En los últimos años, Jesi Jess empezó a escribir en las redes sociales, en Facebook especialmente. De chica, cuando tenía 12 iba a un taller de radio y periodismo en su barrio en la Villa 21-24 de Barracas. Se acuerda que en su primera nota (aún conserva esa revista) pedía que volvieran los feriados de carnaval. Con el tiempo, siguió escribiendo porque le gustaba, “sin pretensiones”, dice, y sin trabajar los textos como lo hace ahora.
Fueron años en los que escribía sobre experiencias de su vida, cosas que pasaban en el barrio, poemas de amor, de la calle, “de todo un poco -cuenta Jesi en videollamada con Las12-, escribía lo que sentía y como me salía”. Después del secundario, empezó la carrera de Periodismo en la Universidad Nacional de Avellaneda, pero “por cuestiones de la vida”, abandonó en tercer año. Sin embargo, supo siempre que quería ser periodista gráfica, “lo único que me interesaba era la redacción”. Una vez escribió una carta para su hijo Valentino y la posteó en Facebook.
“Valentino es autista y esa carta a la gente le llegó mucho y se emocionaron un montón”, recuerda Jesi. Fue una publicación que tuvo muchas reacciones y varias personas la compartieron en sus muros. Jesi la había escrito un día que estaba muy triste y cada vez que leía la carta de nuevo encontraba errores gramaticales y ortográficos. Le contó a un compañero de la facultad que esa carta se estaba compartiendo y que le daba vergüenza porque ni siquiera la había editado. “La escribí y la publiqué”, le dijo. Ese compañero fue, tal vez, quien le dijo por primera vez que lo que tenía para decir tenía fuerza y profundidad.
Ese halago hizo que se olvidara de los errores gramaticales. Jesi milita en la Comisión de Derechos Humanos de su barrio. Durante la pandemia trabajó en su casa y le hacía bien escribir. “Me levantaba la autoestima cuando no sentía mucho cariño”, revela. “Si alguien me decía que el texto le había interesado, me estimulaba más a que me dijeran que era linda”, sonríe. Todos los lunes tomaba clases con su profesor Diego Arbit, y en ese ir y venir de textos y poesías, los escritos fueron creciendo hasta formar un corpus para mostrar. La villa en mis venas es el resultado de ese acompañamiento que lograron juntes, un libro que editó Chirimbote en julio de este año, y que Jesi le dedica a todos los villeros y las villeras: “Vamos a sarparle al mundo la parte que nos pertenece”, escribe en las primeras páginas. Luego le agradece a su familia, a sus amigos y amigas, a los compañeros y compañeras de militancia, a los que están, a los que se fueron, a los que la quieren bien y a los que la quieren “sarpado mal”. En el prólogo, Arbit escribe que Jesi “ataca la idea como una francotiradora”.
Nombrarse villera y feminista
Jesi se reivindica villera y feminista. “Quiero hacer literatura villera, no quiero quedarme en la queja, quiero contar las historias de mi barrio, y quiero contarlas yo”. Se reivindica villera para que sepan desde dónde habla, desde dónde se para, desde dónde mira el mundo y analiza la realidad en la que vive. “Yo elijo nombrarme”, dice. “Pero por sobre todas las cosas, me reivindico villera porque quiero dejar de ser invisible". En los últimos tiempos se acercó a lecturas sobre feminismo negro y descolonial y sintió que la cabeza le estallaba en mil pedazos.
“Este es el feminismo que a mí me representa”, sostiene. La interpeló la fuerza que le daba la posibilidad de ponerle palabras a algunas ideas y conceptos que tenía en la cabeza sin saber cómo nombrarlos. “No me sentía a gusto, ni del palo, entendía la violencia de género por supuesto, pero me faltaba algo, iba a los talleres en silencio y cuando empecé a leer sobre feminismo negro, feminismo descolonial y feminismo del Abya Yala, pude ponerle nombre a las cosas que tenía en la cabeza. Esto es esto y esto es esto, y así empecé a conceptualizaresas ideas. Jesi sigue preguntándose cosas todo el tiempo, así empezó a armar el concepto de villera feminista. Por eso, define: “Primero soy villera y después feminista porque a mi toda la vida me discriminaron por villera y no por ser mujer”.
