Buscarita Roa vive en La Boca. Atiende el portero pero tarda en abrir, se está arreglando. Usa tacos, incluso a la mañana temprano. Amable y cálida, ofrece a sus invitados algo para tomar y comer y los hace sentir como en casa. Vive en un edificio a tres cuadras de la cancha de Boca Juniors, el corazón de su barrio y a treinta cuadras de la sede central de Abuelas de Plaza de Mayo donde, sin dudas, se encuentra buena parte del suyo.
Su corazón la trajo también a la Argentina cuando su hijo, José Liborio Poblete, decidió venir solo a Buenos Aires desde Santiago de Chile para realizar un tratamiento en el Instituto de Rehabilitación de Bajo Belgrano. A los dieciséis años José había sufrido un accidente de tren que le cortó las dos piernas dejándolo en silla de ruedas. “Mamá, si el Che pudo vivir con asma toda su vida, ¿Por qué no voy a poder vivir sin las dos piernas?” respondió frente a los miedos de Buscarita de que se venga solo a un país y ciudad desconocida.
La relación de José con la política empezó en su infancia. “El tipo tenía una lucidez terrible, era muy comprometido. Yo nunca fui política porque de política no sé nada. Pero mi hijo era político desde que nació porque tenía cinco años y recitaba poemas que tenían que ver con eso”, recuerda Buscarita. Cuenta, además, que desde chico José le robaba el azúcar, la yerba y el café y se lo llevaba a las villas para luego compartir unos mates con la gente que ayudaba. “Mamá, me decía, nosotros tenemos algo, hay gente que no tiene nada” cita, de nuevo, la madre a su hijo.
Una vez en Argentina, José fundó en 1971 el Frente de Lisiados Peronistas, una organización que llegó a convocar a más de 200 militantes políticos durante la década del setenta. Conoció a su mujer, Gertrudis María Hlaczik en el Instituto de Rehabilitación ubicado en el barrio de Belgrano. El 28 de noviembre de 1978 un grupo de hombres con uniformes de la policía de la provincia de Buenos Aires secuestró en su domicilio de la localidad de Guernica a Gertrudis y a su beba Claudia Victoria Poblete. José desapareció ese mismo día.
Buscarita se había mudado a Buenos Aires para estar cerca de su hijo. Cuenta que lo primero que hizo cuando vio la casa de José destrozada y sin nadie adentro fue ir a una iglesia a hablar con el cura y pedirle ayuda, pero ella no era la única, había tres personas más que habían pasado por lo mismo.
En la boca del lobo
“Recorrí todas las comisarías que pude haber conocido. Por supuesto, todo el mundo me decía que no sabía nada”, recuerda. En ese momento trabajaba a dos cuadras de Plaza de Mayo, en el Ministerio de Planeamiento. “Estaba en la boca del lobo, en el noveno piso de ese edificio estaban todos los militares del proceso. Yo entraba, hacía todo lo que tenía que hacer y me iba a buscar a mi hijo. Hasta que llegué a Plaza de Mayo y me encontré con las madres que me invitaron a las vueltas” explica.
Para Buscarita la búsqueda fue incansable y desesperada, en hospitales, comisarías y juzgados. La desesperación la llevó a Campo de Mayo. “Me habían dicho que en Campo de Mayo habían llevado a gente, pero que no podía ir porque era algo militar y no me iban a dejar pasar. Fui igual y hablé con un militar jovencito en la puerta y me dijo que no se podía pasar. Sin embargo, cuando hubo un cambio de guardia me metí y me fui corriendo para adentro” cuenta con los ojos llorosos. “No se veía un alma, solamente se escuchaban los tiros de las prácticas militares. Yo quería ir hasta ahí pero no llegué, era enorme” explica.
Al salir la vio el guardia y le preguntó qué hacía en ese lugar. Contestó que estaba buscando a su hijo desaparecido y creía que lo podía encontrar ahí. “Señora váyase, por favor, y no venga más a este lugar. Debería arrestarla en este momento y si me ven hablando con usted, me matan”, le dijo el guardia.
