El dato es público, pero merece al menos un pequeño análisis, una vuelta más de rosca. Hace exactamente doce años, al momento de partir y dejarnos un poco más huérfanos, Néstor Kirchner era diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires. Néstor era un bonaerense adoptivo. Amaba su provincia natal, que duda cabe, pero un fuerte lazo emocional lo unía a esta otra.

Uno no hace el cambio de domicilio cada vez que se muda. Lo habitual es lo contrario. Se suele conservar el domicilio por razones sentimentales. Para hacerlo, no basta con la conveniencia política. Tiene que haber algo más, algo de carácter emocional, identitario, casi tan fuerte como lo que une al distrito de origen. Y Néstor, al final de su vida política, fue primero candidato y luego diputado por Buenos Aires. Nada más. Nada menos.

Néstor era orgullosamente pingüino. Lo declaraba en cada oportunidad, lo reivindicaba. Pero es a la vez indudable que la provincia de Buenos Aires lo forjó y dejó en él una huella indeleble, constitutiva.

Fue en La Plata donde abrazó la política como vocación, como proyecto de vida. Un camino que empezó en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional, una agrupación referenciada en la Tendencia, encuadrado por otro flaco, Carlos Kunkel y nunca abandonó.

Fue también entre diagonales donde conoció a su compañera de toda la vida, con la que forjó su proyecto político, además de su familia, a instancias de otra patagónica. Fue la neuquina Ofelia “Pipa” Cedola, amiga de ambos, la que hizo las presentaciones correspondientes, ante la insistencia de Néstor.

En esta enumeración hay que incluir también su estilo de construcción y conducción política. Néstor nunca dejó de ser intendente. Un gran intendente, tanto que fue después gobernador, presidente y líder regional en el mejor momento del continente, con Lula y Chávez. Pero su estilo -directo, personal, campechano, sin franelas, guante de seda y puño de hierro-, era claramente el que se forma en un municipio, en el llamado “primer mostrador de la política”, ahí donde hay que tener y mostrar músculo, habilidad, liderazgo, porque no hay mediaciones que te protejan. Porque si no te putean. Te morfan.

Tal vez por eso se llevaba tan bien y disfrutaba tanto en compañía de los intendentes bonaerenses, prescindiendo con frecuencia del gobernador de turno. Relaciones no exentas de fricciones, claro, porque hasta eso era parte del juego que más disfrutaba.

Y Racing, claro. Racing Club de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Un club que constituye una forma de vivir, de amar, de disfrutar y de sufrir, todo con la misma intensidad. La vida arriba de un cable de alta tensión.

Los hinchas de Racing somos una diáspora: vivimos en distintas localidades, en distintas provincias, hasta en distintos países, pero nos sentimos en casa cuando cruzamos el puente Pueyrredón, cuando caminamos por avenida Belgrano, nos encontramos en la YPF o nos comemos un choripan cerca del tanque de agua.

Este año fui a Río Gallegos, invitado por la Agencia de Medios Audiovisuales de Santa Cruz, que organizó las Jornadas Rodolfo Walsh por el día del periodista. Sólo pedí que me permitieran ir al mausoleo a presentar mis respetos.

Sobre su féretro, descansan con él pocos objetos. Dos banderas argentinas, una camiseta de Racing (del equipo de José, para mayor precisión) y un ejemplar, ya amarillento, de un diario de sus tiempos de presidente.

El titular principal de la tapa reza “Videla: nuestro peor momento llegó con los Kirchner”. Ese diario es este. Página/12. No podía ser de otra manera.