fans -o incluso más- de haber llegado hasta acá.

Una formación enérgica que viene de recorrer los escenarios de España, Francia, México, Guatemala, Ecuador, Colombia, Perú, Chile, Uruguay y varias localidades de la Argentina, culmina la presentación de El Big Blue, su disco más reciente, con su primer show en el Luna. Y resulta que la banda indie formada en Beccar está a la altura de las circunstancias, como demuestra el setlist que navega sus temas más hiteros pero también se permite versiones ampliadas del resto, con sorpresas y guiños, durante dos horas de recital.

Foto: Alejandra Morasano

Así, el ritmo funk y la combinación impecable de bajo y batería de Mi fiesta da lugar al primer tramo -Sin vos no puedo, Una propuesta, Súper V y El club de la montaña-, cuidadosamente elegido para mostrar la dimensión vocal de Goyo y la solidez de la formación que lo acompaña. Las primeras canciones no son precisamente hits, pero suenan bien en vivo, en parte gracias a la confianza con que la banda domina los instrumentos, una seguridad afilada por la práctica y cimentada por la experiencia de una década de carrera.

La precisión del sonido se desprende también del método de producción discográfica de Adán Jodorowsky, que trabajó con Bandalos Chinos en la grabación de BACH, Paranoia Pop y El Big Blue. Para este último, el productor franco-mexicano los obligó a grabar los temas en cinta y en una sola toma, con todos los instrumentos en simultáneo, sin trucos y sin excesos de edición. Igual que en el vivo. Los frutos están a la vista en el estadio del microcentro porteño, donde la banda despliega con sofisticación el sonido de los sintetizadores, las guitarras y el teclado, que van y vienen entre el soft rock y el synth pop, el indie contemporáneo y la tradición latinoamericana.

El voltaje aumenta con Paranoia pop, el tema que usa un lenguaje ultrairónico para relatar, con espuma y falsetes, la hipocresía del sueño pop. “Tengo mil amigos / Soy tan conocido / Todes quieren ser como yo / Todo lo guardo en la playlist de mi corazón”, canta Goyo, con un trajecito carmesí diminuto, el tiro altísimo y la silueta delgada de rockstar. En las pantallas, la leyenda "SEX!", en rojo y rosa brillantes, aparece y desaparece de forma intermitente detrás de la banda. Es difícil no bailar frente a un despliegue tan conscientemente ochentoso, tan intencionalmente naif, incluso cuando golpea el remate más reflexivo: “Desconexión, porfa, please / Todo el día free / Baby, ¿cuál es tu mentira?”.

Foto: Alejandra Morasano

La puesta en escena y la ejecución visual, sin embargo, sólo brillan en momentos muy concretos del show, quizá porque la agrupación formada por Goyo, Iñaki Colombo y Tomás Verduga (guitarras), Chapi Colombo (teclado), Lobo Rodríguez del Pozo (bajo) y Matías Verduga (batería), confía lo suficiente en su propuesta musical como para no sobrecargarla con adornos y distracciones.

Después de Sin señal, Callame y La final, temas que marcan la mitad del recital, la banda se permite salir del molde y experimentar un poco con su discografía. Una versión extendida de No no no termina en éxtasis con un solo de guitarra que se lleva gritos y aplausos. Minutos después, una sentida interpretación de Veccar -una de las primeras canciones de la banda- emociona a Goyo. 

Los músicos se reúnen frente al escenario para cantar Los puntos en clave acústica, acompañados únicamente por dos guitarras y las luces de los celulares de los fans en el primer momento íntimo del show. Una breve reflexión de Goyo sobre la amistad y Tema de Susana marcan el final del intervalo emotivo del recital, que retoma el vuelo de los hits con velocidad.

Foto: Alejandra Morasano

El clima de fiesta vuelve con más potencia que antes durante la interpretación de Departamento, marcada por esa sed incendiaria de música en vivo postpandemia. La sorpresa de la noche llega con Mateo Sujatovich en Demasiado, un tema que baja los decibeles y se acerca a la balada clásica pero enmarcada en un feed de Instagram, literalmente. “Tuve que mirar todas tus historias / No quería verlo / Sé que lo entendés / Sé que no te importa”, entona Goyo en un registro más chill, antes de recibir a la cara de Conociendo Rusia en el escenario. A dúo, Goyo y el Ruso ofrecen su versión de Cabildo y Juramento, el hit del solista que extiende la nostalgia en el estadio por un rato más.

Vámonos de viaje -máximo hit de BACH- y El temblor marcan el fin del concierto, con un bis que lleva los guiños retro hasta límites camp: tras el falso final, un imitador de Sandro aparece en el superpullman, reparte rosas entre los asistentes y protagoniza un paso de baile junto a Goyo. El cantante atraviesa el campo hasta llegar al escenario para la tríada definitiva de la noche: Nunca estuve acá, Tu órbita y Qué lindo es acordarme de vos. El último tramo es psicodelia y exceso, con coro de góspel incluido. “Es una noche muy hermosa y muy especial, no tengo palabras de agradecimiento. Tengo la sensación de que me voy a acordar de esto toda la vida”, dice el cantante entre la explosión de humo y los coristas vestidos de túnica.

La alegría -del estadio, del setlist- es casi palpable y se ajusta a la propuesta estética de la banda, que retoma los beats de la música de los ochenta y los noventa pero sin el espesor político de la época. Es Virus sin la densidad semántica, Phoenix sin la oscuridad de fines de siglo. Es la alegría por la alegría. Y está bien que así sea. Con papel picado e ironía pop, el brillo de Bandalos es un concepto refrescante frente a la solemnidad que sobrepuebla la geografía musical de nuestro tiempo.


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