Alejandro Paker muta al igual que sus personajes. Cambia de cuerpo como si fuera un vestido, o como si el esqueleto estuviera tallado en plastilina y pudiera moldearlo, modificar su forma y aspecto. Nacido en la ciudad de Rosario, en 1971, el actor camaleónico llegó a Buenos Aires hace 30 años en busca del espacio donde puede ser quien quiera: el escenario.
El juego de la actuación le permite ser hombre, mujer, ángel, demonio, viejo, joven, bueno, malo. “Mi cuerpo tiene una capacidad y puedo transformarme. Lo que nunca me atreví en mi vida social me lo permito con total libertad en mi vida profesional”, me dice Paker. Quien eligió ponerse como nombre artístico el apellido de una de las mujeres de la familia. La abuela de su padre, Anna Paker.
Apenas entro al departamento luminoso y lleno de color de Alejandro Paker le pido que me muestre los souvenirs que guardó de cada obra que hizo, alguna ropa o accesorio. “No tengo nada de nada”, me confiesa entre risas. En su casa no hay fotos a la vista, tampoco el afiche de una película o musical en el que puso el cuerpo. “¿Por qué no hay fotos?”, le pregunto. “Porque para mí es ahora, es esto que está pasando entre nosotros. Y todo lo que pasó está en mi memoria, en mis recuerdos. Tampoco tengo fotos mías, mantengo el ego bastante controlado”.
En su baño tiene a la vista una gran variedad de perfumes, y entre frascos elegantes descubro uno que me llama la atención: es la popular colonia PIBE'S. La fragancia infantil por excelencia. “Es el perfume que más me elogian cuando me huelen”, me cuenta Paker con mirada pícara.
Devoto de la Virgen de San Nicolás, Paker desnudó su cuerpo en el primer contacto con el público: en 2004 hizo Marionetas del pene junto a Martín Piñol. Una obra donde exploraba sus genitales creando un diverso catálogo de esculturas de piel, innumerables figuras que van del “El Hongo Atómico” a la “Torre Eiffel”. La exclusiva disciplina de la peneflexia.
Pero su explosión sucedió dos años más tarde, cuando fue el maestro de ceremonias en Cabaret depilado y forrado en fishnet. Paker late a través del desafío: en las tres décadas que suma como actor pasó por el cine, la televisión y el teatro; por la comedia, el drama y el musical. Tantas veces encarnando personajes que cuestionan la norma: desde interpretar a Joseph Merrick en El hombre elefante hasta entrar en Tick, el transformista en Priscilla, la reina del desierto. Sea en papeles protagónicos o menos centrales, Paker no pasa desapercibido y deja los tacos clavados donde pise. Este año irrumpió en el prime time televisivo para ser uno de los 100 jurados de Canta conmigo ahora, junto al Puma Rodríguez, Celeste Carballo y L-Gante. Recién iniciada la segunda temporada del certamen, Paker todas las noches deslumbra con sus outfits de reina: entre pelucas, plumas, coronas, bucaneras, enteritos de látex y mucha purpurina. Señalado como “la villana” del nuevo programa de Marcelo Tinelli por su mirada exigente, Alejandro Paker logró una popularidad arrolladora en pocos meses sin perder su esencia de loca. Soy charló en exclusiva con el actor que cruza los bordes.
Tenés dos fechas de cumpleaños y una historia de película sobre tu identidad.
-Sí. El 2 de septiembre y el 16 de septiembre. Ahora festejo las dos fechas, o directamente los 14 días días de corrido. Soy adoptado y la historia de mi origen es tan singular que mi amigo Marcelo Camaño, autor de Vidas robadas, Montecristo, Televisión x la identidad, me decía: “Por favor, prestame tu historia porque esto supera cualquier ficción”. Hace 21 años, justamente en la fecha de mi cumpleaños, cuando cumplí 30, decidí buscar a mis padres biológicos. Ese 16 de septiembre dije “Ahora quiero saber”.
¿Y por qué quisiste saber justo en ese momento?
-Creo que tuvo que ver con una crisis que tuve. Pero crisis en el buen sentido. Para mí crisis es el momento donde todo lo pongo en duda. Y todo lo que sucedió hasta ahí lo puse en duda. Lo repregunté entera y absolutamente todo. Y sobre todo lo que tiene que ver con mi identidad. Hay algo que mi cuerpo sintió, yo siempre las manifestaciones las tengo en el cuerpo. Ya sea una sensación agradable, o todo lo contrario: quedarme sin voz, que se me despierte una gastritis.
