El 23 de octubre falleció Vicente Galli. Tuvo una larga y destacada trayectoria en el campo del psicoanálisis y la Salud Mental en la Argentina. Comenzó siendo parte de la experiencia del Lanús a principios de los ’60. Allí fue Jefe de Consultorios Externos del Servicio de Psicopatología. A la vuelta de la democracia fue Director Nacional de Salud Mental (1983-1989). También fue Profesor Titular del Departamento Salud Mental de la Facultad de Medicina (UBA), entre 1987 y 2004. Y un largo recorrido como psicoanalista, que incluyó ser miembro fundador de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis (SAP).
A Vicente Galli, in memoriam
El analista que cambió dos veces mi vida.
La primera, no lo supo hasta muchos años después. En los 80, con el regreso de la democracia, fue Director Nacional de Salud Mental. Un cargo que Raúl Alfonsín le había ofrecido a Mauricio Goldenberg, quien había sido el Jefe de Servicio de “El Lanús”, lugar paradigmático de las reformas en Salud Mental en la Argentina. Goldenberg no aceptó. No quería volver a vivir en la Argentina. Se había exiliado en Venezuela durante la última dictadura luego del asesinato de dos de sus tres hijos. Lo dejó a Vicente, uno de sus discípulos. Un “lanusino” para llevar adelante una reforma luego del período más oscuro de la historia del país. Entre los diferentes proyectos de inspiración “lanusina” que llevó adelante, estuvo crear las Residencias Interdisciplinarias en Salud Mental (RISaM) en distintos lugares del país. Aún existían varios hospitales que dependían directamente de nación, entre ellos, los tres manicomios de la Capital Federal. Las vacantes de residencias para manicomio se transformaron en lugares para la RISaM, cuya primera camada empezó en 1986.
Terminé mi Facultad de Psicología en la UBA, en 1988. En esos momentos estaba entre dedicarme a la música y a la psicología. En algunos meses terminé eligiendo sumergirme en la psicología. Amaba la música, pero no para trabajar de músico. En los inicios del ’89 sabía que quería entrar en una Residencia de Salud Mental. Me inscribí y vi las pocas opciones que tenía como psicólogo: el Hospital de Niños y la llamada RISaM. Fui a una charla donde contaron de qué se trataba y no tuve dudas, era mi lugar. Jamás podré saber qué hubiera sido de mí de no haber atravesado dicha experiencia. Fui parte de la última camada, la del 89. La siguiente gestión decidió que para entrar en los ‘90 había que volver a los manicomios y clausurar la interdisciplina y la Salud Mental. Así fue el “fin de la historia” en Salud Mental en la Argentina. Con nombres que prefiero olvidar. Las RISaM fue un caldo de creatividad en lucha. Aprendimos a batallar en todos los niveles para conservar el proyecto, y ganarnos la herencia de ser “hijos” del proyecto del Lanús. Habitamos un “no lugar”, como lo había definido Vicente, ya que no teníamos lugar de “residencia”, sino diversas rotaciones por los distintos niveles de atención. Compartimos capacitaciones con médicos, terapistas ocupacionales y trabajadores sociales. Con actuales amigos, pares generacionales con quienes nos ayudamos ayer y hoy. Conocimos una enorme cantidad de experiencias, docentes, supervisores y lugares. Una docente de la residencia fue quien me recomendó a Topía, por mis ganas de escribir y producir, que habían tenido un espacio inédito en la RISaM. Le sigo agradecido. Encontré mi Topía, mi lugar. Un espacio que permitió multitudes de experiencias, entre ellas, la investigación que dio lugar a los dos tomos Las Huellas de la Memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en los ’60 y ’70, junto con Enrique Carpintero. En ese largo camino pude saber algunas cuestiones más de su historia. Y de la mía.
La RISaM me cambió la vida. Su creador lo supo mucho tiempo después.
En 2008 estaba buscando un nuevo analista para una crisis personal. Y mi querido Enrique Carpintero, que lo había conocido en otro de los proyectos de su gestión, el Plan Piloto Boca-Barracas, me sugirió que lo llamara. Tenía cierto resquemor. Sentía como consultar a un padre que nos había abandonado a pocos meses del nacimiento. Y así empezó la segunda vez.
La primera entrevista escuchó mis angustias. Sólo recuerdo una intervención que me sorprendió: “en este momento, cambió su voz, está hablando en otro tono”. No puedo decir donde tocó. Sí su escucha musical vibró con la mía. Finalmente, de un análisis sabemos algunos resortes concientes, pero gran parte del partido se juega de forma inconsciente. Y así comencé un análisis de algo más de 10 años. Solemos describir con escuetas palabras cambios tectónicos de nuestra vida. Superar inhibiciones que jamás hubiera imaginado. Encontré una voz propia en todos los sentidos, con todos los sentidos. Me reencontré con la música. Me acompañó en la paternidad. Tenía una forma de trabajo clínico que permitió llegar a lugares que no había soñado. Y soñarlos. Alguna vez ante mi insistencia quejosa de sentirme “fallado”, me sorprendió diciéndome que en las fallas geológicas son justamente los lugares donde surge la vida y las culturas. Y pudo sostenerme durante mis crisis y reconciliarme con mis fallas.
La segunda vez supo que me cambió la vida. En realidad, me ayudó a encontrar la propia. Se lo pude agradecer varias veces y de distintos modos.
Me enteré que ha fallecido. Quizá me ayude a cambiar mi vida por tercera vez. Será como la primera, no lo sabrá. Pero siempre estará conmigo.
Alejandro Vainer es psicoanalista. Coordinador general de la revista Topía.
(Publicado originalmente en Topía).