Dos días después del estreno de Argentina, 1985, compañeres de La Retaguardia nos invitaron a Teresa Laborde Calvo, la hija de Adriana Calvo y a mí (Eva, hija de Víctor Basterra) a ver la película al cine para después hacer una crónica y un vídeo/entrevista de nuestras impresiones. A medida que transcurría el film pasaban muchas cosas por mi cabeza. En este relato nos atrevemos a plasmar algunas pocas sensaciones o las que nos van atravesando a medida que el tiempo avanza y la temática va creciendo.
La primera es sobre la peli en general. Creemos que es un film llevadero, recurrir al humor hace llevadera la temática. Pensamos que el humor es lo que nos ha salvado a muchas de las personas que hemos pasado la dictadura por nuestra vida y por el cuerpo.
Por otro lado, nos parece interesante saber cómo se armó el juicio hasta el día de su comienzo, pero nos parece que le pifia fiero al mostrar a Strassera como un héroe solitario que empieza desde cero a recabar información teniendo que convocar a más gente que viaja hasta La Quiaca y se mete en burro a pueblitos inhóspitos, cuando en realidad las Madres y Abuelas venían haciendo un trabajo de investigación súper riesgoso, las denuncias de los familiares, las declaraciones internacionales de miles de liberados y liberadas, el CELS, etc. Creo que dejar pasar eso debilita la historia y no hace nada de justicia.
Y, por último, la aparición de mi viejo. Y acá nos detenemos y nos explayamos para salvaguardar su memoria y el legado que nos dejó a toda la sociedad. En primer lugar, no nos pareció correcto que no hayan contactado a nuestra familia para, aunque sea, comentarnos que iba a haber una representación en la película. Fue una sorpresa para nosotras que nos hizo ruido desde el vamos.
Por otro lado, todavía no entendemos por qué el director elige mostrarlo de la manera en que lo mostró, dejando un manto de duda sobre su rol en la historia del juicio, poniendo palabras en su boca que nunca hubiese dicho como cuando expresa que “sí, que había sido un empleado de la ESMA pero porque lo obligaban a trabajar”, esa escena no deja en claro lo que realmente sucedía con las personas secuestradas ahí adentro y falta a la verdad: nuestro viejo SIEMPRE se nombró como mano de obra esclava, no como empleado. Que aparezca de esa forma juega con una delgada línea que no permite mostrar la importancia de su declaración en el juicio y el aporte material que hizo, pero además toca un tema que no fue menor para las y los sobrevivientes y es la pregunta del por qué ellos estaban vivos y vivas y los 30.000 no. Para nuestro viejo y la familia eso no fue gratuito, no fue liviano, para ningún sobreviviente lo fue. Porque además no son “sobrevivientes inventados para la película” son personas reales, que sufrieron enormemente ese tema y que el tiempo los enalteció y permitió entender que eran testigos y testigas vivos y vivas del horror, mientras tanto, en esa época temprana a la dictadura todo era sospecha, miedo y dolor. Nos parece injusta su aparición, no se entiende qué son esas fotos que aparecen ahí y su testimonio que duró casi 5 horas queda cercenado a 5 minutos confusos.
Entendemos que una película basada en hechos reales puede tomarse licencias con respecto a la literalidad de la historia, pero creemos que no puede faltar la ética cuando se trata de temas que han causado y siguen causando dolor y cuando se elige citar a personas que han sufrido el “algo habrán hecho” a la hora de desaparecer y el “por algo los habrán liberado” a la hora de convertirse en aparecidos. Debe haber un límite a la hora de relatar que creemos que en Argentina,1985 no está. Sí, es una película que dispara muchas sensaciones y opiniones, pero podría haber sido más amable con la historia de Víctor Basterra, nuestro viejo, sobreviviente del horror y la tortura y luchador incansable para que los genocidas “no se la lleven de arriba”.
*Las autoras son hijas de Víctor Basterra, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada. La documentación que Basterra logró sacar de ese campo de concentración, arriesgando su vida, fue fundamental para ponerles cara y nombre a los genocidas.