En épocas en las que la propuesta innovadora de la tecnología aplicada al negocito del show pasa por la inmersión y la experiencia, existe una no-novedad: el teatro. Espacio inmersivo por excelencia, sin mediación más que el lenguaje y la ficción, que lleva cientos de años sumergiendo a las personas en la reflexión espejada de sus vidas. El teatro nos dice lo que somos y lo que no. Nos muestra.
Jardín fantástico es la última obra de Agostina Luz López, que trabajó en la dramaturgia con Ana Montes y en la que retoma su persistente iluminación de la adolescencia, algo que ya había trabajado en Mi propia playa, su primera puesta. La obra -que se presenta sábados y domingos a las 18.30 hasta el 13 de noviembre-, es una invitación a la inmersión.
En el jardín y distintos espacios de Zelaya -la casa/teatro que ella misma creó junto a Federico León en Zelaya 3134-, diez actrices invitan a descubrir sus mundos internos a través de un recorrido por la pileta, el árbol de leer, la cabaña en la que proyectan una película y el resto de los rincones. El espectador es parte ya no sólo con su mirada y presencia, sino porque se mete de lleno en el mundo que se gesta ahí.
► Algo de incomodidad
Ese mundo es el del traslado, precisamente, entre la infancia y la adultez. Ese camino vertiginoso y regado de incertidumbres exacerbadas que es la adolescencia. No es la primera vez que Agostina recorre ese universo. Aunque la adolescencia sea adolescencia también en su contexto y coyuntura, hay algo de ese pasaje que es indistinguible en el tiempo, que interpela a todes más allá de las particularidades que impliquen ser adolescente ahora.
“La primera obra que escribí cuando tenía 18 años estaba protagonizada por preadolescentes, siempre es una edad que me interesó mucho. Me interesa algo de esa edad en la que las cosas todavía no están fijas y hay algo de incomodidad, con el cuerpo y con la vida, que permite que la vulnerabilidad aflore más fácil. Como que está ahí disponible”, señala la autora y directora.
Tanto el proceso creativo como la indagación previa surgieron de ese diálogo y de la lectura entre las actrices en el espacio. “Algunos pensamientos y discusiones los tuvimos para el proceso creativo y con otros me siento identificada porque podría tenerlos, o los tuve o tengo en mi vida cotidiana”, dice Lina Ziccarello, una de las actrices de 14 años que se sintieron interpeladas por la obra.
Sofía Guerschuny Pesci también tiene 14, y es otra de las chicas que invitan a seguir sus ritos de pasaje a la adultez. En escena muestra la distancia (“Podemos hablar esas cosas con amigues, pero con otras palabras”), y a la vez la cercanía que puede tener ese tema para los espectadores. “Se centra en crecer y la adolescencia, y cómo todavía la estamos transitando", explica. "Siento que a los adultos los interpela diferente, porque esa etapa ya pasó. Yo la vivo todos los días, no la siento tan lejana y ajena”.
Esa experiencia inacabada es también parte de lo que López quería rescatar. “Es algo no sellado y me gusta ver esa flexibilidad que circula, la adaptación siempre disponible a los cambios”, destaca. La hibridez entre la niñez y la adultez, los ritos y cambios de nombre, la búsqueda de la identidad y la definición propia, la necesidad de desapegarse de algunas certezas.
La propia Agostina empezó su recorrido teatral en la adolescencia y esa sensibilidad puesta en descubrir la singularidad de cada una se ve plasmada en escena. Y, a la vez, la noción de experiencia colectiva. Que somos todes especiales, pero a la vez somos todes partes de lo mismo. “Se arma de múltiples colores que forman una unidad -explica-. Es como una bandada de pájaros, y son todos pájaros, sí, pero de distintos colores”.
Con pedazos más luminosos y otros más oscuros, como toda adolescencia supone, Jardín fantástico invita a experimentar una vez más ese descubrimiento de la transición. Dice Giulia Heras, otra de las actrices: “En cada fin de función, cuando nos sentamos adentro de la casa a comer tostadas y escuchar el piano, pienso en todos esos momentos de cuando una es chica que me hacían feliz y marcaron el paso del tiempo. Tengo 17 años y estoy dejando atrás esa niñez que la obra tanto recuerda. Abrazo a la Giulia que alguna vez fui y hoy me ayuda a atravesar los paisajes del jardín”.
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