“Me despierto a las seis, levanto a los chicos, se bañan, se lavan los dientes, se cambian, se peinan, se ponen el guardapolvo y salimos para la escuela, yo me voy a trabajar. Después cuando vuelvo les preparo alguna merienda, descanso un ratito para ver qué comemos a la noche”, detalla su rutina Erica Juarez, mamá de 3 hijes, jefa de hogar y trabajadora, desde hace 18 años, del comedor comunitario En Hacore, ubicado en Ciudad Oculta. Es una de las coordinadoras y cocina, junto con 5 compañeras, para 500 personas que se acercan a diario a buscar el almuerzo. Sin embargo, su trabajo como cuidadora comenzó mucho antes, cuando tenía 12 años, al terminar la escuela primaria. “Somos nueve hermanos, desde chica tengo que cuidarlos, yo fui la segunda y mientras iban creciendo el que quedaba cuidaba al que seguía”, cuenta. Los cuidados básicos en ese entonces eran: dar la mamadera, bañarlos, darle de comer, “me tocó cuidar a dos, por eso no hice la secundaria, mientras mi mamá trabajaba yo cuidaba a los chicos”, dice y agrega que en ese momento lo hacía porque le tocaba hacerlo, era la única forma de garantizar el ingreso económico en la casa. Hoy, ya más grande y con hijos de la edad que tenía ella cuando cuidaba a sus hermanos, se da cuenta que no disfrutó su infancia.

A Erica le gustaría hacer la escuela secundaria, tiene en vista un Bachillerato y estuvo averiguando para el año que viene, le parece difícil con la dinámica de tiempos que maneja, considera que aún debe esperar un poco más, tal vez cuándo sus hijos estén más grandes.

Una vida acompañando

“El cuidado de mi padre fue una tarea que cayó sobre mí porque mi vieja no sabía manejar y mis hermanos no estaban”, comienza Malala Valentini, artista plástica y diseñadora gráfica. El cuidado ocupa gran parte de su vida desde muy chica. Hoy está centralizado en el acompañamiento de su hijo adolescente, su madre, su abuela y el trabajo que desempeña como profesora en un centro de día. Comenzó cuando tenía 30 años, su papá se enfermó y como ella era la hija que vivía cerca y la que sabía manejar, acompañó a su madre en los traslados y colaboró para que su padre no pierda el único ingreso económico con el que contaba. Por la medicación que tomaba no podía manejar, entonces Malala se hizo cargo del reparto de matambres para un frigorífico “me ocupaba los fines de semana en general”. Al principio era más una tarea de contención y acompañamiento, sin embargo cuando se agravó la situación los cuidados se trasladaron a la casa familiar. En ese momento Malala ya era madre y las tareas se intensificaron. “Cuando mi hijo soltó el pañal, al año y medio, ya estaba de vuelta cambiando pañales, esta vez a mi padre”, una reflexión incómoda que , asegura, hace poco empezó a manifestar.

El agotamiento es reflejo del uso del tiempo de las mujeres en las tareas de cuidado.

“Me hubiera gustado tener un segundo pibe así pegadito, pero dije acá no cabe. No era posible. Estaba cuidando a mi padre, a mi madre, a mi abuela, a mi hijo y mi marido en ese entonces me reclamaba: nosotros somos tu familia”. Malala cuenta que fueron años de mucho estrés, no había plata para contratar a unx trabajadxr, se pregunta “¿quién se iba a ocupar si no era yo? no había dudas”. Malala canaliza todas estas preguntas y vivencias a través de su obra como artista y en la participación de espacios artístico - políticos en los que el encuentro con otrxs le permite reflexionar sobre ese rol que cumple hace 20 años en su familia.

“Me di cuenta que estamos adoctrinadas para la logística del cuidado de la afectividad, es un montón de tiempo que se nos va tratando de entender, comunicar, decir lo que nos pasa”, reconoce y asegura que muchas veces pensó en abandonar, en no atender el teléfono, no hacer los trámites de PAMI, ni buscar los medicamentos, ni cobrar la jubilación. Cierra los ojos y encuentra satisfacción cuando piensa en esa posibilidad.

