Aunque poco a poco se fue perdiendo la vergüenza a demostrar las emociones en público, lo que se ahondó con la aparición de las redes sociales, la retórica de entrar en un baño público para deshacerse en lágrimas sigue sucediendo. Y no deja de causar impresión y empatía.
Luego de llorar tantas veces en esos lugares, Milagros Ugarte decidió ponerle fin al estancamiento y convertir esa imagen en un hecho artístico a través de su álter ego Babeblade. Al punto de que terminó inspirando su primer álbum.
“Lloro en todos lados, no lo puedo controlar”, confiesa la novel cantante y compositora. “Si bien lo odié por mucho tiempo, al rencontrarme con ese mecanismo me permitió largar lo que sentía y seguir. Hice catarsis de fuerza mayor con este disco”.
--¿Qué tiene de distinto llorar en un baño público con hacerlo en otro lugar?
--Es muy diferente. Cuando uno se mete a llorar en el baño de una estación de subte, de un restorán o de un boliche, es porque se trata de un momento en el que no puede más. Es el peor lugar en el que uno puede llorar. Es lo más sucio que hay. Vas a sentir olor a pis, si no es que ya hay pis en el piso. Las paredes están manchadas de cualquier cosa, es ruidoso, y la gente entra y sale todo el tiempo.
--¿Cómo eso se trasladó a un disco?
--Necesitaba largar todo esto que venía manifestando desde hacía rato. Hace tres años me puse a llorar porque tenía muchas cosas para decir y mostrar, y me pareció que un disco era un buen canal para hacerlo.
► La letra empoderada
Pero que no se mal entienda: Llorar en un baño público no es un álbum conceptual sino un receptáculo emocional. Lo que evidencia este repertorio de 28 minutos lanzado el pasado 7 de octubre, y que será estrenado en vivo este jueves a las 21.30 en la sala Humboldt (Humboldt 1358, CABA).
“Cada canción tiene su universo”, afirma Babeblade. “Pero muchas de las letras las fui entendiendo mientras las escribía. Por más que hablen de amor, de dudas existenciales o cuenten historias, la mayoría de las letras las escribo para mí. Eso es quizá lo que las hace tan empoderadas”.
Al momento de compartir su manera para componer, la artista establece analogías con el rap. “Soy fiel a la improvisación. Tiro letras, y luego reviso”, advierte. “Como estudié actuación, manejo el arte de improvisar. Eso permite que uno pueda ser lo más verdadera posible”.
A pesar de que su formación en la actuación consiguió darle vida no sólo a su otro yo sino también a una incipiente carrera en la música, fue una prima musicoterapeuta la que le enseñó las posibilidades que tienen las mujeres, tanto para improvisar como para componer.
“De chica creía que las mujeres sólo podían cantar, mientras que los hombres hacen todo. Pero mi prima me demostró lo contrario. Ese fue mi primer estímulo para hacer lo que hago”, reconoce. “Tenía un teclado Casio chiquito, y compuse ahí un disco que nunca salió”.
Sin embargo, hoy tiene como aliado a su compañero de vida, Joel Pica, mandamás del laboratorio pop narcótico y groovero Guacho Bleu, quien se encargó de la producción de Llorar en un baño público. “Apenas terminé el colegio, nos conocimos”, evoca.
--¿Cuánto influye él en lo que hacés?
--Los dos estábamos con las mismas ganas de hacer música. Él lo creía más posible que yo porque curtió toda su vida la escena hardcore. Sabía cómo funcionaba. Fue con más latencia de hacer un disco, y a los meses le dije que quería hacer eso mismo. Apenas terminó el suyo, empezamos a hacer el mío. Lo pensé desde un lugar más visual.
--¿Qué sentiste cuando lo que parecía imposible tomaba forma?
--Eso fue todo para mí porque tuve otros intentos de hacer música antes. Me costó mucho que la gente entendiera lo que quería hacer. Soy fiel a lo que sale en el momento. Tiro barras y grabo en el celu, luego reviso. Y en la pandemia aprendí a samplear, loopear y grabar en casa.
La propuesta de Babeblade pone a hurgar al pop en lo más profundo de las emociones, a partir de estados de ánimo que van de la introspección al onirismo. Ambientado -o más bien sostenido- en una tensión que parece disfrutar de la taciturnidad.
“Cada tema tiene que ver con lo que estaba escuchando y sintiendo en el momento”, revela. “Tardé más de dos años en componer el disco, y dos más en hacerlo. Pero nunca pensé en hacer algo parecido a Toro y Moi u otro artista. Se construyó con lo que iba saliendo”.
--¿En serio no tuviste ninguna referencia en ese momento?
--Mi referencia fue The 1975. Al principio eran emo y luego demostraron mucho eclecticismo en sus discos. La variedad entre tema y tema es una maravilla. Y todo estaba avalado por una estética o gráfica muy fuerte. Más allá de lo que hicieran, siempre sonaban a ellos.
Al igual que la banda británica, Babeblade prioriza la estética por sobre cualquier otra decisión artística. Por más que las nuevas canciones y cuatro tracks que componen el disco tengan destellos de UK garage, shoegaze o hyperpop. Así que la contemporaneidad está a la orden del día.
“Mi idea es que la gente no espere ningún estilo. Me divierte tener la libertad de hacer lo que quiera”, apunta. “No creo que nadie se sorprenda si saco un reggaetón o un punk, porque está todo avalado por una identidad gráfica y visual que me esforcé mucho en construir”.