De Quincey, Coleridge, Poe, Gautier, Baudelaire, Nerval, Hugo, Novalis, Bulgakov,Jünger, Maupassant, Freud, Nietzsche, Benjamin, Cocteau, Artaud, Michaux, Burrough, Kerouac, Ginsberg. Son solo los nombres mßs resonantes de una infinita lista de escritores de los dos últimos siglos cuya existencia ha sido atravesada por las drogas. Mientras las crónicas del éxtasis refieren tragedias de jóvenes en búsqueda de éxito sin retorno creativo, podríamos preguntarnos si aquellos artistas debían a las drogas parte de su grandeza.
En 1821, "Confesiones de un opiómano inglés" de Thomas de Quincey, aparece como un texto capital. Después de haber conocido el opio para aliviar dolores reumáticos y perturbaciones existenciales en el sueño de la droga, se le abre a De Quincey una suerte de teatro onírico que le hace sentir, a diferencia del vino que esclaviza, un predominio de la parte divina de su naturaleza. Más tarde él habría vivido todo aquello como una prisión de delirios de los que pudo liberarse, con el hígado destruido, antes de morir a los 72 años.
Las cumbres del éxtasis y los abismos de la pena son, por lo tanto, la constante de los artistas que encuentran en la droga otro mundo especial respecto al aburrimiento de vivir.
Baudalaire es emblemático del rapport entre la droga y la cultura francesa contemporánea. Zola aspira opio, también hashish, por razones médicas. Llega a definir la droga como vieja, terrible amiga, fuente de caricias y traiciones.
Tales experiencias ¿pueden haber determinado las vetas poéticas de Baudelaire o la grandeza de Poe o por lo menos influido sobre ellos?
Entre el ochocientos y el novecientos la relación entre la droga y la literatura cambia y la ambivalencia de los románticos es menor. Ellos maldecían y adoraban aquellas cadenas de sueños. La ambigüedad nacía por el hecho que no existían otras medicinas: los derivados de la droga era el único alivio para los males físicos y nerviosos, de modo que muchos encontraron los paraísos durante un tratamiento, ya predispuestos a la catástrofe psicofísica.
Flaubert definiría a las sustancias embriagantes una condena a la locura y Tolstoi causa de inmoralidad.
En el novecientos en cambio cuando la medicina se impuso y la droga se volvió una elección, florecieron los elogios de la morfina, la cocaína, la mescalina y el LSD. Está quien se droga para conocerla y queda esclavo como Freud de la cocaína; Benjamin elogia la embriaguez, aún admitiendo la dificultad de administrar la creatividad. Maupassant escribe: Justamente ustedes literatos deberían usarla.
Los poetas de la generación beat entretejieron elogios de la mescalina y del LSD en clave místico‑alternativa. Para Castaneda la droga era el camino para alcanzar un conocimiento de nuestros esquemas racionales, no tanto literatura sino experiencia. Para Huxley "no podremos liberarnos de las drogas porque la manía de trascender a si mismos es una necesidad innata del hombre".
La ideología de la droga como símbolo alternativo del orden constitutivo y al peso existencial en que deriva, es todavía más evidente en Ginsberg, Burroughs y Kerouac los cuales buscan espacios ilusorios de libertad que a nivel literario detienen la tradición.
Frente a tantas catástrofes personales entre los grandes drogadictos de Occidente que también alcanzaban vetas literarias, Zola se pregunta cómo es posible establecer un código para todos: según el individuo, el período, el siglo, la cultura, los efectos son distintos. Quizás el problema no tenga solución.
Sin contar, concluye Zola, que no existe ninguna vía que lleve al arte, incluidas las drogas, si uno no está destinado para eso.