“Estoy trabajando para que mi vejez sea de otra manera, incluso en el hospital de día que trabajo con adultos mayores fomento mucho la autonomía y el trabajo colectivo”, cuenta y suma que con sus amigas también tienen prácticas de cuidado entre ellas como hacerse compras, acompañarse cuando se sienten mal, prácticas con otrxs que le permitieron crear redes de contención que la sostienen.

Salvarse en otras redes

Cris Munin se presenta como mamá de Valentina. “Ella es especial”, la describe sonriendo, es la segunda de sus tres hijos. “Hoy hace exactamente 23 años que la cuido”, dice ahora que se hizo un rato para hacer la entrevista mientras Valentina está en musicoterapia. Desde el 2015, cuando fue despedida por un recorte de personal en el banco que trabajaba durante el gobierno de Macri, se ocupa a diario de su hija. Es el acuerdo que tiene con su compañero, él trabaja afuera, ella en su casa. “Se que va a ser una tarea de por vida porque necesita atención todo el tiempo, tiene un retraso madurativo que fuimos atendiendo desde que era un bebé de seis meses”, recuerda.

Un día en la vida de Cris consiste en: levantarse, bañarla, hacerle la leche, esperar que la tome, cepillarle los dientes, peinarla, acompañarla a sus terapias. Asegura que cuenta con una gran apoyo familiar, lo que hace mucho más fácil ese trabajo y reparte las tareas con el papá de Valentina, que se ocupa de ella los fines de semana. También reconoce que muchas personas se fueron alejando, por la dinámica familiar y muchas otras ofrecen ayuda aunque es difícil estar en el cotidiano. A pesar de esta disposición logística, reconoce que es la que más se ocupa porque “tiene todo en la cabeza”. Desde el nacimiento de su hija, cambió su concepto de cuidado “hoy podría convertirse en una carga, incluso con todo el amor que le tengo a mi hija, a veces pienso cómo sería mi vida, si no tuviera que estar ocupándome de ese cuidado”

Por otro lado, para toda la familia es un aprendizaje constante convivir con situaciones de exclusión y discriminación. “Es mucha exposición, estamos hablando de educación especial dónde para inscribirse hay que ir a muchas entrevistas, esperar. Esperar que te evalúen, ver si te aceptan, explicar y contar quién es Valen”. Hay una ley que protege a las personas con discapacidad, sin embargo a Cris le llevó años enterarse del funcionamiento “nadie viene y te dice: vos tenés derecho a esto, aprendes sola en el camino cuáles son los derechos que nos corresponden”. Hace años viene reclamando la asignación de un acompañante fijo, sin embargo la obra social le niega esa posibilidad. “Debería hacer un amparo y otras cosas burocráticas, para eso también necesitas plata y tiempo”, además de sumar un trámite a la lista infinita de diligencias anuales. Por ejemplo, el certificado de discapacidad que se debe renovar de forma anual para tener garantizada la movilidad, entre otras cosas.

Cris viajó con un grupo de amigas al Encuentro Plurinacional, cuenta que ese finde Valentina quedó al cuidado del padre, aún le cuesta “soltar” esa tarea obligada del cuidado, de “estar pendiente de todo”. Se ríe de ella misma, manda mensajes para asegurar que no se olviden de nada, deja todo preparado y si es necesario da indicaciones por whatsapp. “Gracias al feminismo entendí que también tengo el derecho de gozar y pasarla bien, el derecho al ocio. Logré romper el núcleo familiar y salvarme en otras redes, que no me juzgan, que no buscan en mí a la madre ejemplar”, dice orgullosa.


¿Y el tiempo libre?

“Cuando mi papá deja a mi mamá con cuatro adolescentes, ella entra en una fuerte depresión, y yo como hija mayor tuve que cuidarla. Lo hice sin darme cuenta”, relata María Beatriz Dasso, que hoy tiene 60, pero en ese entonces tan solo 15 años. Es maestra y psicóloga social, trabaja en el centro de día “Lagunita”, ubicado en Pacheco, localidad en la que vive hace casi 40 años. Brinda un taller de cerámica y está muy entusiasmada con el espacio, es la primera vez que se desenvuelve como tallerista, además de ser su primer empleo pago después de años de tareas de cuidado no remuneradas. Cuando nació su tercerx hijx, decidió junto a su marido quedarse en el hogar para ocuparse de la crianza y el cuidado de les niñes, también de su madre, que padecía Alzheimer. “Fueron tres hijos en cuatro años y al mismo tiempo cuidaba a mi mamá”, detalla María.

