“Esto lo decidió Dios, no nosotros”, sentencia Julio Pane, contemporáneo maestro del bandoneón. Habla puntualmente del encuentro con otro tanguero de su estirpe –el guitarrista Hugo Rivas- en referencia al ciclo que ambos están desarrollando en el remozado Salón Marabú de Maipú al 300. Ahí pues, donde este jueves 3 de noviembre tendrá lugar un nuevo concierto del dúo. “Ahora se le dice química y, bueno, está bien, la tenemos, pero lo que nos une más que eso es la sangre, la herencia… ambos le debemos nuestro oficio a nuestros padres y a nuestros tíos”, amplía Pane, cuyo tío Vicente fue bandoneonista de Emilio Balcarce, Juan Polito y Emilio Orlando, y cuyo padre Francisco –exponente y cancerbero de la Guardia Vieja- fue parte del Sexteto de Raúl Garcés y autor de “Recuerdos de una tarde”. 

“Esas cosas te vienen, no hay nada que hacer… es la sangre”, insiste el compositor, arreglador y director de orquesta, mientras toma café en una de las mesas contiguas al escenario del Marabú.

Es ese escenario del subsuelo del tango sublevado que nació en 1935; que en el '37 vio debutar a Aníbal “Pichuco” Troilo con su orquesta y Francisco Fiorentino en voz; y en el que tiempo después repitió lo mismo, pero con la de Rodolfo Biagi. “Acá fue también donde Tania cantó por primera vez 'Uno' de Discépolo, y Contursi compuso 'Como dos extraños'", aporta Silvina Damiani, programadora del Marabú, que reabrió en 2017 como milonga, y desde el 11 de diciembre de 2021 sumó la realización de conciertos. 

“Pero claro que la sangre tira, viejo”, retoma Rivas, tanguero, peluquero, y resultado musical y humano de los Hermanos (Osvaldo y Néstor) Rivas, cuyo pasado lo detecta como hacedor de diez discos –uno de ellos, Sentido Único, junto a Leopoldo Federico-, además de plasmar proyectos junto a Rubén Juárez, Néstor Marconi, Dino Saluzzi, Juanjo Domínguez y Argentino Ledesma.

Además de despuntar el vicio, Pane y Rivas están aprovechando el ciclo para grabar un disco en vivo -el primero entre ambos- donde brillarán clásicos de Pedro Maffia, Julio De Caro y “Pichuco” Troilo. Hace quince años que el dúo protagoniza conciertos en conjunto, además de acarrear parciales confluencias discográficas, caso “Tango en las veredas” y “Tango para Adolfo”, piezas instrumentales que compartieron en 2013, como parte del disco Hugo Rivas y amigos. “También grabamos otros dos temas instrumentales para acompañar al recitador Beto Brandoni, en un disco que nunca salió”, informa Pane.

-La oportunidad de grabar un disco entero juntos tardó pero llegó. ¿Qué es lo que resaltan de ella?

Hugo Rivas: -Que estamos arreglado, y que nos juntamos a dialogar, a jugar con los contrapuntos y con las armonías. Y que eso va a quedar plasmado para futuras generaciones.

Julio Pane: -Yo destaco la cuestión del reparto entre los instrumentos, porque todos sabemos que el bandoneón siempre fue muy protagonista. Es un instrumento turro, quiero decir, que siempre se lleva el protagonismo en el tango. En las orquestas, cuando hay un solo cabrero, lo hace el bandoneón, al igual que las variaciones finales, y en los dúos también. Festejo que la cosa entre nosotros sea más horizontal.

H. R.: -¿Sabés quiénes le dieron lugar a la guitarra en el tango?, Pichuco Troilo y Leopoldo Federico, y los dos con Roberto Grela. Igual, ojo, nuestro desafío no es parecernos a estos dúos.

-¿Cuál es entonces, más allá de lo dicho?

H. R.: -Ser nosotros mismos, escapar de algo que puede pasar, que es ir hacia un sonido Grela-Troilo, precisamente. El problema no es técnico sino estético, quiero decir.

J. P.: -Y déjenme agregar algo… tanto Hugo como yo podemos afrontar todo con los dedos, pero a veces, cuando nos damos cuenta que estamos pecando de egocentrismo musical, retrocedemos. Es bueno ver eso, saber dónde parar.

