Siete familias argentinas pueden considerarse afortunadas al formar parte del selecto club de multimillonarios del mundo. Apenas unos pocos clanes conforman este círculo internacional que concentra más de la mitad de la riqueza del planeta.
En la mayoría de los casos, se trata de patrimonios que crecieron y se consolidaron a lo largo de varias generaciones en industrias muy variadas, como la farmacéutica, petróleo, minería, alimenticia, inmobiliaria, aeroportuaria y energética. Sin embargo, han aparecido fortunas generadas por ideas vinculadas a nuevas tecnologías. Cada una tiene un capital que alcanza las diez cifras y entre las siete juntan alrededor de veinte mil millones de dólares.
La historia parece indicar que estas fortunas están condenadas al éxito. No importa el talento de sus herederos, por el mero efecto de la transaccionalidad del dinero destinado a inversiones y los modelos de negocio ya consolidados, con el correr de las generaciones se produce una acumulación de capital constante.
En el mundo
En 2010, el conocido fundador de Microsoft, Bill Gates, creó junto con Warren Buffet The Giving Pledge (La Promesa de Dar), una campaña por la cual ellos y otros multimillonarios se comprometieron a donar al menos la mitad de su riqueza a causas benéficas. En ese entonces, cuarenta estadounidenses se adhirieron a la cruzada. Entre ellos se destacaron Michael Bloomberg, Ted Turner, Barron Hilton, David Rockefeller y George Lucas.
Warren Buffet decidió dejarles solo el 1 por ciento de su fortuna a sus hijos. El empresario considera que así ellos no perderán la ilusión de hacer algo por sí mismos. Por su parte, Barron Hilton, dueño de la cadena hotelera, donó el 97 por ciento a su fundación mientras que el 3 por ciento restante fue repartido entre su familia. Sin embargo, la mediática París y su hermana Nicky no recibieron nada, ya que su abuelo las desheredó en vida por los numerosos escándalos que habían protagonizado.
Muchos artistas también se sumaron a esta nueva moda. El cantante Sting decidió no dejarle nada de sus más de 200 millones de dólares a ninguno de sus seis hijos y afirmó que “deben trabajar y tener éxito por sus propios méritos”. Por último, algo similar pensó el creador de musicales Andrew Lloyd Webber al declarar que el dinero fácil conlleva demasiados peligros y que quiere evitarles esos obstáculos a sus descendientes. “Si los jóvenes se encuentran casi por casualidad con grandes sumas, nada los incentivará a la hora de trabajar”, aseguró.
Impuesto a la herencia
La consolidación de las grandes fortunas va de la mano de la reproducción de la desigualdad social. A medida que esos patrimonios crecen, acumulan un mayor porcentaje de la riqueza mundial y la igualdad de oportunidades se vuelve una mera ilusión.
Para combatir esta situación, muchos países desarrollados implementaron el impuesto a la herencia, un gravamen que se aplica a todo aumento de riqueza obtenido a título gratuito. La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) divulgó un informe en el que revela que 24 de sus países miembro cobran este impuesto con alícuotas muy diversas. En algunos casos, la tasa es bastante alta. Eso ocurre, por ejemplo, en Japón (55 por ciento), Corea del Sur (50 por ciento), Francia (45 por ciento), Reino Unido y Estados Unidos (40 por ciento). En América Latina, ya lo pusieron en práctica cuatro países. Es el caso de Brasil, Chile, Colombia y Ecuador, con alícuotas que alcanzan hasta el 35 por ciento.
La importancia de este impuesto no radica en su recaudación, que nunca llega al 1 por ciento del PBI. Sus defensores argumentan que es una buena herramienta para fomentar la igualdad de oportunidades. Ellos consideran que la herencia y la cesión gratuita de bienes promueven una acumulación que excede al mérito y que repercute negativamente en los mercados al favorecer la formación de oligopolios.
El caso de Estados Unidos es paradigmático. En el 2001, cuando George Bush propuso la derogación del impuesto, un centenar de multimillonarios se opusieron a la idea. Para ello, organizaron diversas manifestaciones y campañas en los principales medios de comunicación del país. En ese entonces, el magnate Warren Buffet dijo: “anular el impuesto es inaugurar una aristocracia de la riqueza y equivaldría a armar el equipo de las Olimpiadas del 2020 con los hijos mayores de quienes fueron medalla de oro en el 2000”.
Argentina tiene una larga historia vinculada con este impuesto. Se sancionó por primera vez en 1801 y desde entonces, funcionó con algunas interrupciones de por medio hasta 1976, cuando fue derogado por el ex ministro de Economía de la dictadura militar José Martínez de Hoz. Las malas lenguas comentan que el funcionario se vio beneficiado al anular este tributo apenas unos días después del fallecimiento de su padre, de quien heredó una importante fortuna.
El impuesto volvió a estar en boca de todos cuando a fines del 2021, el Gobierno argentino reafirmó la posibilidad de que las provincias puedan sancionarlo dentro de sus jurisdicciones a partir de la firma del nuevo Pacto Fiscal. En la actualidad, solo está vigente en la Provincia de Buenos Aires, con una alícuota que llega al 5 por ciento.
Quienes critican la aplicación de este tributo en
nuestro país argumentan que se superpone con el Impuesto a las Ganancias y el
Impuesto a los Bienes Personales. En general, las naciones que ya lo adoptaron
no gravan Bienes Personales. Es una deuda pendiente desplegar una discusión más
profunda sobre qué sistema impositivo y qué combinación de tributos
resulta más conveniente para el futuro de la Argentina.
* Contador público egresado de la UBA