“Soy un ciudadano resucitado”: en un discurso sobrio y meditado, en el que enfatizó que su triunfo era el de la democracia, Lula definió sin exagerar lo ocurrido en Brasil. Calumniado, abandonado por la mayoría de sus aliados, encarcelado en condiciones muy severas, ¿cómo imaginar que el expresidente iba a volver al primer lugar de la vida política? En menos de un año se revirtió el ominoso panorama brasileño y si así ocurrió fue por esa notable mezcla de sensibilidad social y capacidad política que en estos años, más que nunca, mostró el líder brasileño, pero también porque el bolsonarismo había atravesado casi todas las fronteras que separan a la democracia del neofascismo, que son también las de la dignidad personal y el respeto al ser humano.
Y esas mismas fronteras son las que veíamos con espanto cómo comenzaban a cruzarse en la Argentina. De ahí que la inmensa sensación de alivio con que recibimos la derrota de Bolsonaro tenga mucho que ver con el futuro de nuestro país. Imaginemos cómo hubieran reaccionado los Picchetto, Bullrich, Ritondo y otros pichones del neofascismo – que a veces parece teledirigir Mauricio Macri- si el resultado en Brasil hubiera sido distinto. Milei, quien más lejos llegó en su adhesión a Bolsonaro, siguió twiteando en su apoyo después de la derrota, los otros probablemente sean más prudentes. Lo indudable es que esta derrota de la extrema derecha en el país más importante de la región implica una enorme bocanada de entusiasmo que se suma a las significativas victorias obtenidas, en su momento, en Colombia, Chile y otros países.
Es curioso que Lula, el dirigente populista condenado en su momento por la gran mayoría de los partidos brasileños, haya sido el artífice de lo que también puede leerse como una verdadera reconstrucción del sistema político. Aunque no es sorprendente si recordamos que Lula siempre estuvo a la cabeza de los grandes giros políticos del pensamiento político y social de la región. En los ‘80 y 90, cuando las propuestas progresistas y de izquierda quedaron tan desacomodadas con la implosión de los socialismos reales, el Partido de los Trabajadores -por entonces una de las fuerzas más radicalizadas de la región- levantó con fuerza la idea de que su versión del socialismo era incompatible con todo autoritarismo (como los que se habían derrumbado en el Este Europeo).
Años más tarde, cuando el fortalecido PT seguía perdiendo elecciones pese a su crecimiento - lo que el recordado Marco Aurelio García definía como el síndrome del Partido Comunista Italiano – Lula encabezó esa profunda revisión de la plataforma del partido que permitió ampliar la convocatoria de una fuerza que, resignando viejas consignas teóricas. encabezaría una transformación tan profunda como la que significó trabajo y comida asegurados para millones de brasileños.
Cada uno de estos cambios tuvo una influencia notable en Argentina (seguramente en mayor medida en el peronismo radicalizado y el progresismo) . Pero hoy esa influencia se amplía porque el fantasma del bolsonarismo aún acecha en la Argentina y Lula marca caminos en la lucha por evitarnos ese destino. El líder brasileño, en el marco de un discurso que celebraba lo que calificó como un triunfo del pueblo de Brasil, también recordó que la primer tarea de una fuerza popular es garantizar a los más pobres trabajo digno y tres comidas diarias. No sería bueno olvidarlo como tampoco que, como ha planteado Lula tantas veces, la unidad de la fuerza que hoy gobierna la Argentina es la base imprescindible de toda salida popular. La rápida respuesta del presidente Alberto Fernández yendo a dialogar con el líder brasileño y el saludo entusiasta de Cristina, la vicepresidenta, permiten también una mirada de mayor optimismo.