La lista parecía venir del pasado: tarros de pintura, pinceles, trapos para limpiarlos, una lista amorosa de cuando los pañuelos se pintaron por primera vez en la plaza, la 25 de mayo, la plaza de las Madres de Rosario. En aquel momento ninguna madre encabezaba ya la Ronda, y la manera de retenerlas en la plaza fue pintar sus pañuelos en el piso.

Hay que regar la memoria contra el olvido, hay que regarla como a una planta, decía Norma Vermeulen, una de las últimas madres de la Ronda, que nunca abandonó la plaza, y reclamó su hijo hasta su muerte.

A partir de aquella primera vez, el dibujo de sus pañuelos blancos se convirtió en un símbolo, una imagen que se recuperaba vívida al momento de cruzar la plaza. En el centro, en la rotonda, los pañuelos blancos iluminaban su propia historia. 

Pero esta vez, esta lamentable vez, la lista de la pintura y los pinceles no fue para sostener la memoria sino para reparar un daño, un daño incalificable, el de una mano capaz de ensañarse con la ciudad, con la historia sangrienta que pasó en sus calles, en estas plazas. Ir contra un símbolo que representa el reclamo por los miles de desaparecidos que nunca fueron identificados oficialmente, que nunca se pudo ni se puede todavía saber dónde están todos. ¿Dónde están? Las exhumaciones en las tumbas NN confirman que fueron asesinados, y desparramados por los cementerios en los pueblos de la zona, la que ciñe Rosario. “La masacre de Los Surgentes”, de la que se habló tan poco. Los Surgentes, a 144 kilómetros de Rosario, una masacre disuelta en la tierra arada; ahora hay un cartel por un camino alejado que la señala. Dañar un símbolo es ignorar con saña la historia de la ciudad y del país entero que todavía esquiva mirar todas sus aristas.

En la plaza 25 de Mayo borraron el número: 30.000, para poner 8.000. ¿Esa diferencia importa? ¿Importa que en la segunda guerra mundial hayan muerto 16 millones entre judíos, gitanos y otras etnias de Europa en vez de 10 millones? ¿Y si fueron 5 millones? Vengo de un pueblo chico, de apenas 7.000 habitantes, ¿si hubieran asesinado al pueblo entero, si uno por uno de sus habitantes hubiese desaparecido, no habría importado porque solo se trataba de 7.000 personas?

Todavía se esquiva indagar las tumbas de la guerra civil en España, todavía Federico García Lorca sigue al fondo del barranco de Viznar. “La represión franquista siguió un plan premeditado de eliminación sistemática de las fuerzas políticas y sindicales republicanas”, mientras a la luz del día cantan sus versos que transparentan el espíritu de Lorca: “Por el cielo va la luna/ con un niño de la mano”.

Y uno de los nuestros: “La balada del Álamo Carolina”, de Haroldo Conti. Haroldo lo dedicó: “A mi madre, doña Petrolina Lombardi de Conti, y a la ciudad de Chacabuco, mi pueblo”.

“Haroldo Conti fue secuestrado por un grupo de tareas del Batallón 601 de inteligencia del Ejército. Estuvo detenido-desaparecido en el Vesubio (bajo el comando del Primer Cuerpo del Ejército)”. Haroldo Conti, desaparecido hace 45 años, uno más dentro de los treinta mil desaparecidos. En el país hay sucesos de una violencia descarnada, como el atentado a la vicepresidenta argentina, y hay coletazos, como éste en Rosario. Sucesos que revelan afinidad con la más tétrica novela gótica, asombra y aterra que se oscurezca así la vida de los argentinos.

Pero así como hay seres que dañan la memoria, hay seres más sensibles y sabios que la enaltecen. Del mismo modo, los pañuelos blancos de la plaza 25 de Mayo son la luz de las luchas de los postergados. Ellos se juntan y ahí convergen.