Claudia
El semblante de Buscarita cambia cuando empieza a hablar de su nieta, Claudia Poblete Hlaczik, encontrada en diciembre de 1999 a los veintiún años. “El juez (Gabriel) Cavallo me dice: ¿Quiere conocer a nieta? Está acá.” Entonces la vio. “Hola Claudia, yo soy tu abuela por parte de tu papá” fueron las primeras palabras que le dijo a su nieta. Buscarita le entregó a su nieta una caja con fotos en la que aparecía ella de chiquita. Claudia siempre había tenido dudas de su identidad debido a la edad avanzada de sus apropiadores: un represor del batallón 601 llamado Ceferino Landa, y su esposa, Mercedes Beatriz Moreira. Al ver las fotos, cuenta Buscarita, Claudia no tuvo dudas de que era ella.
El acercamiento con su nieta fue un proceso largo y de respeto a los tiempos de su nieta. El hijo de Buscarita, Fernando, tuvo un papel importante a la hora del acercamiento con Claudia. "Su tío la iba a buscar a la salida de la universidad para poder hablar, sin respuestas, hasta que un día, le ganó por cansancio", cuenta Buscarita.
En el segundo encuentro con su nieta, Buscarita le entregó más fotos a y un poema que siempre recitaban sus padres. La relación fue avanzando de a poco hasta que el tío de Claudia le preguntó si había algo que siempre había deseado y no había tenido. A ella nunca le faltó nada material, pero había algo que siempre había querido: un perro. Y eso tuvo. “Mi hijo le dijo: Vamos a dejarlo en la casa de mi mamá que tiene una casa grande, pero vos vas a tener que cuidarlo porque ella trabaja todo el día”, cuenta Buscarita. De esa manera, su relación se fue afianzando de a poco.
El día que enjuiciaron a su apropiador la nieta de Buscarita tuvo que dar testimonio. Se presentó como Claudia Poblete Hlaczik. “Eso lo dijo todo”, dice la abuela. Actualmente, Claudia trabaja en Abuelas en la búsqueda de los nietos que quedan por encontrar.
El legado de Abuelas
Buscarita cuenta que las abuelas van cada vez menos a la asociación, ella es la más joven con 85 años, y que el trabajo y su legado se están pasando a sus nietos para que sigan con la búsqueda. “Representamos el amor que le tenemos a los nietos, que los buscamos porque los queremos y que no nos importa que no sean nuestros nietos. Cuando encontramos a un nieto, es el nieto de todas.”
Este martes, la Embajada de Chile conmemoró a la única Abuela y Madre de Plaza de Mayo chilena y el encuentro con Claudia. La homenajeada llegó de la mano de su nieta, de su bisnieto de nueve años y, de su amiga y compañera de lucha, Estela de Carlotto. En la embajada, la recibieron la embajadora chilena, Bárbara Figueroa, y la Ministra de Relaciones Exteriores chilena, Antonia Urrejola (foto). “Soy una madre, una abuela más de todas las que han luchado buscando a sus hijos y a sus nietos” dice con humildad. Sin embargo, reconoce que ese acto sirve para hacer saber al mundo que todavía quedan muchos nietos por encontrar y que la lucha continúa. “Esto demuestra que no tenemos que bajar los brazos, esto demuestra que las luchas son largas e intensas pero que tenemos que seguir adelante”, agrega.
Una vez terminado su discurso, Buscarita le tira un beso y una mirada cómplice a su compañera Estela, quien también dijo unas palabras en honor a, según ella, su hermana. “A pesar de haber tenido una vida de pérdidas, Buscarita nunca pensó en el odio y en la revancha” dice la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. “Ya estamos muy mayores y nos cuesta caminar. Pero usamos el bastón porque nunca nos vamos a arrodillar. Nunca”
Buscarita Roa, vicepresidenta de Abuelas, madre y abuela que luchó desesperadamente porque le devuelvan a su familia. Cuando le piden que se ponga el emblemático pañuelo para la foto, lo va a buscar a su cartera, con la que sale siempre, desde hace cuarenta y cuatro años.
Informe: Sofía Troiano