Hay historias difíciles de contar. El mayor obstáculo es la distancia temporal –más de 70 años–, el abismo del idioma y la cultura. “Morir a los quince, a los dieciocho, a los veinte años, entre las llamas, o fusilado, o asfixiado bajo los cimientos de un edificio que cruje y se desploma cuando lo alcanza un proyectil de media tonelada no tiene ningún romanticismo. Es pura pérdida, pura tragedia”, afirma Ana Wajszczuk en Chicos de Varsovia (Sudamericana), un libro poliédrico, hermoso y desgarrador, en el que reconstruye el Levantamiento de Varsovia del 1° de agosto de 1944, un movimiento de resistencia contra los nazis que duró 63 días y movilizó a 30.000 mil insurgentes clandestinos. Entre los 200 mil muertos hay tres hermanos Wajszczuk, primos del abuelo Zbigniew, el padre del padre de la autora: Wojtek, Barbara y Antoni. “Quería que se notara que el pasado es una ficción de la cual nos llegan retazos. Me parecía un buen núcleo narrativo esa búsqueda del pasado que está muy presente, pero que es una reconstrucción compleja. Vaya a saber cómo habrán sido las cosas para esos chicos en sí. De los varones, no sabemos qué día murieron, ni si murieron fusilados o en combate. Pero más allá de estos detalles, lo que les pasó en carne propia nunca se podrá saber”, dice Wajszczuk en la entrevista con PáginaI12. 

La autora del libro –periodista y editora– viajó a Varsovia con su padre Adam –nacido en Londres, en el exilio de sus padres polacos, que llegó a la Argentina con un año y medio– para investigar y recorrer los lugares donde vivieron y murieron sus parientes. “Cuando empecé la investigación estaba leyendo El impostor de Javier Cercas, y él repite esa frase de (William) Faulkner de que el pasado nunca pasa y ahora, en El monarca de las sombras, también juega un poco con eso. En el final, que son dos páginas maravillosas, por su carne pasan todos los que vinieron antes de él, que es una idea que siempre me fascinó: cómo repetimos cosas de la familia, cómo algo de nuestra familia se transmite, aunque uno no lo sepa. El pasado siempre es presente”, subraya Wajszczuk. Waldemar, el tío abuelo polaco, le envió por correo electrónico el árbol genealógico que aparece publicado en el libro. “Uno quiere buscar en su pasado no sé si héroes; pero estamos atravesado por historias bastante trágicas, porque muchos de nuestros abuelos vinieron de la Guerra Civil Española o de la Segunda Guerra Mundial. Yo creo que uno carga con todas esas historias”, agrega la autora de dos poemarios: Trópico Trip (1999) y El libro de los polacos (2004).

El germen del libro –del que está por lanzarse una segunda edición, a menos de un mes de su publicación– fue un artículo periodístico que escribió para una revista. “Me quedó mucho material afuera. La historia de mi familia, un recuadro de esa nota, al final no se publicó. Me siguió dando vueltas el tema, hasta que me di cuenta de que podía escribir un libro”, recuerda Wajszczuk. “Aunque ya había viajado a Varsovia varias veces, tenía que volver con la mirada puesta en el Levantamiento. Y tenía que volver con mi papá, que me hizo de traductor y de certificado de garantía. Me gustaba la idea de una historia bélica contada por una hija a su padre. Mi abuelo, el papá de mi papá, nunca había hablado de su experiencia en la guerra y mucho menos de lo que le había pasado a su familia”.

–Una cuestión compleja que aborda en Chicos de Varsovia tiene que ver con la relación entre polacos y judíos. Hay una frase de un oficial SS que cita en el libro: “Ustedes los polacos son una gente extraña. En ningún lugar del mundo hay otra nación que tenga tantos héroes y tantos traidores”.

