“Los zapatos campesinos” de Van Gogh revelan los significados que producen las ausencias. Exhibe una realidad que se encuentra más allá del cuadro. La ausencia fortalece el recuerdo de quien no está presente: la campesina que los usa, sus pies cansados, los embarazos, sus rutinas. Esos zapatos toscos, pesados, deformados cartografían el andar cansino de la aldeana y un apego a la tierra que ya no existe. Señales de una comunidad preindustrial.
Esta interpretación heideggeriana fue confrontada por Fredric Jameson con la suya sobre “Los zapatos de polvo de diamante” de Andy Warhol. También son calzado de mujer. La intención fue analizar como la representación estética connota condiciones de existencia de las usuarias y su época histórica. El calzado de la campesina muestra un espacio semiautónomo por derecho propio que forma parte de una nueva división del trabajo desde el poder capitalista.
Los zapatos campesinos, desde sus tres dimensiones, recrean un mundo no presente que constituye contextos de vida. Desde una postura neorromántica sería un potencial originario de la obra de arte. Pero Jameson lee en los rústicos botines las desventuras de la enajenación y la explotación de la mujer. Luego traslada su investigación a la época posmoderna, hacia otros calzados de mujer: “Los zapatos de polvo de diamante”, fútiles y brillantes, de dos dimensiones, chatos, que evocan superficialidad.
Los zapatos de Warhol desacralizan la gran pintura moderna. Una ironía. Se trata de objetos empeñados en no portar más mensajes que su simple mostración. Se asumen como representación. No son dos zapatos, son mucho pero ningún par, son diferentes. Impecables, no usados, una imagen publicitaria. Se trata de un arte que no intenta develar la vida sino de parodiar la publicidad y evocar ausencias: nunca aparecen las que calzarían ese calzado ni en la sublimidad de Van Gogh ni en la purpurina de Warhol.
También se encuentran zapatos vacíos de mujer como signos que marcan ausencias en el arte del tercer milenio. “Zapatos rojos” de Elina Chauvet es una obra testigo de una forma de arte que, como las antes citadas, dan cuenta de circunstancias históricas.
El proyecto Chauvet se inició en 2009, consiste en tres y tres pares de zapatos rojos donados por mujeres de Ciudad Juárez e instalados en la avenida Juárez, que conecta con Estados Unidos. Un devenir estático de zapatos rojos. La hermana de la artista fue víctima de violencia de género. El duelo la inspiró. Concibió la obra como una marcha silenciosa que evoca la ausencia de mujeres asesinadas por el patriarcado. La instalación impactó en la sociedad y en cada nueva exposición aumenta la cantidad de zapatos por la donación espontánea de más y más mujeres. Ha recorrido diversas ciudades de México y del mundo. En 2016 la autora presentó su obra en Buenos Aires, en la Feria Arte Espacio, en San Isidro.
Finalizada cada muestra, los zapatos que se encuentran en condiciones de uso son donados a quienes puedan necesitarlos. La autora manifiesta que el rojo evoca la sangre, pero también el corazón de la esperanza. Por tratarse de una obra conceptual viaja por el mundo sin presencia “material”. Suele haber exposiciones de “Zapatos rojos” en diferentes ciudades al mismo tiempo.
La orfandad de esos zapatos “sangrantes” intensifica la evocación de las desapariciones. A las mujeres no se las representa, se las alude elidiéndolas. Esos zapatos “marchando” desde la inmovilidad rememoran el contundente vacío dejado por las víctimas. Sus cuerpos maltratados, sus hijos, sus ilusiones, sus amores. Y si bien desde lo obvio la instalación podría remitir a los “Los zapatos campesinos” de Van Gogh y su rememoración de la mujer que cada día sale a trabajar con ellos, desde la sublimación reverberan también destellos de “Los zapatos de polvo de diamante” de Warhol, por la fría evocación de la ausencia, por la alusión a objetos sin personas. La mujer convertida en objeto ausente flota sobre los zapatos desangelados.
En “Cajas de zapatos vacía” del mexicano Gabriel Orozco desaparecen también los zapatos. Esta obra conceptual fue expuesta en la Bienal de Venecia de 1993. Se trata de una caja de zapatos común y corriente, abierta y con la tapa debajo, de la forma en que usualmente se coloca la tapa. Pero no hay zapatos, sólo vacío. Sin embargo, al verla solitaria y como abandonada en medio de un gran salón de exposiciones artísticas, esa caja interpela al visitante. Nadie permanece indiferente. Sorprende –como corresponde a algo que tenga que ver con el arte– pero también indigna y enfurece. Recibió insultos, incredulidad, vandalismo (la pateaban, la pisaban).
Posiblemente éste sea el límite de la sublimación. Sublimar es abstraer, apelar a símbolos en lugar de representaciones, evocar ausencias antes que presencias. Pero se trata de ausencias que patentizan presencias. Entre “Los zapatos campesinos” y “Los zapatos de polvo de diamante”, pasando por “Zapatos rojos”, llegamos a “Caja de zapatos vacía”. La secuencia ilustra un ciclo de arte que arranca del moderno, se transforma en el posmoderno y produce otro giro en el contemporáneo. La sublimación ha llegado a su punto cero, la representación plástica le dejó lugar al concepto vacío, ese que se podría llenar con cualquier contenido. La oquedad de la caja podría evocar un calzado no discriminado. Sin género o apta para cualquier clase de seseo.
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La abstracción del sentido fue una de las aspiraciones del arte moderno. El objetivo era sublimar la cotidianeidad. Pero incluso en la radical subversión del sentido, la obra de arte es un potencial que amplía los límites de la subjetividad y también del sentido. Se descubre un valor que trasciende la realidad vulgar. La síntesis estética libera potencias encapsuladas en las construcciones aparentemente sólidas del sentido común. La astucia del arte es hacer crítica social (frecuentemente) sin proponérselo. ¿Se daría cuenta Van Gogh que sus zapatos de campesina revelan una repartición misógina del trabajo? ¿Warhol dimensionaba la intensidad de su exposición desencantada de una época decadente? Elina Chauvet, por su parte, compuso su instalación con espíritu crítico. La marcha de esas mujeres invisibles, intangibles y ausentes sigue resonando y estimulando a nuevas resistencias.