No voy a criticar a nadie. Es verdad que estamos en un momento de máxima tensión, de exasperación total, y que desde el Lado Progre de la Fuerza tenemos que dejar de llevar todo hacia el terreno del “desafío intelectual”. No, tenemos que seguir debatiendo con ellos, con sus términos, con los nuestros, en todos los frentes. Tenemos que desafiarlos con el perreo. Porque la batalla cultural ya se está librando en términos que nada tienen que ver con nuestra capacidad intelectual y mucho menos con nuestros consumos culturales. En cambio, tienen un poco más que ver, según parece, con nuestros modos de organizar la fiesta.

No, yo quiero hablar con ellos, conocer de sus vergüenzas aprendidas, porque el orgullo es una respuesta política ante nuestra mala educación (San Jáuregui, ruega por nosotres) y ellos siguen respondiendo igual que yo. Ellos también marchan. Las carrozas tienen que moverse sobre el rastro de sus vestiduras rasgadas, porque algunos (les admiro esa capacidad de gestión) se van tusando las musculosas mucho antes de definir con qué outfit van a desfilar. No, nunca están del todo de acuerdo con la organización de un evento que, para ellos, debería ser una fiesta apolítica (o sea, “apartidaria”, pero poteito, potato), porque los colores del arcoíris no tienen militancia y, además, ¿quién va a decirme a mí por qué tengo que marchar?

Pero no, la Marcha del Orgullo no está muy politizada porque las consignas hablen de dirigentes mapuches encarceladas sin juicio previo, de la deuda con el Fondo o de las balas que, por suerte, no se dispararon. La Marcha del Orgullo está muy politizada porque sigue resultándonos liberador yirar por Avenida de Mayo casi en culo, chapar sin miedo bajo el rayo del sol de las cinco de la tarde, desbordarnos por las callecitas aledañas como quienes se caen de la cama en una orgía. Es lo más político que muches hacemos en todo un año, porque hacer política no es bardear a funcionaries en twitter, es poner el cuerpo en la protesta, en el baile y en el garche, poner el cuerpo a la vista y paciencia de todo el mundo (perdón, Roberto Piazza, ¡perdón!).

Entonces, no, no solo la Marcha del Orgullo está muy politizada, ¡vos estás muy politizada! Incluso negar que lo estás, negar que todo lo que hacés es la estilización de una respuesta política, es re, re, re político. Te politizás cuando pisás esa plaza atestada de cuerpos desnudos, montados, no, en realidad te politizás desde antes, desde que les proponés a tus amigues ir, desde que subís tu registro anual entre las carrozas, no, antes de las carrozas: desde que vas al evento con el que tan gentilmente el Gobierno de la Ciudad inaugura la Semana del Orgullo de Palermo Soho, digo, de Buenos Aires, entre stands de colores y merchandising oficial. Te politizás desde que elegís un hashtag entre muchos, desde que escuchás a los oradores convocados sin anuncio previo a un escenario (welcome, Mr. Ambassador, it’s so good to meet you in this gay event), desde que no decís nada al respecto, porque ese evento no tiene consignas, porque no está tan politizado como vos.

No, no hay diferencia entre un evento trancu organizado por la alcaldía y una marcha donde todo se desmadra. Ni siquiera hay diferencia entre anunciar previamente unas consignas por las que marchar y no anunciarlas pero llenar su vacío con el discurso de un orador que nada tiene que ver con el deseo que nos mueve. Todos son gestos políticos. Que en un caso lo perciban así y en el otro no, tiene que ver con cuestiones que nos exceden (y a la vez, nos atraviesan): cuestiones de género, de clase y de raza. Esas cuestiones determinan, en todos los casos, las características, los motivos y las formas.

Por último, no, no creo que unes seamos mejores que otros, no creo que tengamos la razón, no se trata de eso. Es hora de encontrarnos más allá de la contradicción, de nuevo en esa avenida donde todes confluimos por un día, donde todes estamos igual de politizades. Igual de orgulloses. Porque a todes nos educaron para la vergüenza. Porque el orgullo, sin importar con qué fines lo utilicen ni con qué colores lo vistan los partidos, para nosotres sigue siendo una respuesta política.