¿De qué forma te avisó el cuerpo que querías buscar tu identidad?
-No tengo registro de qué me pasó físicamente en ese momento, pero recuerdo que dejé de hablar con mi mamá (adoptiva) porque hubo muchos replanteos en un comienzo de cosas que no tenían que ver exclusivamente con la adopción. Incluso en ese momento tenía una pareja de muchos años y me separé. Fue un momento bisagra donde dí un volantazo y me dije que por acá no quiero más. Es otro lugar, es otra dirección y en esa nueva dirección también me estaba haciendo cargo de la búsqueda de mi identidad. Esa identidad que postergué durante 30 años.
¿Y con qué te encontraste cuando emprendiste esa búsqueda?
-Lo sorprendente es que me encontré con una historia viva. Existía la posibilidad de que mis viejos estuvieran muertos, de que no estén en el país… habían tantas opciones que podían suceder. Sin embargo, mi mamá biológica estaba y está viva.
¿Cuánto tiempo te llevó desde que fuiste al juzgado a buscar la información de tu identidad hasta que hablaste con tu mamá biológica por primera vez?
-Diez días. Hay gente que está años buscando esa información. Fue muy extraño. En el juzgado me dieron 15 libros de enorme tamaño y me senté a buscar un número que tenía que ser correlativo con mi número de adopción. Empecé a hojear los legajos como si fuera la revista Para Ti que mirás en la peluquería, pensando que esa búsqueda era imposible, que no iba a encontrar nada, poniendo en duda lo que estaba haciendo. Y, de repente, encuentro mi número.
¿Y qué pasó cuando encontraste tu número?
-En el juzgado me recomiendan llamar al archivo, voy a un teléfono público, pongo la moneda y llamo. Una señora atiende y me dice que vaya hasta el lugar. El mismo día voy al archivo, me encuentro con la señora, y le cuento mi historia. A los veinte minutos me trae un socotroco y me dijo: ¿Vos sabés que esto lo tenés que leer como una historia sin juicio, no? Era el último día de trabajo de esa señora porque se estaba jubilando. Al otro día fui a buscar la copia de todo y me lo había dejado con una nota y un moño. Fue maravilloso. Y a partir de ahí empecé a marcar nombres, DNI, fechas, direcciones, teléfonos de los años 70. Primero encontré una tía, después una hermana, y por ella llegué a mi mamá.
¿Cómo fue conocer esa mamá a tus 30 años? ¿Tenías muchas expectativas o fuiste pensando en nada?
-Tenía un montón de expectativas, primero de verme parecido físicamente. Esa necesidad les pasa a muchos chicos adoptados. Y cuando vi a mi mamá descubrí que no nos parecemos nada físicamente. Muy curioso. Mi mamá es morocha de pelo negro, largo hasta la rodilla, un pelo pesado y bien lacio. Muy árabe, con unos ojazos rasgados. Sin embargo, mi mamá adoptiva y yo somos muy parecidos físicamente. La piel, las ojeras, tantas cosas. La identidad también se construye, sobre todo porque copiamos lo que tenemos cerca. Fue emocionante el contacto. Pero mi mamá biológica era una desconocida, no había vínculo construido. Yo esperaba el encuentro de novela, pero fue demasiado real. No pudimos profundizar el vínculo. Sin embargo, fue un bonus track en la vida, no esperaba conocerla.
EL CUERPO COMO LABORATORIO
Tenés una forma de abordar la actuación muy camaleónica. Muchas veces, cuando encarnás a un personaje, no se te reconoce. Bajás o subís de peso, te pelás a cero, modificás tu cuerpo. ¿Cómo es el proceso de cada transformación?
-Elegí ser actor porque es eso lo que me gusta y fascina de la actuación. Construir desde todo punto de vista; desde lo físico, desde lo emocional. Lo que nunca me atreví en mi vida social me lo permito con total libertad en mi vida profesional.
¿Por qué no te lo permitías en tu vida social?
-Porque he respondido socialmente a los patrones, sobre todo de las décadas donde me tocó vivir a mí. Transgrediendo a mi manera, pero considero que no he sido libre al 100%. No he podido porque vivo en esta sociedad, y a veces me ha pasado incluso dentro de la profesión, transgredir hasta donde te permiten. Pero siempre busqué la trampa, algo que aprendí desde mi casa cuando mis padres no me dejaban ser actor. Yo vengo también con esa universidad de prejuicios, de un colegio católico apostólico romano, de preescolar a quinto año. Estudié Medicina tres años, iba a un club a hacer deporte… fui adoctrinado por todos lados. Sin embargo, creo que fue mi instinto, porque siempre busqué mis pequeños espacios de libertad dentro de todas las doctrinas.
