El extraño               8 puntos

The Stranger; Australia, 2022.

Dirección y guion: Thomas M. Wright.

Duración: 117 minutos.

Intérpretes: Joel Edgerton, Sean Harris, Jada Alberts, Cormac Wright, Steve Mouzakis.

Estreno en Netflix.

Si a algo no se parece el segundo largometraje del australiano Thomas M. Wright, que debutó hace varios meses en una de las competencias paralelas del Festival de Cannes, es al típico producto de plataformas de streaming con temática de asesino serial. Su lanzamiento en Netflix hace algunos días, sin embargo, catapultó a El extraño al tope de visionados en gran parte del mundo, una de las bondades del algoritmo de la gran N, al menos para los productores de la película. También para el espectador abierto a experiencias alejadas de las fórmulas trilladas: más allá de estar basado muy libremente en un caso real ocurrido hace unos diez años en la tierra de los canguros, el de Wright es un policial atípico, denso, oscuro en un sentido poco frecuente en los policiales, de ritmos aletargados pero siempre tensos. Los primeros quince minutos hacen pensar que el protagonista absoluto será un tal Henry Teague, un notable Sean Harris que, con su pelo largo y barba a tono, parece una versión desvaída de un motoquero rutero que conoció épocas mejores.

Henry Teague recorre las rutas australianas en un ómnibus de larga distancia y durante el viaje conoce a otro hombre, a quien ayuda al llegar a destino. La devolución del favor llega bajo la forma de una oferta laboral, obvio eufemismo para actividades no del todo legales que involucran pasaportes falsos o algo por el estilo (la claridad no es uno de los elementos centrales de El extraño, al menos en su primera etapa). Henry acepta pero advierte que no desea hacer nada violento; estuvo preso un par de veces por distintas razones y quiere dejar todo eso atrás. El hombre que provee el contacto debe irse a otro país y en su reemplazo llega Mark Frame (Joel Edgerton, conocido por los fans de Star Wars como Owen Lars), otro pelilargo de barba tupida cuyo apellido ofrece una pista sobre sus actividades. Es que tanto su antecesor como Mark son policías encubiertos y “frame” puede traducirse como “incriminar”. Y en eso parece andar el verdadero protagonista de El extraño: intentando que Henry confiese un crimen del pasado, el horrible asesinato de un niño cuyo cuerpo desapareció sin dejar rastros.

Pero, ¿tuvo Henry algo que ver con ese horrible hecho? ¿O acaso Mark está en realidad infiltrando una red criminal que atraviesa el país de punta a punta y Henry es apenas un peón sin demasiada importancia, una simple excusa? Wright propone un relato por completo alejado del policial “de procedimiento”, y las escenas paralelas en las cuales una dupla de policías avanza en la investigación apenas si ofrecen algo de información con cuentagotas. El eje está puesto en la construcción de un tono ominoso, pesimista, y al tiempo que la relación entre ambos hombres comienza a afianzarse –siempre con algo de recelo y un poco de extrañeza– la vida personal de Mark parece ir pulverizándose lentamente.

Más allá del homicidio, del juego de policías y criminales, El extraño es una película sobre la identidad y su inherente fragilidad, apoyada en una dirección de fotografía jugada al límite de la oscuridad (un buen televisor es condición excluyente para absorber la experiencia, aunque su lugar ideal es la pantalla de cine). Cerca de la clausura, cuando las piezas del rompecabezas terminan de encastrar y la trama se hace relativamente transparente, El extraño dibuja una silueta más convencional y, por lo tanto, tranquilizadora. Pero antes de esos quince minutos finales en los cuales las explicaciones iluminan parcialmente las tinieblas, el espectador ha asistido a la vivisección de un trauma. El del film de Thomas M. Wright, un nombre para tener en cuenta de aquí en más, es un realismo tan extrañado como perturbador. El cine –se sabe, aunque a veces se olvida– siempre es algo más que contar una historia.