Jean Garrigue nació en Evansville, Indiana, en 1912 o en 1914, la duda reverdece su sombra excepcional, su elegancia de poeta y su embrujo de novelista de una sola novela: El hotel de los animales.
Jean fue una mujer de claustro académico con honras y becas, una estudiante en Chicago (donde conoció a su amiga Marguerite Young), en Iowa, una profesora de escritura creativa en Nueva York, una editora de revistas en la década del treinta, una crítica literaria y una viajera: “he vivido y viajado por Europa, he hecho recorridos a pie por Francia e Italia, hubo un tiempo en que montaba a caballo y navegaba un poco.”
En 1947 publicó The Ego and the Centaur, el primero de sus libros; poco y nada se tradujo su poesía y mucho menos se la ha editado. Un ensayo suyo sobre Marianne Moore fue publicado por la Universidad de Minnsesota en 1965, cómo no iba a escribirlo si las dos convivían -cada una en su casa, Moore con su mamá- con un zoológico imaginario.
Una relación epistolar y una descripción sobre sí misma pensando en Moore la unieron entre actos a la poeta del pangolín, el mamífero que es casi un alcaucil con cabeza, patas y un estómago de piedra. Las dos murieron en el mismo año. Marianne en febrero, Jean en diciembre. Cuando El hotel de los animales (La bestia equilátera, 2020) llegó a las librerías removió el silencio espeso que durante demasiados años sobrevoló sobre la obra de Jean, la poeta compleja en ritmo y estilo, la ardiente inventora de frases, la original y hábil perfeccionista verbal en los umbrales del peligro y la autora de esta fábula magistral donde los animales respiran la humanidad más salvaje.
Evitó la vida familiar, no se casó, no fue madre y no dejó a la intemperie su vida privada; en semblanzas y rastreos aparecen algunos nombres de amigos y amigas amantes y algunas escenas de pasión borrascosa con Josephine Herbst a quien le dedicó Réquiem, (Josephine murió en 1969) el poema en el que le cuenta que quiere enviarle una carta pero que la boca del buzón está tapada de nieve. Cuando Jean murió de la enfermedad de Hodgkin unos días después de cumplir cincuenta y nueve años, su obra desapareció de la vida académica y de las bocas que la recitaban, “uno de los misterios literarios más significativos del siglo XX”, dijo su amigo el escritor Alfred Kazin recordando el estilo -ojo inquieto, profundidad del yo que aparece en un diario íntimo, lirismo y brillantez técnica- de la poeta, la niña pequeña, impaciente e inquieta (como la recordaba su hermana) a la que echaron de una escuela por mala conducta.
La hija traviesa de un inspector de correos se llamaba Gertrude Louise Garrigus, el Jean Garrigue lo adoptó unos años después y con explicación bautismal: “el andrógino Jean y Garrigue porque me siento más francesa que irlandesa". Mientras pasamos una temporada en El hotel de los animales y esperamos que el tiempo de las traducciones encuentre las horas precisas, la imaginamos escribiendo en sus lugares favoritos: “Nunca sentí que la tierra plana fuera mi propio hogar. Solo soy feliz en las montañas o en las ciudades con puertos que dan al mar”.