Muchas veces las tareas de cuidado a tiempo completo comienzan en la adolescencia.

A María le hubiera gustado estudiar una carrera cuando tenía 20 y salir más de su casa, sin embargo desde muy chica se hizo cargo de las tareas del hogar, del bienestar de sus hermanxs y el cuidado específico de una madre con depresión, que con el tiempo derivó en la misma asistencia dentro de un geriátrico. Como todas las entrevistadas se pregunta ¿quién lo iba a hacer si no era yo?. Hoy reflexiona junto a su hija sobre esas prácticas que naturalizó y la marcaron. Gracias a ella también pudo reconocer que las tareas de cuidado en el hogar, son un trabajo.

María está atravesando un duelo, el fallecimiento de su marido también la ubicó en otro lugar, en la búsqueda de autonomía. “Lo que me pasó hace dos años y medio me cambió la vida. De golpe vuelvo a mi casa y no hay nadie, tengo tiempo, y ahora ¿qué hago con todo este tiempo? Si yo toda la vida estuve dedicada a mi familia. Nunca estuve sola, nunca viví sola y siempre viví pensando en el horario del otro”. Actualmente se está organizando para conformar un grupo de mujeres y abordar estos temas de manera colectiva. Charlar con otras mujeres que están atravesando situaciones similares le permitió construir una nueva perspectiva sobre su realidad.


Los distintos aspectos del cuidado

Para María, cuidar es acompañar, estar presente “sentía que cuidaba a mi mamá cuando ella me llamaba todos los días a las 10 de la noche, me bañaba con el teléfono en el hombro porque terminaba con los chicos, de cocinar, de ordenar y hablaba con ella”. Las palabras dependencia, atención, escucha, acompañamiento, responsabilidad, carga, aparecen en cada relato.

“Cuidar también es registro, responsabilidad afectiva, poder ver más allá de tu metro cuadrado”, define Malala y trae como analogía el cuidado de la tierra y el extractivismo como modelo patriarcal, “desearía que no sea un rol que recae solo sobre feminidades, es un desafío poder pensar el cuidado, también, como un registro del ecosistema en el que estamos”. Eri por su parte considera que “cuidar es un trabajo”, porque implica prestar atención, estar atenta en todo momento.


Cumplir un rol

“Esto es social, si yo no estoy atenta a cortarle las uñas a Valentina, nadie lo nota”, Cris comparte varios ejemplos de situaciones que no suceden por arte de magia, sino que hay alguien detrás ocupándose. En todas las historias que comparten las entrevistadas, las masculinidades están ausentes o participan de forma limitada, evidenciando la construcción social de un rol que afecta directamente y en mayor medida a las feminidades. Además vislumbrar la falta de reconocimiento, la escasa y desigual redistribución de esas tareas

En ese sentido basta con observar los resultados de la primera Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT 2021) publicada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec): el 84% de las personas en Argentina realiza trabajo no remunerado, un equivalente a más de 5 horas diarias. El informe señala la prevalencia de mujeres en la realización de estas tareas: un 92%, frente al 75% de los varones consultados. Por el momento no existe una estadística oficial que contemple en esta división a personas trans, travestis, lesbianas y no binarias, vinculadas a las tareas de cuidados.

¿Es posible cuidar en igualdad?


"Está cómo impuesto, una lo va aceptando, pero es la sociedad machista. Los hijos te traen esa información", comenta María. “Fuimos criadas para estar siempre con las antenas prendidas”, concluye Cris. ¿Es posible desarmar esos roles? ¿Cómo nos imaginamos la colectivización de los cuidados?

Siendo un trabajo esencial para la reproducción económica (16% del PIB,según un informe de la Dirección de Economía, Igualdad y Género - 2020) ¿por qué continúa invisibilizado?. La falta de políticas concretas que den respuestas a las necesidades de cuidado, la histórica feminización de estas tareas y la persistencia de la institución familia como un pilar inalterable, son algunos factores que profundizan la desigualdad de las que cuidan.

¿Cuidar en igualdad?