–La mayor comunidad europea judía estaba en Polonia; entonces es un poco lógico que todo lo bueno y lo malo esté concentrado en ese lugar porque de los tres millones y medio de judíos que había en Polonia solo quedó el 3 por ciento. Polonia no firmó el acta de capitulación y no fue colaboracionista como el gobierno francés, por ejemplo, que deportó con su policía a 13 mil judíos en el 42. Pero por otro lado, es cierto que hubo muchos traidores; son los lobos que desata cualquier guerra. Hay otra frase del libro, que me parece genial, que es del escritor Patrick Modiano en Dora Bruder: “Con la noche y la niebla se ahorra uno tener que rendirle cuentas a nadie”. Lo peor de cada uno está desatado en una guerra. Pero lo mejor también. El país que más “Justos entre las Naciones” tiene es Polonia. Lo que pasa es que muchos cosas no se supieron del Levantamiento de Varsovia hasta que no cayó el régimen comunista. No estaba bien visto hacer homenajes. Los polacos también se ponen muy a la defensiva y dicen que “hay mucha propaganda antipolaca”. Los estalinistas lo que menos querían era un nacionalismo fuerte; ellos necesitaban que Polonia fuera un país satélite de la Unión Soviética. Muchos polacos vieron a los judíos como colaboracionistas de los soviéticos, que fueron un enemigo histórico de Polonia. El tema es muy complejo, un prisma que tiene muchas caras. Hay una relación de muchos siglos entre católicos y judíos en Polonia. Además, Polonia era el país donde había más campos de concentración en toda Europa.

–En el libro aparece un familiar Wajszczuk mencionado con la letra “J”, que es uno de los grandes obstáculos para contar la historia. ¿Hay alguna explicación al rechazo y las amenazas que recibió de “J”?

–Yo lo contacté cuando estaba investigando para el artículo que escribí y le mandé unas preguntas por mail. Él me contestó super amable, era uno de los pocos parientes que hablaba inglés, con el que me podía comunicar directamente. Esa información al final no la usé y no sentí la necesidad de explicarle. Él se enteró por mi tío Waldemar que estaba buscando más información y que lo quería volver a contactar. Y cuando lo contacté para el libro puso el grito en el cielo y me dijo que le tendría que haber pedido permiso para escribir un libro sobre su familia y me terminó mandando un mail muy agresivo, en el que me decía que soy “patética”. No me negaba la información, pero no me la iba a dar en ese momento. Él quería que me ganara su confianza para que en algún momento me abriera esas puertas maravillosas de información que tenía, que desacreditaba a los demás. Me parecía un poco raro también. Por lo que hablé con mi tío Waldemar, él parece ser el depositario de ese legado. No sé si él tendrá el deseo de escribir algo... Creo que “J” sufrió mucho porque su madre y su abuela murieron de cáncer y tuvieron una vida muy dura; es una historia muy a flor de piel todavía, como una costra que la rascás y sale sangre de vuelta. Narrativamente me servía ese obstáculo para mostrar que hay gente que todavía se siente muy interpelada. 

–Quizá él cree que usted no tiene derecho a contar esa historia, que considera que le pertenece sólo a él, ¿no?

–Exactamente. Me parece que está la cuestión de quién tiene derecho a contar y quién se queda con qué legado también. No me quería quedar con la visión romántica del Levantamiento para poder ver cuál era el debate. Por un lado está la posición más nacionalista y más conservadora polaca, que es la que está en el poder ahora, que se quiere quedar con ese legado planteando “esto somos nosotros, los polacos heroicos y patrióticos que damos todo por nuestro país”; pero a la vez hay muchos polacos neonazis muy xenófobos, y Polonia tiene una posición muy antiinmigratoria en Europa. La gente del Levantamiento peleaba por una democracia que incluso rompiera con los gobiernos autoritarios anteriores; querían un lugar más inclusivo, no esa Polonia “étnicamente pura”, que es la que existe hoy.

–En una parte del libro, recuerda una frase de Svetlana Alexiévich de “La guerra no tiene rostro de mujer”: “La dificultad adicional es que hablamos del pasado con el lenguaje de hoy. ¿Cómo se podrán transmitir los sentimientos de entonces?”. Sin ánimo de refutar a una Premio Nobel de Literatura, quizá los sentimientos ante la tragedia de una guerra son los mismos siempre...

–Me resonó esa frase de Svetlana por lo que me decía Hanna, una de las sobrevivientes con las que hablé, que toda la historia de la insurrección contra los nazis no era algo para hablar en castellano. Que ella lo tenía que contar en polaco. ¿Cómo hablar del pasado con palabras que puedan expresar el pasado? En Varsovia, cuando me encontré con algunos insurgentes, me parecía que, acostumbrados a contar la historia, era difícil sacarlos de su libreto, como me pasó con uno que se puso a hablar y mi papá apenas me podía traducir algunas cosas, tradujo lo que pudo... Pero yo me enojaba con él porque me decía “no importa lo que dice”... ¡A vos no te importa, pero para mi libro sirve! Con mi papá somos como unos Sherlock Holmes y Watson medio torpes detrás de las huellas familiares. Mi papá, con este viaje, recuperó cierto mundo de esa patria imaginada, porque él llegó acá y los amigos de mis abuelos eran polacos. Todo su mundo era un mundo que él perdió una vez que empezó a estudiar acá y se casó con mi mamá, que no es de familia polaca. Aunque mi papá no nació en Polonia, la tenía muy presente en su crianza.