¿Te pasó que te busquen sexualmente pero con la condición de que vayas con un personaje que estabas interpretando?
-Sí, me pasó, sobre todo en la época de Cabaret. Me mandaban mails hombres, mujeres y hasta parejas de todo tipo. Mensajes que decían que me querían invitar a comer a su casa. “¿Y sería posible que vengas vestido y maquillado como el personaje?”, era el pedido. Hoy tengo otra mirada, pero en ese momento me daba cierto temor. Nunca me animé a asistir a esas invitaciones. Lo que sucede es que en el teatro el feedback es inmediato, las personas te esperaban en la puerta y se presentaban. Cuando hice Marionetas del pene, que estaba en pelotas, me encaraban en la puerta del teatro. Yo estaba soltero además, mi compañero de obra Martín Piñol también. Nos invitaban a un montón de lugares, y después terminábamos en cumpleaños de gente que no conocíamos. Sin embargo, a mí no me genera líbido alguien que quiere estar conmigo porque vio mi trabajo. A mí justamente eso me desconecta.
Cuando hablan de Marionetas del pene siempre se lo hace a través del chiste, una actitud casi infantil. ¿Qué pensás sobre esa reacción que no cambió hasta el día de hoy?
-Tenemos un problema con el cuerpo y la desnudez. Y sobre todo del varón. Las notas del estreno estaban llenas de chistes, la gente se ponía incómoda… pero el espectáculo no proponía absolutamente nada sexual, ni erótico, ni sugerente. Era un espectáculo donde dos varones se reían de su genitalidad, jugaban con ella. No era un humor descalificativo, era una celebración de la genitalidad. El doble sentido estaba solo en el público, que sexualizó la obra. Venían despedidas de soltera pensando que iban a encontrar strippers y no era para eso la obra. Eso fue en 2004. Hoy, sigue costando leerla de otra manera.
¿Creés que el chiste es una respuesta a la incomodidad?
-Sí. No hablamos de nuestra sexualidad ni de los estigmas de la genitalidad. Siempre parece que el tamaño es proporcional a tu desempeño, a tu satisfacción. Es muy erróneo el mensaje. Lo bueno de las nuevas generaciones es que no consumen tanta televisión y buscan información por otro lado.
VIVA LA DIFERENCIA
Sos una de las figuras del programa de televisión Canta conmigo ahora. ¿Qué te interesó de la propuesta?
-La visibilidad que nunca tuve, por elección. Había tenido propuestas de Marcelo Tinelli para el Bailando, el Cantando… participé varias veces, por ejemplo en una apertura con Priscilla. Cubrí reemplazos en los musicales. Pero me resistí bastante a estar en el Bailando porque no me convencía esa violencia que se generaba en el programa. Pero el formato de ahora es distinto a lo anterior, Canta conmigo ahora es un ámbito que cuida mucho al jurado decuestiones que no tienen que ver con lo artístico, y lo mismo, con los concursantes.
Y además, nunca hubo tanta diversidad en un programa conducido por Marcelo Tinelli como en Canta conmigo ahora.
-De hecho también promueve el respeto por la diversidad de opiniones. Hay 100 abordajes diferentes de la música. Hay folcloristas, cantantes litúrgicos, hay gente que canta rap en riñas de gallos, un sacerdote rockero, gente que viene del pop… También nuestra televisión ha mutado. O está mutando, con el teatro pasa lo mismo. Los diversos lenguajes y escenarios tienen su tiempo de transición, de cambio, a otras nuevas maneras de contar, a otros relatos.
También sucede que muchas veces le pedimos al arte que solo refleje cómo queremos que sea la sociedad, y de alguna manera eso negaría lo que sigue pasando en la sociedad.
-Me ha pasado en proyectos recientes que se intenta cambiar el cuento y actualizarlo a lo que queremos que hoy todos respetemos. Y yo frente a eso me incomodo porque son historias que están relatando otro tiempo que no es el del presente. Para saber dónde estamos tenemos que saber dónde estuvimos. Cómo pensábamos, cómo nos sentíamos, porque eso reivindica este nuevo cambio. Y también hay que interpelarnos si el cambio es de la boca para fuera o lo incorporamos en casa.
¿Hay mucho de la boca para afuera?
