El fin de semana pasado concluyó el XX Congreso del Partido Comunista de China con la esperada reelección de Xi Jinping en la secretaría general, lo que habilita a su tercer ciclo presidencial a principios de 2023, y una renovación del Comité Central y el Politburó.
Los medios hegemónicos occidentales se entretuvieron con la tumultuosa salida del plenario del antecesor de Xi hasta 2012, Hu Jintao, como si los juegos del poder político en sus propios países evocaran la sinfonía 38 de Mozart, para no hablar de los resultados concretos de sus gobiernos para las sociedades que dicen representar.
El documento final del Congreso del PCCh no detalla cuestiones económicas, ya definidas, para esta etapa, en el Plan Quinquenal 2021-2025 en curso. Pero sí orienta en cuanto al fortalecimiento indiscutible del Presidente Xi y cómo se ha rodeado de lo más leal a mano para encarar desafíos que están a la altura de los que en su momento tuvieron Mao Zedong y Deng Xiaoping, sus únicos dos antecesores citados por el nombre como bagaje heredado. A esa altura del reto se siente el poder chino actual. Y no le faltan razones, internas y externas.
Pandemia más guerra en Ucrania
Con la pandemia primero, que en China sigue motivando medidas estrictas de cuidado, golpes a la producción y al comercio, cierto hastío en algunos sectores de la sociedad, y la guerra en el corazón de Eurasia después, donde Rusia, su gran aliado, decidió patear el tablero, China como todo el mundo sufrió en la estructura de su economía.
Al tercer trimestre, último dato disponible, crece a ritmo anual de 3,9 por ciento, por abajo del 5,5 por ciento al que aspira el Plan Quinquenal. Pero la producción industrial en septiembre aumentó 6,3 por ciento respecto de 2022, superando expectativas, lo mismo que las exportaciones, al avanzar 5,7 por ciento. En cambio, las ventas minoristas apenas subieron 2,5 por ciento. El desempleo urbano trepó a 5,5 por ciento y es casi el triple en jóvenes de 16 a 24 años que buscan trabajo.
Más allá de lo puntual, la planificación para el lustro en curso fue establecida en octubre de 2020, ya con el Covid-19 encima, pero aún no con guerra. Su objetivo principal fue el de centrar esfuerzos en alcanzar una modernización respetuosa con el medio ambiente y lograr un desarrollo equilibrado entre las áreas rurales y urbanas, con grandes reformas pendientes.
China espera llegar al año 2035 como un “país socialista moderno”, con un ingreso anual por persona equivalente a 30.000 dólares y, quince años después -cuando a mitad de siglo arranque la segunda centuria de la República Popular- como un “gran país socialista moderno”.
Medidas de fomento económico
Por lo pronto, el Gobierno de Xi está ayudando a la economía nacional con bonificaciones fiscales por el equivalente a casi 400 mil millones de dólares orientados sobre todo a la industria manufacturera, las Pymes y las zonas más rezagadas en su desarrollo, infraestructura y nivel de vida. El objetivo es apuntalar el consumo interno, verdadero motor, hace años, del país, sin que por eso se descuide el comercio exterior, en lo que Xi ha llamado economía de “doble circulación”.
Hay también bonos con fines precisos hacia áreas high-tech, redes 5G, trenes de alta velocidad, centros de datos y fabricación de autos eléctricos. Estos son sectores en que China lidera a nivel mundial y que han sido un pilar, entre otros factores de planificación, organización y compromiso del Partido, de la erradicación de la indigencia hace dos años.
Sobre esta base, el documento final del XX Congreso identificó cuestiones que no por retóricas o propagandísticas dejan de marcar el rumbo de la segunda potencia mundial, en vías de ser la primera en este siglo.
Ese texto ubica al “pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era” en el camino que marcara desde “el marxismo-leninismo el pensamiento de Mao Zedong” y “la teoría de Deng Xiaoping”, más otros conceptos a los que no atribuye autores.
