“Selena Gomez ha cancelado su gira por problemas de ansiedad y depresión”. Los titulares arreciaron a mediados de 2016, cuando la cantante y actriz nacida en Texas, hija de padre mexicano y madre estadounidense, debió ser internada en una clínica especializada en trastornos psicológicos. En una carta oficial dedicada a sus fans, la exestrella infantil, que comenzó a trabajar en la industria del entretenimiento a los diez años en el show televisivo de Barney y sus amigos, detallaba el descubrimiento de que padecía la enfermedad autoinmune conocida como lupus y de cómo la dolencia le había provocado un estado de ansiedad y ataques de pánico constantes.
“Quiero ser proactiva y centrarme en mantener mi salud y felicidad, y he decidido que lo mejor para seguir adelante es tomarme un descanso. Gracias a todos mis fans por su apoyo. Saben que son muy especiales para mí, pero necesito enfrentarme a esto para asegurarme de que estoy haciendo todo lo posible para estar mejor. Sé que no estoy sola en esto, así que espero que otros se animen a afrontar sus propios problemas”.
El documental Selena Gomez: mi mente y yo, que debutará en la plataforma Apple TV+ este viernes 4 de noviembre, no está centrado en la carrera musical y actoral de Gomez, que acaba de cumplir tres décadas de vida, sino en el periplo personal recorrido desde aquel momento bisagra hasta la actualidad. El responsable de llevar adelante la dirección del largometraje –franco y lleno de confesiones de índole íntima, a pesar de tratarse de un proyecto ciento por ciento oficial– fue el libanés afincado en los Estados Unidos Alek Keshishian, el director de la célebre A la cama con Madonna (1991), que hasta el estreno de Bowling for Columbine una década más tarde ostentaba el título del documental más taquillero de la historia.
Si bien se trata de dos películas muy diferentes en forma y fondo, y más allá de las diferencias de edad de los sujetos, resulta claro que tanto la chica material como la joven protagonista de la serie Only Murders in the Building le regalaron al realizador una confianza casi ciega a la hora de ingresar a los bastidores. Los literales, detrás de los escenarios y los miles y miles de fans, y los metafóricos: sus respectivas vidas privadas.
“La clave para poder descubrir a la persona detrás de la estrella es sencilla: ir en busca de la verdad. Y que la figura pública comprenda que no estoy intentado utilizarla”. Además de dirigir el documental sobre Madonna y los largometrajes de ficción Con honores y El amor y otros desastres, Alek Keshishian fue el responsable de llevar adelante una gran cantidad de videoclips para artistas como Elton John (la promo del tema “Sacrifice”, nada menos), Vanessa Williams y, por supuesto, Madonna. En comunicación con un puñado de medios internacionales, entre los cuales estuvo presente Página/12, el realizador respondió a las preguntas de los periodistas, muchas de las cuales, previsiblemente, giraron alrededor del enorme grado de cercanía con Gomez, incluso en momentos de dolor y opresión.
“Después de A la cama con Madonna muchos músicos se acercaron para que hiciera su propio documental, pero mi respuesta fue invariablemente no. No quería ni podía repetir eso. En general me enamoro de los sujetos de mis documentales, y creo que la gente puede sentirlo. Es un amor mutuo. Creo que por eso me llevó varias décadas volver a hacer un documental de estas características: si no existe ese amor, esa sociedad entre ambos, no es posible llevar adelante un proyecto de estas características. No puedo imaginarme filmar a alguien durante meses como un simple trabajo por encargo, aunque soy consciente de hay muchos documentales así. Van, filman tres meses, se van, se edita el material y listo. Si no existe una amistad no puedo hacerlo, y de allí creo que nace esa confianza absolutamente necesaria para el resultado final en pantalla”.
-La industria musical ha cambiado mucho desde los tiempos del reinado de Madonna. También la relación de las estrellas con sus seguidores. ¿Qué podría aportar al respecto desde su experiencia como documentalista?
-Creo que la mayor diferencia radica, como puede imaginarse, en el uso de las redes sociales. En la época del documental de Madonna nadie compartía ese nivel de intimidad que hoy es moneda corriente. Es cierto que poco tiempo después de A la cama con Madonna aparecieron con fuerza los reality shows, pero eso no es la realidad. El de las reality es una realidad muy manipulada. Atención: en las redes sociales también se manipula. Incluso en los documentales, por más genuinos que sean. Vivimos en una cultura en la cual todo el mundo genera una imagen pública que no tiene mucho que ver con la privada. Es una época en la cual pretendemos mostrar nuestra vida real a todo el mundo, pero es una realidad completamente curada. Una vida virtual en la cual elegimos qué emociones mostrar y cómo hacerlo. El cine documental, en cambio, parte de una idea de sociedad entre el realizador y el sujeto. En el caso de Selena Gomez: mi mente y yo, nada fue alterado o forzado, pero de ninguna manera se trata de una película de un director sobre un sujeto, sino que parte de un proceso colaborativo.
-Y en las redes se potencian aún más los efectos de una industria millonaria.
