La exposición Noé: Mirada prospectiva que se inaugura hoy en el Museo Nacional de Bellas Artes, reúne un centenar de trabajos entre dibujos, pinturas, instalaciones y libros, realizados durante seis décadas (1957-2017) y hace foco en los aspectos centrales de la obra del gran artista argentino. La muestra da cuenta del paso de su teoría del caos a la práctica, para transformarse en una “estética del caos”.
Su trabajo presenta una continua obsesión por desentrañar el devenir, donde el pasado hace eco en el presente y se proyecta hacia el futuro, de ahí el título Mirada prospectiva.
En la exhibición pueden verse numerosas obras inéditas, como algunos dibujos de la serie Estampas del norte (1957), una selección de la serie Dibujos en terapia (1971) y la obra Hoy, el ser humano (2016). La enorme instalación Entreveros (2017), que abre la muestra con gran impacto, fue realizada especialmente para esta exposición.
El guión curatorial se aparta del orden cronológico tradicional –retrospectivo– y plantea tres claves de lectura que pueden rastrearse en su trabajo: la conciencia histórica –el artista como testigo de época la evoca en su obra a través de la cita, la denuncia y la ironía–, la visión fragmentada –el modo en que Noé divide la obra para mostrar realidades o visiones simultáneas–, y la línea vital. En esta última constante, puede seguirse la línea a mano alzada que recorre el papel y la tela, desde 1957 hasta la actualidad.
En los años setenta, la línea y el color se unen en sus obras para iniciar un camino de superación de los límites entre el dibujo y la pintura, que será su sello distintivo en las obras del siglo XXI. Este uso de la línea lo ayudará a dar concepto visual a su idea de caos como cambio permanente.
El artista produce incansablemente obras que buscan asir el dinamismo y la complejidad que observa. El caos impulsa su motor creativo, pero ¿Qué es el caos para Noé?. En su libro Antiestética (1965) –reeditado en 1988 y en 2015– el artista lo definía como “ausencia de todo orden conocido como tal” y, años después, en el libro Noescritos, sobre eso que se llama arte (2007) concluía que “asumir el caos es asumir ese orden al que nos negamos en defensa de uno anterior” .
Luis Felipe Noé es un artista reconocido por el público, por sus colegas, discípulos y por la historia del arte argentino desde los años sesenta, que junto al grupo Nueva Figuración, entre 1961 y 1965, logró superar la división entre figuración y abstracción, instalada en la escena artística del momento.
En 1962 Noé inició su planteo de visión quebrada, en donde la construcción y deconstrucción de la obra lo guiaban para plasmar la imagen del mundo que deseaba mostrar, con cortes, recortes y pliegues que comenzaron a yuxtaponerse hasta convertirse en instalaciones que inundaban el espacio.
Luego de haber ganado los galardones que lo llevaron a vivir en Paris y Nueva York, en 1965 escribe el citado libro Antiestética que resulta una suerte de manifiesto respecto del rol del artista frente al hecho creador y su contexto histórico.
Noé presenta la peculiaridad de provocar con convicción, y ese espíritu lo llevó, en 1966, estando en la cresta de la ola de su carrera artística, a tomar la decisión de “abandonar” la pintura durante nueve años, con la idea de que el arte debía disolverse en la vida.
La repercusión de aquella decisión llevó a muchos historiadores a generar un recorte valorativo de su producción artística entre 1959 y 1966, sin tomar en cuenta la acción artístico-política que sostenía el artista. Para otros, tampoco fue suficiente cuando, a partir de 1975, volviera a pintar con planteos de nuevas rupturas, con mayor complejidad y menos citas a la historia del arte universal.
Durante aquellos nueve años, sin embargo, Noé siguió produciendo, cerca de un centenar de dibujos, investigaciones con espejos, dos libros publicados (Una sociedad colonial avanzada en 1971 y Códice rompecabezas sobre recontrapoder en cajón desastre, en 1974) y otro, aún inédito: El arte entre la tecnología y la rebelión.
Con tenacidad y convicción logró afrontar los avatares que había producido su decisión. Durante los años 80 y 90 enfrentó la supuesta muerte de la pintura con su mejor arma: el pincel.
El iniciarse este nuevo siglo Noé consolida sus búsquedas al unir el dibujo y la pintura, y permitirse libremente las citas necesarias para desarrollar su discurso visual.
La presente exposición nace luego años de trabajo junto al artista. Esta experiencia influyó en mi trabajo curatorial frente a su obra. No puedo dejar de lado un análisis sobre su proceso creativo, y sobre aquello que más me interesa: la relación entre su imagen –pintura, dibujo e instalaciones– y su escritura –ensayos, novelas, prólogos–.
Teniendo en cuenta los proyectos realizados sobre la obra de Noé en las últimas seis décadas y los cuatro antecedentes de las exhibiciones en el propio Museo Nacional de Bellas Artes (del Grupo Nueva Figuración en 1963 y 2010; la retrospectiva de Noé en 1995 y la muestra del envío de Noé a la Bienal de Venecia, en 2009) me propuse tratar el tema clave de su obra: el caos.
Para esto hay que tomar en cuenta algunas ideas que nos ayudan a pensar el tema desde la ciencia. A mediados del siglo pasado, diferentes estudios científicos incluyeron como parte del pensamiento racional aquello que no puede preverse. En adelante, la inestabilidad y la indeterminación pasaron a ser factores clave fuera de las condiciones de equilibrio. Este cambio de paradigma formó parte del pasaje de la modernidad a la posmodernidad.
En sintonía con el pensamiento científico, Noé concibió desde entonces la inclusión del caos dentro de la teoría y la práctica artísticas. El caos es la forma que encontró el artista para referirse a la dinámica de lo imprevisible y la complejidad de lo inestable.
Enfrentó el desafío de expresar en imágenes la inestabilidad y la imprevisibilidad del mundo. En algunos casos ha utilizado lo inabarcable a los ojos en una imagen, en otros la complejidad visual.
Al pensar el diseño de montaje resultó crucial iniciar la muestra con la instalación Entreveros (2017), que Noé realizó durante seis meses, especialmente para esta exposición, con la colaboración de un equipo de profesionales de su confianza (Natalia Revale, Andrea Allen, Florencia Wagner, Fernanda Miranda, Ariel De la Vega, Fabián Lopardo, Alejandro Obuljen y Guillermo Ramis).
En Entreveros, la complejidad será el factor expresado con mayor énfasis. El espacio y la inclusión del punto de vista del espectador, es lo que marca la dinámica. Esta obra le permite orquestar todos los planteos, aquellos que desde los sesenta cautivan y provocan al espectador. Es una obra que pone en juego la inestabilidad: resulta imprevisible la manera en que el artista transforma el lenguaje plástico a cada paso que se recorre la obra. Las tres constantes que estructuran la muestra se ven condensadas en esta imponente instalación que presenta una imagen de quiebre, en momentos en que la espiral del caos vuelve a estallar ante nosotros.
Esta exposición pone a un lado la cronología para hacer convivir obras de distintas épocas y poner en tensión el propio discurso visual del artista, demostrando que el Noé de los 2000 no tiene nada que envidiarle al de los 60. (Desde las 19 de hoy y hasta el 20 de septiembre, en el MNBA, Avenida del Libertador 1473.)
* La autora es curadora de la exposición