–¿Qué es Polonia para usted? ¿Una patria heredada?

–Polonia es una patria heredada y buscada con los años. Como no me crié cerca de mis abuelos paternos, para mí ellos eran muy extraños cuando era chica. No me cocinaban cosas ricas, no me llevaban a ningún lado, no eran muy demostrativos y eran muy austeros con todo. Para Navidad me regalaban un par de medias, y yo tenía 5 años (risas). Con los años, fui descubriendo la vida dura que habían tenido. Uno va a Varsovia ahora y es un lugar muy cosmopolita, pero en los años 40, Varsovia y Buenos Aires eran como marte y júpiter; no tenían nada que ver. Llegar acá para ellos fue como llegar a otro planeta. Mi abuela nunca terminó de hablar bien en español, nunca se terminaron de adaptar, y se movieron siempre dentro del círculo de la iglesia polaca, los amigos de la iglesia polaca y de la colectividad. Escribir el libro fue un vehículo para amigarme con mi pasado. Una pregunta que me guía mucho en este interés por la Segunda Guerra Mundial –y también cuando escribí notas sobre hijos de desaparecidos y la dictadura– es pensar qué hubiera hecho yo en ese momento. Que es una pregunta que no tiene respuesta, pero que te motiva a preguntarte también quién sos. ¿Hubiera sido una traidora o una valiente? ¿Cómo hubiera reaccionado? A medida que hablo del libro, me doy cuenta de que contarle esta historia a mi papá, haber hecho el viaje con mi papá, fue como abrirle a él la puerta de su infancia y cerrar para mí la puerta de mi juventud.

–¿Por qué hay zonas del libro en que la narración cede paso a la poesía, a pequeños poemas?

–Hacía mucho que no escribía poesía. Yo escribí poesía en los 90 y publiqué dos libros. Y nunca más escribí un poema. Cuando empecé con el libro, le abrí la puerta a que entrara todo lo que quisiera entrar. Cuantos más recursos usara para agarrar eso tan inasible del pasado, me podía acercar más a lo que ese pasado había sido verdaderamente. La poesía era una manera de dejar entrar otras cosas que me pudieran acercar de una manera más emocional a ese pasado. 

–¿Cómo explica la cuestión de que a los sobrevivientes les cuesta hablar del pasado?

–Muchos de los que entrevisté me repetían: “mi papá nunca me contó, pero yo lo escuché cuando hablaba con sus amigos”... Quizá lo hablaban entre pares, pero no les contaban a sus hijos. Es una manera muy drástica de hacer borrón y cuenta nueva: “De ahora en más miramos para adelante”, algo que es errado porque es medio difícil ir para adelante si no mirás para atrás. No sólo por los polacos, sino por la diáspora que hubo después de la Segunda Guerra Mundial; gente que se tuvo que ir a vivir a otros lados como una manera de cortar lazos con el lugar adonde creían que no iban a volver. Y aunque hubieran podido volver, ese mundo que habían conocido ya estaba destruido. El mundo de sus ancestros, el mundo donde se habían criado, ya no existía más. Armé un mosaico con todo lo que pude encontrar, explicitando que no era todo y que es lo que uno puede hacer cuando viaja al pasado: traerse algún souvenir. 

–¿Por qué recuerda, después de visitar el Museo del Levantamiento de Varsovia, el poema “Cadáveres” de Néstor Perlongher?

–Es la parte en que caminamos con mi papá por donde masacraron a más de 50 mil civiles justo al principio del Levantamiento. Nosotros vivimos un poco así, cuando vemos las baldosas donde se recuerda que se llevaron a tal desaparecido o cuando pasás por enfrente de la Esma. No es gratuito vivir sobre cadáveres. Si no los desenterrás un poco, es imposible entender que esa ciudad les perteneció a ellos también. Que no sos el primero que la pisa. 

* Chicos de Varsovia se presentará el viernes 21 de julio a las 19 en el salón de actos de la Casa Polaca, Borges 2076.