Desde San Pablo
La épica bolsonarista es solo por ahora un combo de silencio y cortes de ruta. Brasil esperaba palabras que no llegaron -al menos hasta el lunes 31- de su todavía presidente. Su entorno político más próximo le pide que hable. Pero la única reacción oficial al resultado electoral desde el Poder ejecutivo se conoció por vía de su vicepresidente, el militar Hamilton Mourão. Sin que pudiera confirmarse si obró per se o por mandato de su jefe político, el general retirado le envió un mensaje al compañero de fórmula de Lula, el médico Geraldo Alckmin. Algo muy protocolar que consistió en una felicitación y su disposición a contribuir en la transición hacia el cambio de gobierno. También uno de los hijos de Bolsonaro, Flavio, escribió un tuit de agradecimiento a los “que rezaron” y se despidió con un “¡Dios a cargo!” No hubo más.
El relato confrontador del presidente en cuatro años de mandato dejó paso al mutismo. Mientras no da señales, una protesta de fanáticos que lo apoyan, mezcla de camioneros, empresarios del agronegocio y comerciantes, cortan rutas y autopistas en algunas regiones del país. Por ahora la situación no se desbordó, pero es una amenaza concreta al paso de personas y mercancías entre varios centros neurálgicos del país.
La PRF, Policía Federal de Carreteras, se tomó un tiempo para actuar. Su actitud parece mucho más lábil que la mantenida el día de la elección, cuando detuvo a decenas de ómnibus con partidarios del PT y sus aliados que iban a votar en el Nordeste.
Los primeros efectos después de la victoria de Lula superan la caída inicial de la Bolsa – que luego se recuperó – y la incertidumbre general en los mercados por las medidas que tomará desde el 1° de enero. Pero las consecuencias de los piquetes ruteros son más impredecibles, aunque esas acciones están ceñidas a estados con fuerte presencia de la ultraderecha brasileña. En el sur, sudoeste y sudeste.
Al mensaje de Mourão a Alckmin, un general opaco pero más discreto e inteligente que su compañero de binomio en las elecciones de 2018, le siguió un reconocimiento implícito de la derrota en las redes sociales que escribió Flavio Bolsonaro, el coordinador de la campaña presidencial de su padre. “¡Gracias a todos los que nos ayudaron a rescatar el patriotismo, que rezaron, rezaron, salieron a las calles, dieron su sudor por el país que está trabajando y le dieron a Bolsonaro el mayor voto de su vida! ¡Levantemos la cabeza y no renunciemos a nuestro Brasil! ¡Dios a cargo!”, se expresó en Twitter con el tono de sermón religioso que el clan familiar suele utilizar en sus intervenciones públicas. Sus hermanos Carlos y Eduardo que ocupan diferentes cargos políticos no difundieron su pensamiento sobre la victoria de Lula.
El sitio periodístico UOL publicó que el llamado Centrão – una alianza de pequeños partidos de derecha – y algunos ministros habían intentado convencer al presidente de que reconociera la decisión ciudadana del pueblo brasileño, que le indicó el retorno a su casa en Barra de Tijuca. Uno de los miembros de su gabinete, citado por el medio, declaró: “Bolsonaro necesita actuar en dos frentes. Cuidar personalmente de él y sus hijos, quienes son objeto de investigaciones. Y de su grupo político, que, a pesar de ser derrotado, salió con fuerza de las elecciones de este año, conquistando el principal estado del país, San Pablo”.
Pero no hubo caso. Bolsonaro nunca abandonó el silencio, aunque hubo voces que se hicieron escuchar por él y que no ocupan cargos en el gobierno. Son las que pasaron a los hechos en varias carreteras del país cuando decidieron cortarlas y dejar aisladas a varias localidades del sudeste, centro oeste y sur de Brasil. En los piquetes donde camioneros, empresarios del agronegocio y comerciantes metieron presión, no hubo una táctica uniforme, aunque si un mismo camino de agitación que comenzó por las redes sociales.
La convocatoria inicial partió desde Telegram, se extendió a Whatsapp y se viralizó hasta convocar voluntades hacia diferentes rutas del país. El mensaje decía: “Atención, entren a los grupos de sus respectivos estados y organicen sus concentraciones. Primero en las rutas, después en las vías de acceso y por fin en el centro de las ciudades. El plazo para la acción de las fuerzas armadas es de 72 horas. No tenemos políticos, partidos o financiamientos. Nosotros somos el pueblo. No seremos ultrajados en nuestra patria. Comunismo aquí no. Lista de grupos de Telegram”. El texto salió desde el estado de Paraná, uno de los tres del sur, donde los cortes de ruta no pasaron inadvertidos en los medios nacionales.
La consigna era “Já” (Ya) y corrió por varios de los principales caminos de Brasil, aunque encontró resistencia en su propia base. Wallace Landim, alías Chorão, presidente de la Asociación Brasileña de Conductores de Automotores (ABRAVA), difundió su posición contraria a las medidas a través de un video: “Vengo hoy para hablar con nuestro segmento del transporte. Estamos pasando por un momento muy difícil. Hay mucha gente llamándome, preguntando por el paro, con algunos puntos en las rutas ya detenidos en este país. Quiero colocarme aquí, a través de ABRAVA, para reconocer la elección, la democracia, para felicitar al presidente Luiz Inácio Lula da Silva por su victoria”.
Sus palabras tenían cierta legitimidad. Es el hombre que en 2018 había cortado rutas por reclamos sectoriales que coincidieron con las reivindicaciones que levantaba el electorado ruralista y transportista que seguía al entonces candidato a presidente Bolsonaro. “Este no es el momento de parar el país. Esto es Democracia. ¡Un abrazo a todos!”, terminó el dirigente que se abrió de la protesta. Una medida que amenazaba con cortar la conectividad de un país inmenso donde el bolsonarismo resiste la voluntad electoral que se expresó en las urnas.