Desde Río de Janeiro
Luego de un estruendoso silencio de más de 44 horas, el ultraderechista Jair Bolsonaro finalmente anunció ayer que haría un pronunciamiento al país.
Se esperaba un reconocimiento de la derrota frente a Lula da Silva, el pasado domingo, aunque el nombre del ganador no fuese mencionado.
Los medios de comunicación fueron convocados para estar en el Palacio da Alvorada, residencia presidencial, a las tres de la tarde.
Pasada una hora y cuarenta y cuatro minutos, Bolsonaro apareció, rodeado por ministros y figuras de su entorno político.
Estaba sonriente, tratando de aparentar tranquilidad luego de la victoria de Lula da Silva.
Y finalmente habló al país. Lo que se vio y oyó fue Bolsonaro en estado puro. O sea: bizarro, cobarde y mentiroso.
Dos minutos y cuatro segundos
Fueron escasísimos dos minutos y cuatro segundos, en que el nombre de Lula y las palabras “victoria” o “derrota” no fueron oídas.
Empezó por agradecer los 58 millones de brasileños que votaron por él, para en seguida decir que “los actuales movimientos populares son fruto de la indignación y sentimiento de injusticia” por la forma en que se dio el proceso electoral.
Clasificar el violento cierre de carreteras por todo el país como siendo “movimientos populares” es, vale reiterar, Bolsonaro en estado puro.
¿Será que él no sabe que las ocupaciones de las carreteras fueron incentivadas directamente por asesores muy cercanos a su despacho presidencial, y convocadas dos semanas antes del día de la elección, cuando ya sobraban indicios de su derrota?
Es imposible creer que Bolsonaro ignore actos de violencia registrados en carreteras por medio Brasil, como dejar a niños y mujeres embarazadas sin agua y caminando kilómetros y kilómetros bajo el sol, amenazadas de violencia física.
Criticó, muy de paso, los métodos utilizados por los que bloquean carreteras, diciendo que “no podemos actuar como la izquierda, que siempre perjudica la población”.
Peligroso
Los responsables por el cierre de carreteras esparcieron, por las redes sociales, mensajes convocando a las Fuerzas Armadas para intervenir, impidiendo que Lula asuma la presidencia el primero de enero de 2023. De paso pidieron la prisión de varios integrantes del Supremo Tribunal Federal y convocaron a sus seguidores a empuñar armas en defensa de la “democracia” y, claro, del mismo Bolsonaro.
Horas antes, el desequilibrado ultraderechista había invitado a los integrantes del Supremo Tribunal Federal para una reunión en la residencia presidencial. Oyó un más que sonoro “no” unísono: solo habría reunión después de que hiciese una declaración pública reconociendo, con toda claridad, el resultado de las urnas.
Con su postura patética y bizarra de ayer, Bolsonaro logró algo inesperado: clavó el féretro de su gobierno dos meses antes del plazo previsto por la Constitución.
Él seguirá como presidente, claro, pero todo lo demás se diluyó en el barro inmundo que lo rodea.
Qué hará de aquí en adelante es puro misterio. Y puro peligro.