Desde Amsterdam
Anne Imhof (Alemania, 1978) exhibe siempre una obra inquietante y cuestionadora. Hace cinco años pudimos ver en la Bienal de Venecia su instalación “Fausto”, que ganó el León de Oro de la 57ª edición veneciana.
En aquella obra fáustica -como escribí en junio de 2017 en esta página-, uno de los núcleos temáticos era tomar el cuerpo como lugar de reflexión y de máxima tensión. Por fuera del pabellón, mientras hacíamos fila para entrar, había enormes jaulas con perros doberman, que inevitablemente aludían al pasado ominoso del estado nazi o, más cercanamente, a cualquier estado policial. La vigilancia, el control social y migratorio siguen siendo materia de la más caliente actualidad.
Una vez adentro del pabellón, había salas donde se realizaban performances: grandes espacios con lavatorios, mangueras, mesadas con jabones, algún redoblante, micrófonos, cables, ventanales y algo de “arte” colgado en las paredes: un lugar de funciones múltiples y ambiguas. El pabellón presentaba un doble piso, porque allí se caminaba sobre placas de cristal resistente debajo de las cuales, a un metro de distancia, había un inframundo. Al mirar hacia abajo, éramos espectadores de varias escenas que sucedían bajo el cristal. Varios performers llevaban a cabo una serie de acciones: se desplazaban, se arrastraban, dibujaban, se movían, interactuaban, emitían sonidos, dramatizaban. Y todo sucedía bajo las suelas de nuestros zapatos. Era muy incómodo y opresivo. Los y las performers estaban encerrados en ese doble piso y desempeñaban roles en cautiverio.
La gigantesca obra que presenta en estos días en Amsterdam, Youth (Juventud), también apunta a los cimientos sociales y propone una puesta en escena opresiva. Es literalmente otra obra de sótano, porque ocupa una gran parte del subsuelo del Museo Stedelijk.
Si la obra veneciana tomaba la referencia directa del personaje de Goethe que hace un pacto diabólico para tener una vida de satisfacción inmediata a cualquier costo -incluso las vidas de otros- parasitando la juventud ajena; en esta nueva obra aquel deseo urgente y vampírico alrededor de la juventud se transforma ahora en una suerte de infierno.
Imhof presenta una obra muy ambiciosa, de gran escala, laberíntica, casi inabarcable, en la que combina la puesta en escena, la iluminación teatral, la espacialidad arquitectónica de sectores que van del diseño minimalista a la barricada; bandas sonoras, películas, objetos múltiples. Y entre las varias fuentes ideológicas a las que recurre, tanto evoca ciertos aspectos fáusticos (del romanticismo), como pone en escena lenguajes cifrados que de la cultura joven. La condición underground se cumple tanto en términos metafóricos como literales, por ciertos núcleos temáticos y por la localización subterránea de la exposición.
La juventud que Imhof propone mezcla deseos e imposiciones, elecciones y mandatos; y está atravesada por el individualismo más extremo, la expresión del yo, la ausencia de deseos colectivos; la soledad, el abandono, el ansia de realización cruzada por cercos y limitaciones.
Al entrar al museo, a la izquierda, están las escaleras que nos llevan al subsuelo. Ese descenso ya forma parte del sentido de la exposición. Nos metemos en un submundo en penumbra, una especie da enorme galpón, como una planta fabril abandonada, cuyo recorrido está plagado de casilleros (como los de los vestuarios de clubes, gimnasios, colegios y lugares de trabajo), tanques de agua, columnas de neumáticos -cuyo olor se expande a todo lo largo de la exposición-, recintos, colchones sueltos -que a veces lucen como espacios de relajación y a veces como aguantaderos-, muchas camas, mesas, tabiques de vidrio, alguna guitarra eléctrica, alguna moto, entre muchos objetos varios. Transitamos zonas que lucen como barricadas, por escenas que aparecen interrumpidas, ya sea porque recién terminan o están a punto de entrar en acción. En ese espacio enorme, inquietante e inhóspito, el visitante tiene cada tanto señales de salida, como si la instancia de fuga fuera el estado inminente que gobierna la gran instalación.
El ambiente fabril y de galpón remite a la chispa romántica en la que se forja la modernidad, el trabajo industrial, la mecanización de la vida y la aparición de las masas. Y al mismo tiempo la condición de abandono inminente habla de cierta arqueología de un mundo perdido. Estructuras que se yerguen como murallas, delimitación de espacios claustrofóbicos. En ese contexto hostil se dirimen cuestiones identitarias dentro de distintos recintos y cubículos donde se intuyen formas de vida y se afirman corporalidades diferentes. El tono de penumbra y de luz infrarroja, la esctructuras amenazantes y opacas, la escenas interrumpidas, el mundo pandémico y pospandémico, los planes rotos, las reprogramaciones, entre muchos otros temas, están muy presentes en esta exposición, cuya historia está a su vez marcada por estas instancias.
La exposición estaba inicialmente organizada para presentarse en el Garaje Museum of Contemporary Art, de Moscú, pero al comenzar la guerra en Ucrania, la institución suspendió su programa de exposiciones. Esta muestra del Stedelijk se configura en gran parte con lo que había sido planeado para Moscú.
La exposición Youth (Juventud), de Anne Imhof, sigue en el Museo Stedelijk, de Amsterdam, hasta fin de enero de 2023.