REMERAS
Resulta que había una joven y un joven que estaban en un cumpleaños. La chica tenía una remera celeste con la cara del Che Guevara. Y el muchacho llevaba puesta una roja, también con la cara del Che.
Lejos de sentirse avergonzados por lucir una prenda similar, se sonrieron y bromearon festejando la casualidad. Y enseguida se pusieron a charlar simpáticamente, como quien entra sin arriesgar en el conurbano de la seducción. Sin embargo, ambos, sentían una inquietud. Como algo vibrante a la altura de sus torsos.
Algo entre sus remeras. Como si éstas se estuvieran mirando entre sí.
Hubo como un murmullo. Y de pronto sucedió:
–Yo creo que esto es un fracaso, la puta madre... ¡Nos convertimos en remera! –gritó el Che de la remera roja.
Asombro de la chica y el chico. La imagen del Che se veía enojada. Los asistentes al cumpleaños giraron todos hacia el dúo de remeras. El Che de la remera roja insistió.
–¡Hay que entenderlo! ¡Es un triunfo del capitalismo!
–Pará, Che, pará, Che... –interrumpió el Che de la remera celeste–. Para mí no es tan así: acá estamos como símbolo principal en un producto que a su vez transmite una idea. Seguimos en pie.
Obviamente todo el cumpleaños se quedó mudo y sin reacción, escuchando la conversación entre las remeras.
–¡Pero nos convertimos en mercancía! ¡Nos convertimos en lo que combatimos! –insistió el de la remera roja.
–Esto es una discusión obvia, ya fue... –dijo el Che de la remera celeste.
–¡Soy el Che! ¡Tengo que ser fundamentalista! –contestó el de la roja.
–Pensémoslo de otro modo. Lo que puede parecer una derrota, no lo es. El capitalismo nos tuvo que incorporar. No nos puede evitar. ¿Lo hace como un producto? Fenómeno... Pero acá estamos. Seguimos siendo memorables. Porque la memoria...
–“Un pueblo que pierde la memoria, bla, bla...”. Escuchame: somos una cosa que dice 100% cotton y Made in China...
–Bien, es parte de la globalización, pero aun en ella nuestro símbolo conquistó un pilar del capitalismo: la mercancía.
–Okey, pasamos de tomar cuarteles y conquistar el poder a tomar y conquistar una Levi’s, en el mejor de los casos. Ni siquiera. Si tomáramos una Lacoste o una Tommy Hilfiger... Pero no, somos remeras sin marca, genéricas. Supongo que el próximo paso en nuestra épica será ser estampado de un slip hasta algún día llegar a un gamulán.
–Me dijeron que ya estamos en slips...
–Bien. Ya me imagino cómo lucimos según estemos del lado del bulto o del ojete. ¡Esto es la derrota absoluta!
–No. ¡Es la prueba de que nuestro pensamiento sigue vivo! Estamos en sus objetos. Estamos en el pensamiento de la gente, ¡somos parte de la cultura!
–Uy, no me vengas con “la batalla cultural...”. Qué paja...
–¡Nada de paja! ¡Tenés que entender que la revolución tiene sus tiempos!
–No tengo esa paciencia...
–¡Yo tampoco! ¡No sé lo que quiero, pero lo quiero ya! –interrumpió a los gritos un Luca Prodan desde la remera de otro asistente al cumpleaños.
–¡No lo soñéééeeee, ehhhh, ehh...! –acotó una remera del Indio Solari.
Y así comenzó una discusión de remeras de Jagger, Lenin, Frank Zappa, Charly García, Marilyn Monroe, Jesuscristo, Lennon e incluso una de Elon Musk y otra de Galperín, el dueño de Mercado Libre.
Todos discutían acerca de si convertirse en merchandising era el fracaso o algo que mantenía la vigencia y la posibilidad del triunfo de una idea cuestionadora del sistema. Por suerte apareció una remera de Perón que les dijo a cada uno lo que quería escuchar, los puso más o menos a todos de acuerdo y les pidió que se callen un rato así la gente del cumpleaños se podía divertir y ser felices un rato. Que para eso todos eran remeras.
Las dos remeras del Che, la celeste y la roja, finalmente amanecieron juntas sobre un sofá-cama Gicovate.
PEDIR TRABAJO
Cerca del anochecer. Dependencia policial. Rueda de reconocimiento. Un muchacho joven, de camisa celeste, jean y mocasines está junto a un oficial. Entran los sospechosos. Casi todos tienen barba y túnica. Y una aureola circular de luz por sobre su cabeza. La subcomisaria Carrington, a cargo de la denuncia, le pregunta al muchacho:
–¿Reconocés a alguno?
–El tercero de la derecha.
–¿Seguro es él?
