"Hoy no vemos nada que aspire a ser más grande, barruntamos que descendemos cada vez más abajo, más abajo, hacia algo más débil, más manso, más prudente, más plácido, más mediocre, más indiferente, más chino, más cristiano -el hombre, no hay duda, se vuelve cada vez 'mejor'". 

                                                                                                                          Friederich Nietzsche

El ser humano es una criatura extraña, difícil de explicar. Nací en Los Desamparados en San Juan, mi infancia fueron mayormente las imaginarias aventuras en los baldíos del barrio, la fascinación por cañaverales, zanjones y árboles, la escasa alegría de las lluvias de verano en un desierto. Transcurre el tiempo, los avatares se dan de manera que, al comenzar este siglo fantasmal, merodeo los arrabales de lo que la mayoría de la gente considera el cine.

Era el invierno del año 2014. Estaba a punto de comenzar a filmar un documental sobre el tren Buenos Aires al Pacífico, el proyecto era recorrer las estaciones abandonadas entre ambos océanos. Infatigables charlas azotaron aquellos meses previos, cómo filmar, qué decir, qué punto de vista, para qué hacemos esto. Mi amigo Alejandro Alonso intuye, como siempre lo hace genialmente, que sería bueno enfocarnos en la relación de abandono hacia esa matriz social ferroviaria. Me propone ver una película, es larga dice, pero vale la pena.

Era junio. Yo vivía en un pequeño departamento en la ciudad de Mendoza. Elegimos un sábado para que la proyección fuese posible sin interrupciones, obtuvimos una copia de la película, la veríamos en casa. Para asegurarnos algo de concentración, y con cierta ironía, mis hijos irían al cine ese día, almorzarían y pasarían tiempo en casa de su abuela, con plan de regresar al atardecer.

Solo ambos, dimos por cita a las 10 de la mañana. Recuerdo que hacía frío. El film escogido era Sátántangó, dirigido por Béla Tarr, de 1994.

Aquí comienza la complejidad aducida al comienzo. ¿cómo explicar esa conexión? ¿cómo interpretar la emoción al ver este film? Cuatrocientos cincuenta minutos de película, siete horas y media de una experiencia devastadora. Dividida en dos partes y cada una de ellas en 6 capítulos, blanco y negro, el plano inicial de casi 8 minutos presagia el resto de la obra, un lento travelling sigue el derrotero de unas vacas a través de los galpones de una granja en abandono. Ha llovido y el suelo es barro espeso, nadie las lleva, parecen ir a ningún lado.

Insisto en este punto, ¿de qué manera puede una obra así tocarnos? ¿qué hay dentro de aquel niño que en los años ’80 buscaba escondites en el magro monte cuyano? Difícil saberlo.

Acaso alguna pista, un recuerdo de mi abuelo Adán Makowski, ya viejo, tomando el desayuno. Un tazón lleno de leche tibia y trozos de pan remojados para ablandarlos. En Polonia, me dice, lo único que había para comer era papa y leche. Papa y leche, repetía después de cada sorbo, papa y leche. Ahora creo que tal vez no hablaba conmigo, sólo era una manera de mascullar con el pasado. Polonia, en mi imaginario, la llanura de barro, las lluvias, las vacas, la soledad de un hombre al sur, en América.

El film ocurre en Hungría, al sur también. La trama y su estructura son ya anécdota. Países satélites orbitando alrededor de Rusia, una granja comunitaria, el sistema comunista, el final del comunismo. La salida de un sistema atroz y su entrada a otro sistema igualmente atroz. Una serie de personajes en la miseria que operan su miserabilidad sin esperanza alguna. Seres atomizados, mecanizados, la sombra de Hegel sobre el futuro de la humanidad: la alienación, perderse en uno hasta disolverse.

Hacia las dos horas y media paramos para comer, lentejas y vino, ¿importa eso? Alejandro me advertía: vas a ver cómo te aniquila, esta película es una piedra de desbaste que va desnudándote, cuando llegue su momento te vas a asomar al alma humana y me vas a entender, no hay solución. Proclive al dramatismo, no era la primera vez que Ale había dicho eso de un film, cabe aclarar.

