Argentina supo atravesar un largo período en el cual se verificaron dos contextos claramente distintos, aunque ambos con cierta y siempre precaria estabilidad macroeconómica: 1992-2001 bajo el Plan de Convertibilidad, en el que el "uno a uno" no impidió una inflación anual próxima al 2,7 por ciento anual, y 2003-2015 con una inflación media del 11 por ciento anual. Sin embargo, el período 2016-2022 sitúa al país en un entorno del 49,5 por ciento con un pico estimado del 96 por ciento de inflación a fines de este año. Claro que esto no es bueno.
Respecto a las causas de dicha inflación se esbozan todo tipo de teorías y radicales recetas para combatirla. Pasa desapercibido que tal vez haya grupos que no solo no se perjudican, sino que se benefician con la inflación. Pocos expresan que la inflación nace de una compleja secuencia, tal como es el traslado de costos en cada devaluación, remarcaciones anticipadas al valor del dólar paralelo, ajustes de salarios, de márgenes comerciales dolarizados y desequilibrios también causados por el costo de financiar deuda interna y externa.
No importa por donde se empiece, cada factor impulsa al otro. Crear iliquidez no lo aconseja ni el FMI y menos en tiempos como estos de postpandemia y de guerra. Y culpar a los ñoquis es poco serio, aunque nadie duda de su existencia, como tampoco de que el tejido social está muy roto, para no mencionar los valores culturales.
En la Argentina actual, cerca del 74 por ciento de la población nació después de 1977, por lo que puede tener una percepción muy sesgada acerca de estos temas. Statista informa que 5 de cada 10 ciudadanos sufren de desinformación a través de las redes sociales.
Mirar hacia atrás
El comienzo de la democracia no fue muy feliz. Las tasas de inflación fueron del orden medio del 367 por ciento anual (1983-1988) con un pico espantoso cercano a 10 mil por ciento en 1989. Claro que luego de más de dos décadas de estabilidad, a cualquier ciudadano le aterra que algo así se repita o bien que se produzca una situación como la de 1975 y 1976, cuando la inflación fue en promedio del 361 por ciento.
Lo que tal vez no se recuerde tan bien es que entre 1977 y 1982, la inflación fue del 151 por ciento en promedio, a pesar de la brutal reducción salarial, la disminución del gasto público que nunca superó el 30 por ciento del PBI y la imposibilidad de que los sindicatos presionaran demasiado. La discusión ideológica posterior se centró, por supuesto, en los 30 mil desaparecidos y en un final vergonzoso con la derrota en la guerra de las Malvinas.
Tampoco suele recordarse que la Junta Nacional de Carnes y la Junta Nacional de Granos fueron instrumentos creados por los conservadores y, peor aún, que han olvidado que fue Adalberto Krieger Vasena, el ministro de Economía del gobierno de Onganía, el que dispuso que las devaluaciones fueran compensadas con retenciones a las exportaciones. La historia y los datos duros parecen ser cosa de viejos.
La pregunta crucial: ¿por qué la inflación fue tan elevada aun entre 1978 y 1980, cuando llovían los dólares para ser convertidos en moneda local para luego vaciar las reservas?; ¿por cuál motivo la corrección cambiaria de Alsogaray en 1959 implicó una inflación del 62 por ciento, muy superior a la del 1952, que fue del 35 por ciento?
Los precios
Nadie se pregunta tampoco por qué tanto liberales como “nacionales y populares” parecen no encarrilar períodos de estabilidad duraderos, ni que sus logros sean un peldaño de ascenso y no de descenso del bienestar en una Argentina que debería buscar acuerdos para el largo plazo y sacar de la pobreza a más del 40 por ciento de su población.
Las generaciones que nacieron entre el período más oscuro de nuestra historia y el presente han vivido bonanzas y fracasos y muchos suelen culpar a los políticos de esto último.
Pero lo que no señalan ni los más viejos ni los más jóvenes es que mientras que entre 1997 y 2013 la canasta básica que mide línea de pobreza costaba entre 150 y 80 dólares excluido el efecto inflación estadounidense, entre junio de 2016 y marzo de 2018 superó los 300 dólares y que desde 2019 a 2022 oscila en torno a los 200 a 260 dólares. Esto implica que algo muy raro ha sucedido en el país del todo es posible. Pues es notorio que entre 2011 y 2020 los precios de los alimentos a nivel internacional se desplomaron según Unctad en casi un 30 por ciento y solo se recuperaron en 2021 y claro, ahora por la guerra.
En síntesis, en un contexto tal cabe preguntarse por el papel que juegan los actores que no pertenecen ni al sector salario dependiente, ni a la clase política, en la generación de nuestra crisis actual y en las pasadas.
* Economista profesor Titular de la UNRN