–Sí. Es San Cayetano. Los otros santos no sé quiénes son. Pero de ese estoy seguro... Tiene el bebé en brazos, la barba, la cosa redonda esa atrás...
–Mirá que armar una rueda de reconocimiento de santos no es fácil. No es algo habitual. Espero que estés seguro... San Jorge, Expedito, el resto... se pueden ir... San Cayetano... aclaremos esto.
San Cayetano resopló un “fussfff” de fastidio.
–Okey, subcomisaria, como usted diga. Pero por lo menos pido que este marmota cuente por qué me denunció...
El muchacho de camisa celeste contestó enérgico.
–Te denuncié porque me prometiste trabajo y me mentiste. Me estafaste. Por eso te denuncié. Me fui caminando el 7 de agosto, abajo de la lluvia...
–¡Pero si yo te conseguí trabajo! ¿Qué decís?
–¡De mozo me conseguiste! Ese laburo me lo consigo yo si quiero.
–Sobámela. Es laburo. Es digno.
–Yo te pedí algo en una multinacional de prestigio. IBM, Unilever, Danone... Algo relacionado con el plaining o tutoring...
–Si las multinacionales tuvieran un Departamento de Pelotudos seguro te conseguía una gerencia, pero, bueno, viste cómo es...
–Ahí lo ve, subcomisaria... Encima, me agrede. Yo solo busco trabajo para sumar experiencia y prestigio. Y después lanzarme como emprendedor. Pero evidentemente le tendré que pedir a otro santo.
–Hay “santo del trabajo”. No hay “santo del emprendedor”. Si los emprendedores pueden solos, ¿para qué quieren santos? Alguien que solo cree en la meritocracia no puede creer en Dios. Se contraponen las dos creencias.
–¿Por qué? Dios puede ayudar al que se esfuerza...
–Chupala... Si te ayuda Dios, no hay mérito completo. Lo meritorio sería que una persona arme un negocio, que Dios se le ponga en contra y que el negocio triunfe igual. Que te vaya bien contra la voluntad de Dios. Eso sería meritorio... En esa me saco el sombrero.
El santo hace una pausa y susurra:
–Qué pibe forro...
El joven lo escucha.
–¿Por qué “forro”? ¿Porque quiero un trabajo bien pago que me permita progresar?
–El trabajo hay que agarrarlo... sea el que fuera...
–¡No quiero esos trabajos! ¿Por qué ustedes consiguen solo trabajos de pobre? ¿Por qué nunca una gerencia en Apple?
–A ver, nene... Es claro que con trabajos y profesiones burguesas no andamos bien. Por ahí estamos más cerca de los pobres. Los bancamos más. Aunque a veces me da por las bolas que solo estemos viendo cómo ubicarlos para que no se caigan del sistema.
–¿Y qué otra cosa podrían hacer?
–Algo más potente, más fuerte. Imponer con el Señor una buena dictadura mística del proletariado... y a la mierda todo. Pero a la mierda en serio, ¿entendés? Pero, bueno, evidentemente no somos comunistas.
–Lo único que faltaba...
–La verdad, para mí, vendría bien un buen leninismo o maoísmo, así ponemos las cosas parejas. El asunto es que somos medio un frente, y hay de todo en la viña del Señor. Como en el Frente de Todos. A mí, lo que me toca, es aliviar los males del capitalismo. O sea, algo de peronismo tenemos.
–Obvio. Solo se dedican a los pobres. Y así está el país... Yo lo único que hice fue pedir un buen trabajo, y no que me traten como a un pobre.
–Buscar trabajo es de pobre. Estar sin trabajo es un balcón sin la baranda del capitalismo. Es no estar vacunado contra el capitalismo. Es no tener un alambrado para que los perros del capitalismo...
–Ya está... Ya está... Ya se entendió lo del capitalismo...
La subcomisaria asintió. San Cayetano continuó:
–Bueno, pero es que hay que entender. Mirá la cantidad de gente que atendemos dando este tipo de laburos más humildes... Imaginate si conseguimos trabajos que vengan con OSDE...
–Está bien, está bien...– comprendió el muchacho de camisa celeste. Voy a retirar la denuncia. Igual, te aclaro, te voy a seguir pidiendo un buen trabajo.
–Vos dale. Quién te dice, la próxima, por ahí, aparece algo en Arcor o en el Santander. Vos rezá y rezá. Por ahí, uno de estos días con la Virgen nos hacemos una aparición mística en tu casa.
–Okey, pero que no sea como la última vez, que se quedaron tres días y me usaron el Netflix.
El muchacho de camisa celeste y el santo se dieron la mano. La subcomisaria acompañó al joven hasta la puerta de la dependencia policial. Luego San Cayetano se quedó a comer un asado con el personal policial. Hizo un par de milagros, como hacer que un chorizo mariposa saliera volando. Se fue un rato después de las doce.
