Al salir de la cancha de River, un grupo de jóvenes se ubicó en las puertas pidiendo de forma generosa que dejaran en los cestos las pulseras blancas que se entregaron al ingresar al predio. La gente aún estaba aturdida tras lo que acababa de presenciar. La propuesta de Coldplay fue un punto de inflexión en lo que a espectáculos musicales se refiere.
El primero de los 10 conciertos de Coldplay en River
A pesar de que tuvo coincidencias con su anterior visita al país, cuando se presentó en 2016 en el Estadio Unico de La Plata, en esta ocasión la performance estuvo todavía más afinada. O capaz fueron las secuelas de dos años de pandemia lo que generó semejante shock. Si en aquella ocasión no sólo vinieron a la Argentina para presentar su disco A Head Full of Dreams (2015), sino que también estrenaron su gira mundial acá, ahora regresaron de la mano del tour de su último álbum de estudio: Music of the Spheres (comenzó en Costa Rica en marzo pasado y terminará en Holanda en julio de 2023). Sin embargo, más allá de los fabulosos detalles estéticos y tecnológicos que distinguieron al show, lo más representativo de las dos horas de estoicismo pop radicó en los detalles.
Comenzando por Chris Martin, vocalista del grupo, quien hizo lo imposible por dirigirse al público en español. Bastante bien lo habla, en comparación con su última ocasión en Sudamérica. Hasta dejó en evidencia su destreza en la lengua de señas. Pero en lo que nadie podrá ganarle nunca es en su carisma, capaz de orquestar las alucinantes coreografías de luces que alimentaron la performance de la banda. Tal como lo demostró cuando salió a escena.
A pesar de que hace ya varios años que la pirotecnia, la puesta audiovisual y el idioma tecnológico se impusieron en el relato musical, los de Londres nunca cedieron ante el desequilibrio. Todo lo contrario. Su paradigma recitalero, por más fastuoso y orweliano que parezca, lo construyeron en torno a las canciones. Siempre para potenciar su mensaje. Y esa dialéctica fue la columna vertebral del show.
Al igual que la primaveral vez anterior (ambas coincidieron en la misma estación), una columna de jóvenes entregaba a la muchedumbre que iba ingresando al estadio las pulseras blancas con forma de reloj. Mientras se escalaban las escaleras del Monumental, los puestos de merchandising del grupo abundaban tanto como los de agua. Otro signo de recambio de la economía musical.
De la misma forma que los actos de apertura: la argentina Zoe Gotusso se encargó de recibir al público apenas abrieron las puertas al caer la tarde, secundada por una de las sensaciones de la pasada edición de los Grammy: H.E.R. Así como en el premio, el álter ego de Gabriella Wilson dio muestras de su alquimia con la guitarra eléctrica en su cover de “Are You Gonna Go My Way”. Aunque en esta oportunidad lo hizo sin el apadrinamiento de Lenny Kravitz.
Tres cuartos de hora después, salieron a escena dos chicos para presentar un video sobre las características autosustentables del espectáculo. A continuación aparecieron los músicos ingleses, quienes empuñaron el tema que titula a su nuevo disco. Hay un pasaje del video del tema “Voyager”, de Daft Punk, en el que una banda de rock extraterrestre hace un recital con un despliegue inconcebible. Acá la realidad superó a la fantasía. Cuatro pantallas circulares en el medio y dos más a los costados, a las que se añadió una semicircular que cubrió casi todo el escenario, ofrecieron un inicio no apto para fotofóbicos. En sintonía además con el ballet lumínico que emanaba de las pulseras. Esa dinámica continuó con “Higher Power”, también del nuevo disco de Coldplay. Y a los láser se sumaron luego los globos en “Adventure of a Lifetime”, de su álbum A Head Full of Dreams.
Luego del clásico “Paradise”, y antes de sentarse en el piano para tocar “The Scientist”, el frontman saludó al público y agradeció el esfuerzo para pagar la entrada. Una vez que terminó el tema, la performance reciente retrocedió en las pantallas. Tiempo suficiente para que el grupo caminara al escenario ubicado en el centro del estadio: uno de los tres por los que deambuló. Ahí tocaron “Viva la vida”, “Hymn for the Weekend” y “Let Somebody Go”, al que se incorporó H.E.R. con su viola.
Chris Martin y su versión de "De música ligera", de Soda Stereo
Acto seguido, Chris Martin se colgó la suya para hacer una oportuna versión de “De música ligera”, de Soda Stereo, en el mismo aforo donde se acuñó el “Gracias totales”. La sugestión era tal que muchos creyeron que el músico cerró el tema con la legendaria expresión. Pero no. Dijo “Gracias” y seguidamente “Thank You”. Y vinieron “Yellow” y “Human Heart”, que desencadenó una danza de corazones colectivos en las plateas altas.
Lo anterior tuvo un aire al festival norcoreano Arirang (caracterizado por sus sincronizaciones masivas), en tanto que “People of the Pride” recordó a The Muppets por cortesía de la hada títere que salió a cantar en ese R&B minimalista. Eso dio paso a los láseres verdes (como los que apuntan en los boliches a la gente que fuma) en “The Light Club”. y que inauguró el momento dance del repertorio. Mecharon “Someting Just Like This” con “Midnight”, donde los integrantes de Coldplay se pusieron máscaras de marciano (al mejor estilo carnavalesco), y, ante la imposibilidad de cantarla, a Martin no le quedó otra opción que reproducirla mediante la gestoespacialidad. El instante inclusivo del show. Aunque el multirracial estaba por venir con “My Universe”, donde Jin, de la boyband surcoreana BTS, cantó y bailó. Pero desde las pantallas, por más que vino a Buenos Aires para ser parte del espectáculo.
Para “A Sky Full Of Stars” dispararon un confetti con forma de estrella tan perfecto que algunos los guardaron de recuerdo. Eso antecedió a uno de los momentos de concientización del show. Antes de que “Sunrise” alcanzara su clímax, el grupo frenó y se juntó a hablar. Entonces consensuaron que el público dejara a un lado su compulsividad digital, y guardara el teléfono para que palpitara el recital en “alma, cuerpo y corazón”.
Con ese tema se despidieron, pero volvieron al toque para ejecutar en el tercer escenario (ubicado en el otro extremo del campo) el tramo acústico con “In My Place" y “Sparks”. Al regresar al escenario principal para la despedida, Coldplay había versado sobre conceptos desechados por la música y la sociedad en general: amor, unidad, paz, buena vibra y empatía. Y por un rato, tal como había afirmado Martin un rato antes, ese martes no sólo fue el mejor de su vida. También lo fue el de todo un estadio.