-Siento es que minuto a minuto me estoy cuestionando si lo que estoy diciendo es a partir de un prejuicio construido, algo que me instalaron, o es lo que pienso de verdad. Y muchas veces tengo que hacer el proceso de sacarme esa ropa. Pero todos tenemos sentido de pertenencia, queremos pertenecer, no solo socialmente… incluso en el ámbito familiar.
Alguna vez con tu familia viviste la situación de, aún queriéndolos, enfrentarte a una forma de pensar que rechazás…
-Sí, hoy en día se que somos muy diferentes con mi familia, pero sé que vengo de ahí. Yo los veo como un espejo de lo que pensé durante mucho tiempo, y de lo que fui. Durante años me enojé, los enfrenté, los peleé…y hoy me doy cuenta de que no tiene sentido. Hoy respeto que mis padres son así, y me reivindican lo que yo no quiero ser. Se necesita a que piensa diferente porque nos enriquece.
¿De qué manera llevás toda la exposición que estás teniendo ahora con tu rol en Canta conmigo ahora? Querías visibilidad, y ahora la tenés…
Si esto me hubiera pasado cinco años atrás no lo hubiera manejado bien, pero hubo algo muy importante que me enseñó hace dos años Moria Casán. Trabajé con Moria en cine y teatro, hicimos Priscilla, la reina del desierto, Las tres viejas, de Jodorowsky, y la película Primavera. Es maravillosa. El vínculo que tiene con su cuerpo, cómo se quiere en todos sus estados. Ofrece una maestría, te da tanta información. Yo leía en las redes cómo la atacaban, con un nivel de crueldad. Y una vez le pregunté a Moria cómo hacía para soportar tanta agresión. Y ella me dijo “Papito, yo no leo ni lo bueno ni lo malo. Porque es una trampa”. Y eso que me dijo me quedó para siempre.
Moria tiene un peso de madre colectiva, ¿no?
-Deconstruyó todos los arquetipos asociados a la mujer. El de otro estilo de madre, otro estilo de esposa, de amante, de abuela. Moria siempre nos informó que había otra opción de ser. Fue una maestra para mí. Ella me explicó que la misma gente que me acababa de aplaudir en el escenario sale del teatro, tira el programa de mano y lo pisa. Y lo corroboré cuando hice la obra El hombre elefante. En ese momento fui tapa de Clarín, para el ego del actor, en ese momento, me venía perfecto. Una semana después fui a la verdulería a comprar media docena de huevos, y me dieron los huevos envueltos con la tapa del diario que tenía mi cara.
¿Qué te dice la gente en la calle? ¿Y en las redes?
-En la calle todo es amoroso y respetuoso, y en las redes pasa otra cosa. Y a todo le doy el mismo valor. Inclusive le doy el valor de que el otro se haya comunicado conmigo. Respondo cada mensaje en redes dándole la razón. ¿Por qué lo voy a querer convencer de otra cosa? Así me quiera o me odie.
¿Y cuando te mandan un mensaje de odio también respondés?
-Absolutamente. Es más, retwitteo esos mensajes, les doy visibilidad. Porque esa es una mirada de mí. Yo sé quién soy, sé cómo soy. No me hace dudar. Es lo que el otro está viendo de sí mismo, no de mí. Nosotros ofrecemos un espejo, somos una ficción. Yo estoy haciendo un personaje en Canta conmigo ahora. No lo tomo como crítica sino como una narrativa de mi hecho artístico.
¿Recibiste críticas o desplantes por estar en un programa de Tinelli desde el colectivo LGBTIQ?
Fue muy agresivo lo que recibí del colectivo. Pero también tengo que hacerme cargo de mis expectativas al respecto. Por todo lo que nos ha costado y aún nos cuesta hubiera esperado más empatía, abrazos, y, sin embargo, es donde más recibí puñaladas. Estamos viviendo en esta contradicción, de pedir respeto, pero también nos faltamos el respeto entre nosotros...
¿Crees que se replica lo que se quiere combatir?
-Es parte de este aprendizaje social. A mí no me gusta hablar de minorías, porque nos criaron con esa idea, y yo estoy en contra de esa idea. Nos enseñaron a señalarnos primero a nosotros: al diferente, al raro. De eso me estoy corriendo. ¿Cómo le voy a pedir al otro que me respete cuando yo todavía estoy construyendo mi propio respeto hacia mí mismo? Vengo de una generación de cero amor propio y estoy en un proceso donde sigo trabajando mi propia aceptación.