Tano, ojalá no hayas roto el sobre apenas leíste el remitente. Con lo que me costó decidirme. No me vengas con eso de que pasó mucho tiempo y es tarde para que arreglemos las cosas.

Después de todo no hice otra cosa que errar un penal. Maradona, Messi y Pelé erraron penales. No te imaginas lo que significa cargar sobre las espaldas la culpa durante tantos años, es como una víbora que llevás encima y cada tanto se acuerda de morderte.

Es verdad que yo estaba saliendo con Marta, que toda su familia era fanática del Sporting y que su hermano, el Gordo, atajaba para ellos. No te gustaba perder a nada. No lo digo sólo por esa final. Vos sabés.

Sé que te costó irte a Buenos Aires de un día para el otro. Acá las cosas no fueron más fáciles para mí. La historia con los años fue un mito. Tuvimos mala suerte. Nunca se repitió una final entre el Sporting y el Olimpia y esa definición por penales. La peor mugre que se inventó.

Me llevó tiempo entender que el amor recorre caminos insospechados. Tano, dos amigos entrañables y enamorarnos de Marta, y que ella sea hermana del Gordo, él mismo tipo al que teníamos que destrozar a goles.

Creo que vos preferiste irte, en lugar de verla toda una vida conmigo. No hace mucho empecé a escribirte, ella me preguntó qué estaba haciendo. Al escuchar tu nombre se puso incómoda. Al rato se acercó y me dijo que la ponía nerviosa ver cómo llorábamos por una final perdida cincuenta años atrás.

Nunca entendí tu bronca. Si hubo algún error mío esa tarde fue ser cagón y no animarme a ser uno de los primeros en patear ¿Querés tildarme de cobarde? Te lo acepto y listo.

Que Marta me gustaba yo te había contado. Me acuerdo de ese momento como si fuera hoy. Arrugaste la cara y dijiste que Marta no era mujer para mí. ¡Mirá que le erraste feo! Cincuenta años juntos.

Esa final no fue un partido cualquiera. El día anterior había llovido y la cancha estaba llena de charcos. Terminamos todos con la camiseta tan embarrada que no se distinguían los colores de los equipos. ¡Cómo podés pensar que me entregué! Hacé memoria cuando el seis de ellos se quiso hacer el macho con vos en el área, me paré enfrente y lo saqué a empujones. O cuando salí del círculo central para patear el penal, que caminé con el pecho erguido, seguro de que estaba a un paso de darle el título a toda esa hinchada que gritaba como loca. Pensás que yo era un tipo tan idiota como para dejar mal parado el honor de Olimpia por una pollera. Con el correr de los años, muchas veces hablamos el tema con mi cuñado, el Gordo. Él reconoce que me quiso poner nervioso, que se acercaba y me decía que el viejo me iba a agarrar a patadas cuando se enterara que nos queríamos casar ¿Quién no se pone nervioso en un momento así? Además subestimaste las condiciones del Gordo. El tipo era un gigante, se paró en el medio, con los brazos abiertos, los moví como un ventilador y el arco se me hizo bien chiquito. Después de todo hay que estar ahí, ser justo el último. Cuando el técnico vino con la lista me escondí. ¿Me querés decir por qué no le pedí patear el segundo, o el tercero? De esos nadie se acuerda ¿O vos te olvidaste la vez que el Colorado tiró el primero y la pelota fue a parar a un campo sembrado de trigo. Ganamos y nadie le reprochó nada al Colorado.

Tano, necesito me escuches, por favor, aunque te revuelva la panza el recuerdo de aquella tarde ¡Cuántas veces de pibes nos habíamos imaginado jugar una final contra Sporting! Dar la vuelta revoleando la camiseta, ser ese manojo de valientes que se arrima al alambrado a cantar con la hinchada. Y de un momento para el otro, toda la ilusión por el piso ¿Cómo pudiste pensar que lo erré a propósito? Sí le quise romper el arco al Gordo, tomé una carrera larga, lo miré fijo, corrí sintiendo que tenía músculos de acero y le di con alma y vida, pensando en clavarla en el ángulo, y que él, Marta y la familia se fueran todos a cantarle a Gardel.

Tano, son cerca de las doce. Marta está por llegar y no quiero que me encuentre escribiendo. Si llega a leer la carta va a decir que la termine con esta historia, que pasó casi medio siglo y que yo parezco un tipo que anda con la cola entre las patas, que a vos te correspondía disculparse.

Tano, anoche me fui a dormir contento porque al fin había decidido poner las cosas en orden con un amigo de siempre. Ahora, antes de seguir la carta, la volví a leer para repasarla y no ser reiterativo, qué sé yo. Me puse en lugar tuyo y te imaginé leyéndola. Sentí una especie de ardor en la panza. Se me secó la garganta, me levantaba y tenía que ir a la cocina a tomar agua. Marta me preguntaba si me sentía bien. Yo meta nombrarla a Marta y a mi cuñado al Gordo, todo el tiempo. Al mismo Gordo que cuando vio que la pelota pasó a diez metros del travesaño, salió corriendo del arco, se te paró adelante, se agarraba los huevos y se cagaba de risa gritándote en la cara, mientras vos llorabas sin consuelo, arrodillado en el piso. Después cuando daban la vuelta olímpica, se fue a festejar con toda la familia, y mientras vos te ibas al vestuario, te llamaba, para que lo miraras. Te hacía unas señas con los dedos, cómo que te habían, te habían, cogi..., bueno, eso. Y después, como si fuera poco, cuando saliste del vestuario y encontrarte a Marta con la camiseta del Sporting, esperándome en la vereda, para irnos juntos, que ella encima te preguntara si me faltaba mucho para salir. No puedo dejar de imaginarme la rabia que habrás sentido. Lo revivo y siento ganas de matarme, Tano.

¿Cómo no te lo aclaré antes? Contarte los planes que teníamos con Marta. Esa noche en la casa de ellos había festejos por el campeonato. Yo tenía los anillos de compromiso comprados y quería aprovechar la alegría del viejo para pedirle la mano de Marta. ¡Qué me iba a imaginar yo que llegaríamos a los penales si ellos nos ganaban siempre por goleada! En el momento del penal, cuando fui a patear, la tenía a ella y a toda su familia, justo enfrente, atrás del arco. Esa fue la razón Tano, por la que tomé una carrera larga, corrí convencido y me aseguré de pegarle a la pelota bien abajo, pero bien abajo, cosa de no errarle. Cuando levanté la vista vi como la pelota pegó en ese cartel de chapa oxidado que estaba cerca de los focos de iluminación.

Tano, querés que te diga, ahora que releo todo esto. Yo estaría igual que vos de caliente, y no cualquier calentura, sino esas que duran una vida, como la que vos te agarraste. Porque uno se banca que un amigo se quede con la mujer que le gusta a los dos, eso puede ocurrir, vaya y pase, pero que de cagón tire un penal a las nubes, para sumar un puntito más con la mina, eso, eso no tiene perdón del cielo. Por eso Tano, ahora mismo destruyo esta mierda de carta que no es más que una suma de excusas estúpidas, la rompo en mil pedacitos y como castigo me hago cargo de la angustia, bajo la cabeza y me la banco, como deben hacer los hombres de verdad cuando se mandan una cagada.

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