El tiempo de algunes, vale más que el de otres. Cuidar, acompañar, maternar, limpiar, entre otras tareas esenciales para el bienestar de las personas, no tienen prioridad en la agenda parlamentaria, ni económica. Las lógicas de cuidado no valen para el mercado, es por eso que los empleos relacionados con este rubro: trabajadoras de casas particulares, de comedores comunitarios, cuidadoras, enfermeras, entre otros, son de los más precarizados y con menos derechos. El reclamo por un salario a las trabajadoras comunitarias continúa siendo una demanda de los feminismos.

Mientras tanto duerme en el Congreso, hace ya cinco meses, el proyecto de Ley “Cuidar en Igualdad”. Una iniciativa para crear un Sistema Integral de Políticas de Cuidados de Argentina. Impulsada por el ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, enviada en mayo a la Cámara baja. A pesar de llevar la firma del presidente, pasan los meses y sigue sin aparecer en la orden del día. Las razones que frenan su tratamiento van desde la falta de precisiones en el financiamiento, el desacuerdo en ciertas definiciones conceptuales y el hecho de que los legisladores le den prioridad a otros temas legislativos.

A su paralización se suma la salida de Gomez Alcorta -y la llegada de Ayelén Mazzina al Ministerio-, un día antes del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y no binaries, celebrado en San Luis, dónde la demanda por un sistema de tareas de cuidados igualitario estuvo presente en los debates y en el documento colectivo que le dio incio.
El proyecto de ley Cuidar en Igualdad plantea varios puntos interesantes y de avanzada que prevén poner en el centro a “las que cuidan”, desde lo económico y social. Además fue redactado por una Comisión de especialistas y varias instancias consultivas con sindicatos, cámaras empresarias, organizaciones feministas, LGBTI+, de personas con discapacidad, de la niñez, de las personas mayores y de la economía popular y social. Reconoce el derecho de todas las personas a recibir y brindar cuidados, así como también al autocuidado. Busca en sus lineamientos la generación de puestos de trabajo, está atravesado por la idea de justicia social, proyecta una reactivación económica en el sector y que todas las personas accedan a los derechos de cuidar y ser cuidados en condiciones de igualdad.

Algunos puntos a destacar:


- La extensión de las licencias para personas gestantes a 126 días y de personas no gestantes. También contempla licencias para quienes adoptan y aumentan los días para tratamientos de reproducción asistida, nacimientos múltiples, prematuros.

- La inclusión de monotributistas en las licencias, algo inédito en Argentina

- La creación del registro nacional de trabajadoras y trabajadores del cuidado remunerado y un registro de espacios comunitarios de cuidado público y privado. El Estado debe transferir recursos para salarios cada vez que delegue la responsabilidad de cuidados.

- Lxs cuidadorxs domiciliarios serán contemplados dentro del Plan Médico Obligatorio.

Fuentes legislativas confirmaron a Las 12 que el proyecto de ley, que genera desencuentros incluso dentro del mismo bloque, continúa paralizado por el bajo presupuesto asignado al Ministerio de Mujeres Géneros y Diversidad, durante la gestión de Guzmán. Es por eso que esperan que tenga un correlato con el financiamiento que se proyecta en el presupuesto 2023 y así poder avanzar en el debate. En ese sentido desde un sector del Gobierno consideran que el lobby empresarial es uno de los principales obstáculos para tratarla iniciativa, a pesar de que las condiciones materiales están dadas para su aprobación.

El financiamiento es uno de los puntos que más debate genera. El documento indica que las nuevas licencias serán respaldadas por el Ministerio de Obras Públicas, que debe destinar anualmente al menos el 8,5% de su presupuesto a la ampliación de la infraestructura pública de cuidados del país. Resta saber de qué manera se financiará el pago mensual del Salario Mínimo Vital y Móvil para monotributistas sobre quienes se deleguen tareas de cuidado, el registro nacional de trabajadoras y trabajadoras del cuidado remunerado, entre otros puntos.

La falta de tratamiento de esta ley, refleja una vez más la política legislativa patriarcal que desconoce la prioridad que tiene el rol de quiénes cuidan en la economía. También la urgencia que representa para las vidas de millones de mujeres, lesbianas, travestis, trans a cargo de tareas de cuidados, remuneradas y no remuneradas.