“El insulto era negra villera, villera de mierda. Si iba a buscar un trabajo y presentaba el documento, no me tomaban por villera, porque buscan en google y aparece mi casita en el medio de la villa”. Enseguida agrega: “Creo que tengo más que ver con una chica pañuelo celeste de mi barrio, por una cuestión de clase y de las violencias sistemáticas que atravesamos, que con una chica que está a favor del aborto y vive en Recoleta. A veces veo que el feminismo blanco homogeiniza las luchas y no hace diferencia a las distintas necesidades”. Por eso, también se nombra feminista interseccional, “porque el feminismo tiene que tener conciencia de clase, ser antirracista y anticapacitista. No me interpela el feminismo del glitter, no me genera nada. Acá en el barrio una consigna como es la de separación de Iglesia y Estado -que yo la acepto, todo bien-, se escucha distinto porque la verdad es que la iglesia en este barrio tiene una presencia muy fuerte. Cuando desapareció Mariana Lastra, hace dos años, fue el padre Toto el que vino a apoyarnos en la asamblea”.
En La villa en mis venas, Jesi escribe sobre trabajo infantil, sobre “portación de rostro”, sobre la ambulancia que no entra y las muertes que rondan la vida cotidiana en el barrio, sobre la problemática habitacional y el abuso policial. Cuenta que su mamá hizo el barrio con las vecinas y los vecinos que compraban los cables para la luz y los caños para las cloacas. “El feminismo existía en el barrio desde que mi mamá llegó de Paraguay hace 36 años, existía en las ollas populares, en juntar agua y llevarla a las manzanas donde no había -y todavía no hay en algunos lugares en pleno 2022-, eso es feminismo. Mi mamá acompañó abortos, socorría a las vecinas cuando se hacían abortos de manera súper mega clandestina, cuando no existían las socorristas. Por eso digo que mi hogar es un matriarcado, mi mamá siempre está en la primera línea de fuego, no se calla con nadie y se enoja mucho con las injusticias”.
Desde chica, Jesi se hacía preguntas: ¿Está bien que yo viva así?, ¿está bien que pasemos frío en invierno o estemos semanas enteras sin luz?, ¿está bien que el agua no se pueda tomar? Y junto a esas preguntas veía que su mamá se organizaba.
¿Qué te trajo la publicación de La villa en mis venas?
--Te cuento como se dio. Durante un año y medio estuve escribiendo en redes sociales y me vinieron las ganas de sacar un libro. Escribía a mano alzada, lo pasaba a la compu, lo editaba, se lo mandaba a Diego y lo volvía a editar cuando me lo devolvía. Recién después lo subía a las redes. Era todo un trabajo para mí hacerlo. Entonces mi esperanza, cuando tuve varios textos, era hacerme conocida en las redes sociales y que una editorial me dijera de publicar un libro. Pero eso no pasó. Fue Jesi quien escribió al Facebook de Chirimbote. “De lanzada que soy”, dispara.
Armó un currículum y explicó que no hay escritoras villeras, que no tienen espacio y que los escritores villeros que hay son varones. Con esos argumentos Jesi mandó su material y a la semana siguiente volvió a escribir. A Chirimbote le gustó el material. Le respondieron que sería un honor para elles editar su libro. Cuando leyó la respuesta, Jesi gritaba de alegría, no lo podía creer, su sueño de ser publicada estaba en puerta. “No podía creerlo porque acá en nuestro barrio es como que tenemos el destino marcado. Hacer arte para mí es hacer política porque el arte es político”.
Dice que su libro es un acto de rebeldía y de entrar a los codazos haciéndose un lugar -“y que eso no suene a meritocracia, por favor”-. Para Jesi, la suya es una voz entre tantas, poder decir lo que siente y que la escuchen. “Toda mi vida quise que me escuchen y a través de la escritura lo logré. Logré que mis palabras tengan peso, que no sea una voz invisibilizada en el medio del pasillo de una villa”.
¿Qué es la poesía para vos?
--Una forma de expresar lo que me pasa, de contar. Las poetas escribimos cuando tenemos el corazón roto, cuando las heridas están abiertas y los recuerdos nos usurpan la casa.