COFFEE
Un joven ejecutivo de traje y barbita entra por primera vez a un local de “Stratenback Coffee Store and Shop and Vending”.
“Voy a probar”, piensa.
Se sienta a una mesa. Entonces se le acerca una empleada con uniforme beige, delantal y gorrito negro y, sobre el bolsillo del lado del corazón, el cosito ese que va con un alfiler y tiene el nombre: “Jorgelina”.
–Hola, buenos días- saluda “Jorgelina” junto a la mesa.
–Hola. ¿Tenés el menú?– intenta decir el ejecutivo.
–Disculpá, pero vine hasta acá nada más que para decirte que tenés que hacer el pedido en caja. Es “self service...”.
–Okey– dice el joven ejecutivo y se va hasta la caja.
Ahí duda entre pedir un Mocaccino Latte o un Mocalatte-Ccino. Piensa un momento en un Frappolate Peppu, pero se decide por un Peppolatte Frapo-Poppa.
–Bien– le dice “Jorgelina” después de cobrarle–. Acá está el ticket. Allá tenés azúcar, edulcorante, canela y chocolate rallado. Si querés leche fría, tenés ahí. Y si querés la leche caliente, allá está el microondas. ¿Y ves donde está la señora? Ahí está la máquina para hacerte el café. Hay que tener cuidado porque te podés quemar.
Entonces el joven ejecutivo fue hasta la máquina, pero antes tuvo que proveerse de vasos para llevar. Entonces le dijeron que fuera al depósito. Ahí otros le informaron que no había vasos. Que en diez minutos llegaba el camión de los proveedores. Entonces esperó y ayudó a estacionar el camión...
–Un poco más, dale para atrás, girá para tu lado... dale... ¡Bueno! Dejalo ahí.
... ayudó a descargar las cajas, las acomodó en las estanterías, abrió una caja, agarró un vaso mediano, volvió al local, fue a la máquina, se hizo el café, calentó la leche, se sirvió canela, cinamon, coco, jengibre, sal del Himalaya, heno de Pravia y edulcorante. Pero no encontró palitos para revolver. ¿Y ahora cómo se hace para revolver? Ahí se calentó. Y fue hasta la caja.
–Perdoná, “Jorgelina”. Pero no hay palitos para revolver. ¿Los voy a tener que ir a buscar? ¿Me los tengo que fabricar yo? Porque acá uno tiene que hacerse todo. Desde el café hasta agarrar los vasos. Y después, obvio, llevar lo que queda de basura con la bandejita y las servilletas sucias hasta el cesto ese de plástico. Si yo vengo y pago, manga de hijos de puta. ¿Por qué tengo que hacer todo yo? ¿Qué soy? ¿Empleado de esta empresa?
–Ahora sí– le dijo “Jorgelina”.
Entonces el joven ejecutivo se miró en un gran espejo que cubría la pared de un costado. Y vio que no tenía puesto su traje. Ahora llevaba un uniforme beige, delantal y gorrito negro, y sobre el bolsillo del lado del corazón, el cosito ese que va con un alfiler y tiene el nombre: “ogaitnaS” (“Santiago” en el espejo).
–Pero yo me llamo Matías– dijo resignado el joven ejecutivo.
–Acá no– dijo “Jorgelina”, que en realidad se llama Nancy.
Luego ella le contó que era normal esto que le había pasado. Que ella es técnica en radioterapia y fue a tomar un Moccacaca Lattepepe Popotito y le ocurrió lo mismo. Pero que en dos días ella ya se podía ir porque son trabajos quincenales y lo único que hay que hacer es cobrar y limpiar un poco. Obviamente, se tienen que mandar el telegrama y despedirse ellos mismos.
–Bueno. Pensándolo bien, ser empleado acá me suma– concluyó “Santiago”–. Si en el supermercado voy agarrando y sirviéndome de las góndolas, peso yo mismo la fruta y hasta me autocobro con la tarjeta en una máquina. Y los trámites en el banco y el manejo de las cuentas también los hago yo. Aprendo cosas nuevas y colaboro con la eficiencia de una empresa. ¿Qué tiene de malo?
–En el futuro, Nike nos va a hacer fabricar las zapatillas que compremos y Galeno o Swiss Medical nos van a proveer todo para autooperarnos de apendicitis si hace falta–agregó “Jorgelina”.
–Así es. No depender de nadie para hacer las cosas. Aprender a hacer las cosas solo. Aprender a que uno está solo– dijo “Santiago” semisonriendo y semifeliz, dándole un sorbo a su Frappuccino Frepaso Latte Letto y Litto–. Y después se limpió la espuma del bigote. Él mismo, sin ayuda, con una servilleta.