La marcha sobre Roma fue rápida, un tanto caótica, aunque efectiva para tomar el poder. Partió desde ciudades como Florencia, Pisa, Cremona y otros municipios del norte italiano el 27 de octubre de 1922. La horda de camisas negras sabía lo que haría en los días siguientes. Benito Mussolini había arengado a su tropa fascista en la plaza del Plebiscito, la más importante de Nápoles, el 24: “Roma o morte”, gritó con su gestualidad marcial. Pero el Duce, viajero impenitente, recién entró a la capital el 29 y no lo hizo a pie. Se trasladó en tren desde Milán para formar gobierno a pedido del rey Víctor Manuel III. El ocasional profesor de magisterio y periodista que editaba su propio diario – Il popolo d’Italia (El pueblo de Italia) – empezaría así su aventura totalitaria desde el aparato del Estado. La que podría sintetizarse en el espíritu de un libro de la época, convertido en material gravitante de la cultura del régimen después: Libro e moschetto, fascista perfetto (Libro y mosquete, fascista perfecto).
El celebrado cineasta Dino Risi hizo una sátira sobre la marcha (La marcia su Roma) en 1962. (https://mubi.com/es/films/the-march-on-rome/trailer) Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi son sus dos principales intérpretes. Domenico y Umberto en la ficción. Dos tipos desorientados arrollados por un fenómeno que no alcanzan a comprender en su totalidad. La composición de época que tiene la película, la escenografía y los uniformes fascistas de sus atribulados personajes, son la representación paródica del movimiento que gobernó durante poco más de dos décadas. Il Ventennio nero, como se conoció al período de Mussolini en el poder. Ya en la década del ’60, el cine del neorrealismo había dejado paso a este tipo de comedias picarescas que se tomaron al fascismo en solfa. Una prerrogativa de la ficción.
La historia demostró que el estado italiano, sus desacreditados partidos políticos y una monarquía de baja intensidad, la casa de los Saboya –la ciudad de Buenos Aires recuerda a uno de sus miembros en una calle, Humberto 1°-- subestimó al movimiento de camisas negras. ¿Habrá algunas semejanzas con la actualidad?
El Duce vio facilitada su maniobra en aquellos días de octubre de 1922 por una decisión del rey. El primer ministro Luigi Facta, periodista como Mussolini pero liberal, le pidió a Víctor Manuel III que firmara el decreto del estado de sitio para evitar que los fascistas llegaran a Roma. El monarca se negó y desató la caída del gobierno. Sus razones aún son hoy materia de discusión para los historiadores. El ejército que reprimiría al movimiento tenía demasiados integrantes que hubieran cambiado sus uniformes por las camisas negras. Otro motivo que se invoca es el papel del duque de Aosta, Manuel Filiberto y primo del rey. Éste temía que su pariente pudiera arrebatarle el trono. Su simpatía por el Duce era conocida y tuvo su retribución. Sería nombrado mariscal de Italia en 1926 aunque falleció cinco años después.
En 1945 Víctor Manuel III le explicó a un grupo de senadores otra razón posible para el meteórico advenimiento de la dictadura. Declaró que quiso “evitar un derramamiento de sangre”. Lo que no pudo evitar y acompañó fue el llamado Ventennio nero. Emilio Gentile, uno de los historiadores que mejor investigó al movimiento y autor del libro El fascismo y la marcha sobre Roma: el nacimiento de un régimen (Edhasa, 2015), lo describe así:
“En apenas tres años de vida como movimiento, en un solo año como partido, con un grupo de jefes jóvenes sin experiencia alguna de administración y de gobierno, mediante la violencia el fascismo logró derrotar y desbandar a poderosas fuerzas organizadas que tenían tres décadas de vida; logró engañar a astutos políticos y gobernantes de larga trayectoria y consumada experiencia; logró quitar el monopolio de la fuerza, la autoridad y el prestigio a un Estado que había salido vencedor de la prueba de una guerra mundial, y finalmente consiguió conquistar el poder proclamando de manera abierta que lo usaría para destruir el Estado liberal y la democracia”.
Mussolini, socialista en su primera militancia, fundó en 1919 los llamados Fasci Italiani di Combattimento. Cuando convocó a marchar sobre la ciudad eterna bajo la consigna “O nos dan el gobierno o iremos a Roma a tomarlo”, tenía 39 años. Pero no era un bisoño de la política. En su temprana juventud había sido influido por las ideas socialistas de su padre Alessandro, herrero de oficio. Él eligió su primer nombre en homenaje al patriota mexicano Benito Juárez, luchador contra la segunda intervención del imperio francés y presidente de su país.
El docente y periodista que ya ejercía el oficio desde los diarios socialistas Avanti y Il Proletario, y Il popolo d’Italia después, se radicalizó hacia la derecha. Había quedado marcado por su intervención en la Primera Guerra Mundial como soldado raso. Estuvo a favor de que su país se involucrara en el conflicto entre varios imperios. Mudó de posición después de haber pregonado la neutralidad del PSI. En castigo lo expulsaron del partido socialista.
La metamorfosis del Duce incluye su relación de amor-odio con Gabrielle D’Annunzio, el poeta en que inspiró una parte de su ideario. Suelen decir los especialistas en este turbulento período de la historia, que si los fascistas desfilaron en camiones, trenes y a pie en su marcha sobre Roma, se debe en parte a que copiaron una aventura militarista del escritor. Fue la toma de la ciudad de Fiume, el 12 de septiembre de 1919. Había sido parte del imperio otomano primero, luego del reino de Hungría, pasó de manos a lo que sería Yugoslavia después y finalmente se convirtió en la Rijeka de la actual Croacia.
D'Annunzio la invadió con un grupete de aventureros con la excusa de que la mayoría de su población era o se auto-percibía italiana y la ciudad portuaria del Adriático tenía un nombre afín. Duró lo que duró como un proyecto de protoestado fascista. Bajo la dictadura de Mussolini y hasta su recuperación por el ejército del mariscal Tito que le devolvió su nombre en 1947.
Esa ocupación de paramilitares y desertores italianos liderados por un escritor fue un anticipo de lo que se vendría en Italia. La marcha sobre Roma finalizó el 30 de octubre de 1922 con la entrega del gobierno al admirador de D’Annunzio. El partido fascista que apenas tenía una bancada de 35 diputados sobre 535 -poco más del 6 por ciento-, después del desfile de camisas negras frente al Palacio del Quirinal desparramó sus aires de grandeza por la Europa de entreguerras.
Un año después de su nacimiento, en 1920, le saldría un retoño. El Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP). La tragedia del mundo ya tenía plantado un mojón en aquella Italia cuasi feudal después de aquella marcha que Dino Risi filmó en clave paródica.