La siesta era oscura, aun así yo había cerrado las persianas y la sala era penumbras. Irimías y Pétrina manipulando a la gente, encantándola, mintiendo, la burocracia soviética, el borracho que repite hasta el hartazgo su frase, el doctor ebrio, la secuencia del tango de Satán, la niña. Finalmente llegamos a ese punto. El largo travelling de seguimiento que es el fin de la humanidad misma; si algo había logrado sobrevivir, terminaba todo ahí. El gato muerto en sus brazos, las ruinas de la iglesia, el cuerpo. A 8 años de haberla visto, el recuerdo es que detuve la película. Hablamos, no se dé qué.

¿Cómo puede un húngaro, en ese raro y oriental idioma, haber hecho este objeto? Las fuerzas reactivas y la Mala Conciencia de Nietzsche se representaban en ese último libreto. ¿Cómo trasmutar el signo negativo de ese devenir? La firme trama no encierra un descuido, una hendidura donde asomarnos. Perversión, sordidez y abandono, otra vez esa palabra. Sabía que había visto la película que cambiaría mis ojos. La potencia del cine en estado casi puro, lo que puede un cuerpo. Ale se despidió para ir a la parada del colectivo.

Para cuando los habitantes de la granja son repartidos y ubicados en el conurbano de una ciudad -ya capitalista-, para cuando el doctor cierra por dentro las ventanas de su habitación tapiándolas, la noche invernal ya había caído en los barrios de Mendoza.

PD. Filmé Buenos Aires al Pacífico, por más que lo intenté, ninguna reminiscencia de Sátántangó pudo aparecer allí, a mi pesar y tal vez para alivio del señor Tarr. Recuerdo que en los inermes galpones de Junín de Buenos Aires filmamos un largo travelling de un personaje. Cruzaba los derruidos talleres en el atardecer, la sombra de esa persona se perdía en el último ocaso, más allá, la pampa. El plano, que repetimos dos veces, no fue incluido en la película. El más anónimo de los homenajes había sido filmado, el íntimo.

Mariano Donoso Makowski nace en la lejana provincia de San Juan de la Frontera en 1974, tierras desérticas al pie de Los Andes. Durante la ominosa década de los años 90 realiza sus estudios de cinematografía en la Universidad de Buenos Aires. Culmina la carrera en el año 1999. Regresa a San Juan y filma, de forma independiente, dispersas secuencias de una larga huelga de maestros. En el año 2005 las reúne y presenta como Opus, su primer largometraje, en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. En 2009 presenta Tekton, un largometraje documental casi mudo, casi en blanco y negro, que recibe el Premio de la Crítica en el BAFICI. El tema, un edificio abandonado a pocas cuadras de su casa natal y las obras para terminarlo. En 2011 dirige El Sonidista del Lago, cortometraje documental que lo acerca a la dimensión del sonido -con el que gana la competencia en el Festival Mendoc- y en 2013 exhibe Radiografía del Desierto, sonora ya pero igualmente incolora; retratando historias y personajes relacionados al agua en los desiertos de Cuyo. El hombre que sueña y la belleza de lo abandonado persisten. En 2013 realiza también, para televisión, un ciclo de documentales que abordan a manera de ensayo las complejas relaciones entre lo dicho y lo mostrado. El arriesgado título, Las Palabras y las Cosas, “aludiendo al libro de Foucault”, se justifica. En 2018 presenta Buenos Aires al Pacífico; el soñador, el director confundido, las estructuras episódicas reinciden y sirven para realizar el mítico viaje del tren que unía dos océanos. Gana el premio a mejor película argentina en el festival Graba, el premio del público en el FICIC y el 2º premio del Fondo Nacional de la Artes. En 2022 estrena en el Doc Buenos Aires Una serie de Problemas Matemáticos, el primer cortometraje que forman la serie Las Lunas de Saturno.