¿Qué hubiera sido del Chino Laborde sin el tango? Walter lo tiene claro: futbolista profesional hasta los 37 o 38. Dibujante publicitario. Incluso, maestro de jardín de infantes. O asistente de dirección en teatro. “Y después hubiese sido cantante de raaack, la gran Mono Burgos”, asegura. Cantante de rock, en rigor, lo es desde adolescente y lo sigue siendo, aunque para muchos su figura esté asociada a varias corrientes del tango o a la pantalla (puso su caripela en Luna de Avellaneda, entre otras). Pero lo cierto es que con el tango lleva ya 25 años profesionalmente (aunque le compartió su vida entera) y celebrará esas “bodas de plata” este viernes a las 20 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772), el templo del tango contemporáneo que él mismo ayudó a formar.
Walter “el Chino” Laborde fue uno de los fundadores de la Fernández Fierro, emblema de la renovación tanguera de fines de los ’90 y también integrante de la típica Sans Souci, además de ser invitado de diversas agrupaciones, como el Sexteto Mayor, y otras rockeras, como Los decoradores (de varios ex-Redonditos de Ricota). La celebración en el CAFF servirá no sólo para festejar, sino especialmente para poner de relieve su faceta autoral. “Yo quiero hacerme cargo de ser autor. Soy letrista de toda la vida con mis grupos de rock. Y ahora ya tengo dos o tres tangos que me gustan”, cuenta el Chino a Página/12.
Por eso el show tendrá dos partes. En la primera, tanguera, espera sorprender a quienes lo asocian con el rock, e interpretará los tangos que más lo influyeron y estos nuevos de su propia factura. En la segunda parte, la rockera, espera desconcertar a quienes lo conocen de traje con los clásicos del 2x4 de toda la vida. Ahí presentará a CÔSMÖNOS, la banda de rock donde es letrista y nuevamente asume el rol de frontman.
La charla con Página/12 es un acelerado ejercicio de recuerdos y proyección al futuro. Desde los tangos ya en la panza de su madre a los tangos “ricoteros” que prepara para 2023 junto al dúo Ranas o el disco de composiciones propias que también tiene en gatera para el año que viene. Y sí, también fue futbolista hasta los 20. “Lo que no dejé de ser nunca fue cantante de rock, que soy desde los 16”, señala. “Eso sí: nací como cantante de tangos porque nací en una casa donde el tango estaba vivo. Mi viejo era bandoneonista, así que ya escuchaba tango en vivo desde la panza de mi madre. Y cuando salí estaba la gente cantando. Se formaban zapadas maravillosas con los vecinos, dos bandoneones, guitarras, violin”, recuerda.
“En estos 25 años como profesional del tango pasó de todo, antes no estaba bien visto cantar tango y rock. Después nos dimos cuenta de que lo interesante era justamente ese cruce, esa cosa que en el fondo era natural pero era vista con prejuicio”, señala. “Después por suerte rápidamente nos encontramos con Omar Mollo, Melingo, Acho y Dolores (Estol y Solá, La Chicana), toda gente que había sido del rock y volvía al tango”, festeja.
“Mirá: yo a los 20 ya laburaba con la música animando fiestas, cantaba temas del Puma Rodríguez, de Chayanne, y tenía mi banda de rock con temas propios, pero sentía que algo me faltaba. Y a los 25 descubrí que eso que me faltaba era el tango”.
Laborde se planta ahí en una generación de la que se sabe parte fundamental. Frontman de la orquesta más emblemática de la renovación de este siglo y también una de las figuras que sirvió de correa de transmisión entre el público del rock y el del tango, pero también del espíritu compartido por muchos músicos que primero se tentaron con la viola eléctrica antes de recalar en el sonido del fueye. “Es mucho más fácil hacer rock que tango –reflexiona ahora el Chino-. El tango tiene unas reglas y exigencias, porque es música popular pero en sus tecnicismos. No se puede hacer un tango con un tono o dos, o con un acorde. Ponele, Manu Chao hizo una gran canción repitiendo una sola frase. En el tango por una cosa así te mandan al paredón. Pero yo quiero traer a mi cumpleaños a la familia del tango y la del rock”.
En estos 25 años también cambió mucho la escena. Muchos de los prejuicios están superados. “Yo convivo con la vanguardia y lo más conservador, porque creo que para experimentar lo nuevo uno tiene que saber de dónde viene, porque sino se corre el peligro de volver por la misma puerta por donde venía”, apunta. “En la Sans Souci imitábamos casi a la orquesta de Maderna y los cantores de su orquesta y con la Fierro paralelamente estábamos rompiendo todo”, cuenta. “Una especie de Jeckyll y Hyde”. El teatro, curiosamente, vino a liberarlo de esa dualidad. “El actor sí puede hacer distintas cosas, me abrió la tranquera. Porque encima empecé a hacer teatro en primera, con Guillermito, Flor Peña, y pude conocer a Longhi, a Mizrahi, cantores que actuaban, bailarines que actuaban, y mucho más. Ahí se me rompió el prejuicio a mí. O perdí el de los demás”, plantea.