El historiador Víctor Robledo reconstruye en su libro Aguilar: el cura de la montonera, el clima político de La Rioja de la primera mitad del siglo XIX, a través de la figura del sacerdote Francisco Aguilar, un singular caso del entramado caudillesco.

En conversación con Catamarca/12, Robledo revela las claves históricas de un personaje medular de la política de la región, hasta ahora poco visitado.

¿Por qué Aguilar?

En mis lecturas preferidas sobre los caudillos riojanos en mis tiempos de estudiante de Historia, y luego en mi tarea de investigador sobre este periodo del siglo XIX, en el cual le tocó a la provincia de La Rioja liderar un proceso de medio siglo de levantamientos contra el centralismo porteño, siempre aparecía la figura de este cura, Francisco Aguilar, plegado a los movimientos federales y apoyando a los líderes o caudillos que encabezaban estos movimientos populares, caso curioso, ya que los curas en su gran mayoría, no apoyaban con decisión la causa de las manifestaciones armadas federales. 

Una vez encaminada mi carrera de investigador, tuve como idea, el rescate de estas figuras desconocidas para el común, pero que habían sido importantes en el engranaje de las campañas militares y políticas que habían encabezado los caudillos desde Facundo Quiroga, pasando por el Chacho Peñaloza y hasta Felipe Varela, en el periodo que va desde 1820 a 1869, cuando se dio el último combate entre las fuerzas nacionales y las montoneras federales al mando de Santos Guayama en El Garabato, estancia que media entre las poblaciones de Olta y Chañar, Costa Alta de Los Llanos riojanos, hoy departamento riojano general Belgrano.

Era Francisco Aguilar originario del paraje de Naschi, hoy un barrio de la ciudad de Aguilares, en la provincia de Tucumán. Hijo de madre soltera, Eugenia Aguilar, vinculada a una familia conocida del lugar, luego propietaria de ingenios azucareros. El joven Francisco logró sortear el estigma de hijo natural para ingresar al seminario de frailes franciscanos donde fue condiscípulo de José María del Campo “El Cura Campos” quien llegó a ser gobernador de Tucumán y se incorporaría a la defensa de la causa unitaria, mientras que Francisco Aguilar defendería la federal. Apenas consagrado y veinteañero, sería destinado a la parroquia de San Blas de los Sauces, en el extremo norte de la provincia de La Rioja en límites con Catamarca. A su arribo, encontró a familias terratenientes que se habían adueñado de las tierras y el agua de los pobladores originarios e incorporado a los miembros de la población nativa y antiguos dueños de las propiedades, para trabajar la tierra que antes les había pertenecido, y pudo constatar el maltrato, sometimiento y explotación de estos trabajadores, por lo que comenzó a protestar ante los poderosos y a oponerse al sistema inhumano que aplicaban.

Cuando llegaron las guerras civiles entre unitarios y federales, no le fue difícil definirse por quienes tomaría partido. Los poderosos del pueblo eran unitarios y defendían la causa que venía desde el puerto de Buenos Aires y los seguidores de los caudillos federales eran los más humildes a quienes el cura defendía.


¿Se lo podría definir como un cura caudillo?

Los caudillos de La Rioja tenían representantes locales, especie de dirigentes que representaban los intereses federales en los pueblos donde residían. Estos representantes los tenían informados de la situación política y estaban en permanente comunicación. Eran caudillos territoriales que atendían los asuntos y las urgencias de la gente humilde en tiempos de paz y de guerra. Desde este punto de vista, Francisco Aguilar fue un caudillo, el único en La Rioja en su condición de sacerdote, y en San Blas de los Sauces era el máximo referente que tenían los federales. Para dar una idea, podemos decir que el cura Aguilar estuvo presente en la trascendental batalla de Pozo de Vargas, suburbios norte de la ciudad de La Rioja, donde se enfrentaron las montoneras de Felipe Varela con más de 2 mil hombres y las mitristas comandadas por los hermanos santiagueños, generales Antonino y Manuel Taboada. Aguilar en esa oportunidad se había unido a las huestes de Felipe Varela como edecán en su paso por San Blas de los Sauces.

¿Crees que la práctica política actual es heredera de esa historia?

Sin dudas sí. El federalismo estaba representado en La Rioja por las clases populares, gente de trabajo y de oficios varios: arriero, agricultor, baquiano, pirquinero, criador, pastor, etc. Cuando llegaba el tiempo de sumarse a la guerra tomaba su puñal, su lanza y su caballo y salía en campaña. El montonero era miliciano, no tenía instrucción formal como militar, era integrante del estrato social más bajo, se rebelaba ante las injusticias y se sumaba a la lucha que llevaban adelante los caudillos federales que reclamaban por derechos políticos y sociales.

Este sistema tiene raíces ancestrales y está vinculado a los levantamientos de los pueblos originarios, llamados Guerras Calchaquíes. En todos ellos participaron los pueblos indios del actual territorio riojano. El primero de ellos 1562 por Juan de Calchaquí, de Tolombón, pueblo de la actual Salta cercano a Cafayate; un segundo alzamiento encabezado por Juan Chalimín cacique de Hualfín, Catamarca en 1630. cuya cabeza del cacique, una vez asesinado y mutilado, se exhibiría en la plaza de la ciudad de La Rioja; y el último, en 1665 liderado por Pedro Bohórquez y Girón, español, andaluz que engaño a los calchaquíes diciéndoles que era descendiente de los incas y que venía a salvarlos aventurándolos en una guerra en la que terminarían derrotados. El mismo Domingo Faustino Sarmiento, quien era enemigo acérrimo y reprimía a los movimientos federales, dice eso en su libro que escribe en 1864, sobre Ángel Vicente Peñaloza, titulado: “El Chacho, último caudillo de la Montonera de Los Llanos”.

El Libro

“Aguilar, el cura de la montonera”, apareció en el año 2008, publicado por una editorial de la ciudad de La Rioja, Nexo ediciones. La primera edición está agotada y el libro espera una segunda edición. Cuenta con treinta y seis capítulos, incluido el capítulo “Cero” donde relato mi viaje desde Aimogasta, mi pueblo natal, hacía San Blas de los Sauces, situado a más de 40 kilómetros buscando entrevistar a antiguos habitantes y la casa, la capilla propia y la finca, propiedades del sacerdote.

El libro está basado en fuentes documentales del archivo del Juzgado Federal de La Rioja, entre ellos el proceso al líder montonero Severo Chumbita, quien era amigo de Aguilar y con quien luchó en la batalla de Pozo de Vargas, pero lo que me impulsó decididamente a cerrar su historia, fue encontrar su testamento en el Archivo Histórico de La Rioja, con algunos datos biográficos que no podía obtenerlos, además de otras fuentes escritas y orales que me sumaron información. En el libro hay mitos y leyendas que quedaron en la tradición que la gente recuerda.

El libro está escrito como una novela lo que lo encuadra como una obra entre histórica y literaria, aunque sin apartarse del método de investigación y del rigor histórico. Basado en fuentes que exige el método de la investigación histórica. Al final, como apéndice transcribo el testamento del personaje encontrado. No encontré retrato del protagonista para mostrar.