Cinco claves del plan de un país socialista moderno
El tercer lugar del podio queda entonces para el propio Xi, quien busca “estratégicamente la construcción integral de un país socialista moderno y el impulso en todos los aspectos de la gran revitalización (o “rejuvenecimiento”, según la traducción, un concepto clave) de la nación china” integrado a la “modernización”.
Esta meta está basado en cinco elementos: la construcción económica, la política, la cultural, la social y la de la civilización ecológica, y ubica al líder como “núcleo del Comité Central y de todo el Partido”.
Uniendo y conduciendo, dice, “al pueblo de las diversas etnias del país (que son 56) en la materialización del objetivo de lucha fijado para el segundo centenario” -la culminación de la construcción integral de un poderoso país socialista moderno-, ello se asienta en desarrollo de la democracia y el socialismo al modo chino, alta calidad de su producción, la economía digital que ha masificado, la innovación con una gigantesca inversión en ciencia y tecnología y una mejor coexistencia con el medio ambiente con “desarrollo verde”, tras los años de violenta polución.
En materia externa, aboga por “la noble causa de la paz y desarrollo de la humanidad”.
Los retos del gigante asiático
Es decir, los desafíos de la nueva conducción encabezada por Xi y seguida por cuadros de su más alta confianza, en un Partido donde conviven maoístas, confucianos, reformistas y conservadores, liberales y ortodoxos, son ciclópeos, más cuando se conduce un país de 1412 millones de habitantes.
En lo interno, las reformas iniciadas por Deng desde fines de los '70 del siglo pasado, en gran parte basadas en los logros históricos de Mao, derivaron en tres desequilibrios básicos, lo cual fue costo inevitable del enorme (e inédito para la humanidad por su profundidad y velocidad) crecimiento que tuvo el gigante asiático: costos y desequilibrios sociales, ambientales y territorial/regionales.
Hu Jintao comenzó a revertir, con su “sociedad armoniosa”, esas consecuencias que se habían profundizado en los '90 en el período más liberal de Jiang Zemin. Y Xi lo profundizó desde 2012 agregándole más energía, mística, protagonismo y mano firme al proceso, lo que no esquivó, al contrario, el castigo a la corrupción que demoraba los logros y hacía perder legitimidad al PCCh, que hoy es muy alta en China. Ahora debe encarar una nueva ola de cambios en la estructura del Estado, en la gobernanza, en la economía y en la sociedad para lograr las metas señaladas
Un futuro de tensión con las potencias occidentales
En el frente externo es donde Xi tendrá retos aun mayores a los que tuvieron Mao y Deng. Hasta la Covid y la guerra en Ucrania, el mundo transitaba una reconfiguración global, un corrimiento del poder y de la creación y circulación de riqueza hacia Oriente relativamente calma. Con tensiones, claro, pero que no afectaban el auge chino y de Asia Pacífico en general y el declive de Occidente registrado en cualquier índice o estadística que se quiera consultar y de la fuente que sea.
El escenario pandémico, con la incapacidad global de organizar de conjunto una solución multilateral, con la guerra de vacunas y otras miserias de los países ricos y sus corporaciones, dio la señal de que el posible diálogo entre ambos mundos se quebraba, entraba en otra pelea. Y la guerra completó el cuadro.
Los sectores occidentales más reaccionarios se abrazan al conflicto (expandiendo la OTAN al Este, creando nuevas estructuras y alianzas militares en el Pacífico y el Índico, intentando romper los lazos entre China y Oceanía, forzando a Europa al atlantismo belicoso y abandonando el camino de la integración euroasiática, reclamando lealtad sin contraprestaciones a América latina) para no perder privilegios o bien para aletargar el reemerger de China y de su entorno. Ese es el conflicto en pugna y el escenario que encarará la nueva dirigencia del gigante asiático.