Hugo y Julio hablan mucho. Sobre todo el segundo, hombre nacido en el Abasto, que suele irse por las ramas de la historia del tango gracias a una memoria riquísima, mientras Rivas sonríe. O cuenta –depende el clímax de la charla- que en paralelo al dúo con el bandoneonista, armó un novedoso cuarteto a percusión, guitarrón, guitarra y contrabajo, con destino de disco. La vida musical paralela de Pane pasa en cambio por una Orquesta Típica formada en 2015 en la que militan, entre otros destacados músicos como Martín Benedetti en bandoneón, Fernando Marzán al piano, y Humberto Ridolfi, en violín solista. 

“El repertorio que estamos tocando con Hugo es el mismo que venimos haciendo hace quince años, pero con arreglos renovados. Es muy difícil sacarse de la cabeza quince años de tocar juntos”, dice Pane, cuya diferencia de edad con su compañero alcanza los 27 años. Él nació en 1947, y Rivas en 1974. “Capicúa”, ríe, con aire timbero, el bandoneonista del Abasto. Ambos se conocieron cuando el guitarrista tenía 15 años. “Una noche de fines de los ochenta habíamos salido con mi papá y mi tío a escuchar música 'guitarra al hombro', y entramos en un boliche que tenía Horacio Ferrer en Talcahuano, entre Corrientes y Sarmiento. Una vez acomodados allí, yo saqué la guitarra, me puse a tocar 'Lluvia de estrellas', Hugo estaba con el bandoneón y, bueno, ahí empezó todo”, rememora el guitarrista.

Pane rondaba los 40 años, y ya había tocado con las agrupaciones de Horacio Salgán, Osvaldo Manzi, Armando Pontier, Miguel Caló y José Basso, entre otras, y por entonces Astor Piazzolla lo convocaba como segundo bandoneón en el Sexteto Nuevo Tango, mientras Rivas estaba dando sus primeros pasos, aún prendido al latir guitarrístico de su padre y su tío. “Por esos días yo estaba trabajando con Rubén Juárez, Roberto Goyeneche, Horacio Salgán, el Angel Díaz, Osvaldo Tarantino y Atilio Stampone en un ciclo en el Café Homero y en un momento me dijeron 'buscate alguna viola para acompañar a Goyeneche'. Fue ahí que hablé con la mamá de Hugo. Le dije que lo iba a buscar y se lo llevaba en taxi, y así fue… acompañó al Polaco, y al Paya Díaz, ¡sin ensayo!”

-Y con apenas 15 años ¿qué te pasaba por la cabeza, Hugo? ¿Recordás algo de tu estado emocional, interno, en medio de semejante situación?

H. R.: -Nada distinto… soy más tango que el tango (risas). Nací en Boedo, moriré con el tango y hablo tango, y entonces ya tenía oficio para acompañar al Polaco.

J. P.: -Bueno, así empezó todo entre nosotros. Después nos juntamos en el Tasso, mientras yo tenía el trío con Horacio Cabarcos y Nicolás Ledesma, y la cosa siguió.

H. R.: -Siguió porque somos amigos, nos encariñamos como una familia.

-Eso es muy del tango, también.

H. R.: -Exacto. Y tenemos los mismos gustos, pensamos muy parecido las armonías, él me quiere, yo lo quiero, y esto ayuda mucho… nos emocionamos cuando tocamos juntos. Es algo más que decir 'bueno, yo toco con Pane porque toca fenómeno, ¿no?' Así solo no serviría. Toco con él porque, además de ser él un gran arreglador y un gran intérprete, soy su amigo. Sí, es verdad, yo toqué con Dino Saluzzi, con Néstor Marconi, hasta hice un disco con Leopoldo Federico, todos maestros del fueye, pero con Pane tenemos un plus afectivo.

J. P.: -Además, gravita el hecho de que vos y yo compartimos más.

H. R.: -Y mirá que él tocó con Juanjo Domínguez, con Cacho Tirao, fin, tremendos guitarristas (ver aparte).

-¿Cuál es la pieza que les resulta más placentera de tocar, en cada caso?

H. R.: -Para mí, “Amurado”, de Maffia y Laurenz, porque ellos son los inventores de casi todo.

J. P.: –Y a mí me tocan las generales de la ley, “A Pedro Maffia”, de Pichuco, porque, además de lo que dice Hugo, Maffia está al lado de Dios.