-Claro, en cuanto a la industria musical, el mayor cambio está dado por la enorme cantidad de canales y de artistas existentes. Hace treinta años las figuras más famosas del mundo eran Madonna, la princesa Diana, Michael Jackson. Hoy Selena tiene 350 millones de seguidores en todo el mundo. Es mucho más que una estrella pop. Hay algo muy humano en ella y no hace muchos esfuerzos por crear una imagen pública diferente. Lo que se ve es su yo auténtico, y es por eso por lo que es conocida. Cada una a su manera, tanto ella como Madonna fueron y son mujeres muy corajudas. Madonna por hacer en su época todo lo que hizo. Irónicamente, debido a los tiempos que le tocaron, lo más valiente que Selena pudo hacer es convertirse en alguien genuino, ir en contra de la idea de la estrella pop. A Madonna le encantaba esa construcción, pero Selena está embarcada en un viaje diferente. Muchos jóvenes son famosos en Instagram, pero sus vidas privadas están llenas de oscuridad y tristeza. Con su ejemplo, Selena les ofrece una pista de cómo salir de ese atolladero. Y la única manera de escapar de esa desconexión con la realidad es el contacto humano genuino. Conocer a alguien en la realidad, no en las redes. Estar con alguien, escuchar sus historias.
-Mostrar la humanidad de alguien muy famoso no debe ser nada sencillo.
-Por supuesto que no, no es nada fácil. Mi abordaje es cercano a la idea del cinéma vérité. No hay nada que se planifique demasiado. Hubo jornadas de trabajo de ocho horas cuyo resultado no se usó en la película. Para lograr ese grado de intimidad hay que ser muy paciente, estar ahí, día tras día. Es algo que incluso requiere cierto tipo de fe. Hay que ir, estar, filmar. Todos los días. No hay que forzar nada. Se trata de capturar momentos, y entonces, en algún momento, aparece la magia. O, en otras palabras, lo real. Hay un momento en la película en el cual Selena tiene una recaída con el lupus. Yo estaba allí y le pregunté si estaba segura de que quería que siguiera filmando. Su respuesta fue sí. En ese momento la confianza mutua era tan profunda que sintió que debía mostrarle a otra gente ese dolor. Me transformé en una suerte de hermano mayor.
-¿Cuántas horas de material bruto fueron necesarias antes de llegar al montaje final, que apenas sobrepasa los noventa minutos?
-Fueron más de doscientas horas de material original filmado por nosotros. A eso hay que sumarles los diarios íntimos: Selena me dio dos cajas bien grandes con sus diarios, escritos a lo largo de quince años, de los cuales se terminaron utilizando algunas líneas textuales. Además, todas las fotografías y videos hogareños que me dio y, por supuesto, el archivo disponible de toda su carrera. El material era casi infinito, realmente. Pero el foco del film debía centrarse en una especie de viaje. Un viaje que capturara su esencia. Eso es lo que intentamos hacer. Una anécdota interesante: el primer corte duraba cerca de dos horas y media. Lo vimos junto a Selena y los productores y estos pensaron que, más allá de algunos retoques aquí y allá, la película ya estaba lista. Dije que no, que todavía faltaba mucho. Selena apoyó completamente mi decisión de seguir trabajando el montaje, que finalmente estuvo terminado casi un año después.
-¿Hubo algún pedido de Selena Gomez de incluir algo específico o quitar momentos puntuales?
-Por supuesto que a ella no le gusta todo lo que mostramos, hay cosas que la hicieron sentir incómoda. Pero al mismo tiempo sabía que eran importantes, que eran cosas que debían incluirse. No puedo imaginarme hacer un documental en el cual el sujeto termine en conflicto conmigo. No es la clase de documentales que hago. Así que si ella me hubiera pedido eliminar algo, lo hubiera hecho. Pero eso no ocurrió y fue muy respetuosa de mi mirada como realizador. Estuvimos todo el tiempo en sincronía. Con Madonna había ocurrido lo mismo: nunca me dijo ‘no pongas esto o aquello’. Por supuesto que hubo conversaciones con Selena. Al fin y al cabo ella también es una artista, a quien respeto como tal. Y además es su vida. En todos los casos llegamos a un acuerdo.
-Hay varias escenas en las cuales Selena regresa a su barrio, a la escuela donde cursó la secundaria, a la casa de una vecina con la cual solía jugar. ¿Es consciente de la sensación de infancia perdida que transmiten esos momentos? Nada se explicita, de todas formas, pero está presente.
-Hay seiscientos documentales que podrían hacerse sobre la misma persona, todos diferentes. Ella dice lo necesario, y el hecho de que el espectador note ese tema sin que la película lo haga evidente es más que suficiente. Mucha gente perdió su infancia. Verla regresar al lugar del cual proviene es algo notable, porque no lo hace con la autosuficiencia de quien cree que ahora es alguien mejor, más importante. Ella vuelve y sigue siendo una más. Todavía es Selena, la chica que iba a jugar a esa casa. Es interesante, porque su infancia fue muy inusual en ciertos sentidos pero absolutamente común en otros. Ella proviene de un vecindario complicado, con las drogas presentes en cada esquina, y vivía en una casa muy modesta. Lo interesante es cómo se relaciona con su pasado. No vuelve en un modo ‘qué suerte que ya no vivo acá’. Ese barrio también es el de ella. Es ella.