-La quinta vez que nombrás a Dios en la charla, Julio… viene mística la cosa.

J. P.: -Todos los días pienso que Dios, como se suele decir últimamente, es una energía, y pienso también en todas las cosas feas que pasan en el mundo… debe ser por eso.

H. R.: -Viene al caso esto porque además los dos pensamos que más que tocar notas queremos tocar almas. Por eso, estamos conectados con el de arriba, porque él es el que manda. A Horacio Salgán una vez le preguntaron de dónde sacaba sus arreglos, sus ideas musicales, y él dijo 'no soy yo'… y claro, ¡cómo me voy a poner yo delante de la música, si la música es un poder divino!

Imagen: Sandra Cartasso.

 

Música para caballos

Durante una de las largas parrafadas que Pane destina a la historia del tango durante la charla, una tiene como eje su dúo con Cacho Tirao, otro de los grandes guitarristas con quien conjugó talentos en el pasado. “Era un guitarrista inconmensurable”, sentencia él. “Recuerdo que una noche de hace muchísimos años en Michelángelo le escuché decir a Astor Piazzolla que Cacho era un fuera de serie. Y yo pienso lo mismo”. 

El encuentro entre Pane y Tirao se dio vía Raúl Moneta. Sí, aquel abogado, banquero y empresario de medios que, además de tener problemas con la ley durante la complicada década del noventa, supo regentear lugares como el haras “Le República”, donde Horacio Guarany compuso “A Don Raúl”, en homenaje al empresario. “Un día Cacho me llamó por teléfono para decirme que teníamos que acompañar un Ballet de caballos… ¡un ballet de caballos!, y le dije 'qué te pasa, estás loco'... (risas). Bueno, era un encargo que le había hecho Moneta para una de las tantas propiedades que tenía en la época de Menem”, evoca Pane. “Yo no juzgo, solo digo que Moneta tenía devoción por el tango y el folklore, y apoyaba a los artistas. Es más, era tan hincha de Cacho, que le había encargado eso del ballet de caballos (risas).

-Bizarro. ¿Cómo era eso de poner una música para que bailen caballos?

-Bueno, sí, Tirao tenía que ir a ver un carrera para escribir una música ¡Y el tipo la escribió!... un lío total, porque los caballos no son como los bailarines, que te entienden. Muy loco. Y tengo varias más, ¿eh?... me la pasaría hablando de Cacho de acá a la eternidad. Fue una lástima, porque habíamos empezado a grabar un disco juntos, pero solo pudimos grabar un tema suyo llamado “El negro Felipe”, que era un cuchillero de Avellaneda, donde se había criado él. Pero enseguida se murió. La última vez que lo vi estaba amargado por las cosas que estaban pasando en el país en general, y en SADAIC en particular.

-Hugo, ¿tuviste alguna experiencia con Cacho, dado que sos del mismo rubro?

H. R.: -Yo escuchaba muchísimo a Roberto Grela, a Oscar Alemán, a los Indios Tacunau, y un día me regalaron un disco de Tirao. Lo que me sorpendió de él cuando lo escuché, más allá de todo lo que sabía de música, de su maestría, es que se acompañaba impecablemente a sí mismo. No escuché a nadie que hiciera algo así como él. Lo escuchabas y decías 'parecen dos guitarras'. Si estuviera vivo acá, entre nosotros, sin dudas lo felicitaría por eso.

-Tirao, entonces, un referente central en términos de guitarra. ¿En bandoneón a quién elegirían?

J. P.: -A Troilo. El Gordo siempre estuvo aggiornando todo dentro del tango, para mandarlo hacia delante. Empieza en el '37, inaugura la década del '40, y todas las orquestas que vinieron después tenían algo de él. Además, les abrió las puertas a quienes sabía que tenía que abrírselas. Hablo de Julián Plaza, de Astor Piazzolla, de Emilio Balcarce... en fin, fue un portón inmenso hacia el futuro. Es más, cuando lo escucho a veces me tengo que ir, porque es demasiado… es insoportablemente hermosa su música.

-Faltaría un cantante…

 

J. P.: -¡Gardel, olvidate! La otra vez puse el televisor y apareció el chabón cantando “Arrabal amargo”. Escuché cuatro compases, apagué el televisor y me fui a la mierda… andá a la puta que te parió, dejate de joder (se ríe a carcajadas) ¿Cómo vas a escuchar a este tipo?