Los sectores más ultras de la oposición apuestan a llegar al gobierno con una política económica liberal extrema. Privatizaciones, reducción brusca del gasto social, reformas previsionales, impositivas y laborales, son parte de la fantasía elitista de un país para pocos que ilusiona a parte del establishment. Para lograr su instrumentación, se planifica una extensa represión social y política de la mano de un operativo lawfare no sólo dirigido a una selección de dirigentes políticos, sociales y sindicales, sino también extendido a parte de sus bases sociales (ver la reforma constitucional en la provincia de Jujuy como un ensayo provincial previo). De esa manera, se lograría implementar un programa liberal de shock que, bajo el prisma de dicha dirigencia, evite el triste desempeño económico de la última gestión de Cambiemos que atribuyen al “gradualismo”.
El “gradualismo” en la aplicación del programa liberal en la última gestión Macri, fue el resultado de la necesidad de hacer base política en una sociedad que, tras la gestión K, no estaba dispuesta a resignar parte de su calidad de vida sostenida en un amplio abanico de políticas públicas generadas durante la década ganada. Ante esa situación, se sostuvo un amplio déficit fiscal que se financió mediante el endeudamiento externo. Cuando se cortó dicho financiamiento, la gestión cambiemos acudió al FMI que le obligó a aplicar una política cambiaria que terminó agravando la crisis, llevándolos a la derrota política.
Bajo esa mirada, un plan de shock que equilibrara rápidamente las cuentas públicas hubiera evitado el incremento insustentable de la deuda. De esa manera, se habría mantenido abierto el financiamiento externo para enfrentar diversos shocks externos, sin necesidad de acudir al FMI. La consiguiente estabilidad económica hubiera permitido la consolidación en el tiempo de un gobierno de derecha, evitando el cíclico regreso del populismo.
La tesis del “problema del gradualismo” de la derecha argentina descansa sobre dos grandes errores de diagnóstico que la van a llevar al fracaso, aún cuando logren implementar su programa de shock. Por un lado, la idea de que la inflación tiene un origen monetario causado por el déficit fiscal, cuando en realidad está basada en elementos inerciales montados sobre impulsos devaluatorios (y de precios externos). Ese diagnóstico equivocado hizo suponer que reemplazar el financiamiento del déficit vía emisión, por la toma de créditos externos, iba a generar una estabilización de los precios en 2016 y 2017. También fue la que llevó a programas de emisión cero al firmarse el acuerdo con el FMI en 2018. Sin embargo, los precios lejos de calmarse terminaron aumentando al doble de velocidad en el final de mandato de Macri respecto al ritmo inflacionario heredado de la gestión CFK.
El otro error de diagnóstico es creer que la toma de créditos externos en la gestión Cambiemos fue consecuencia del déficit fiscal, cuando en realidad se utilizó para cubrir el déficit externo, hecho que analizaremos con mayor detalle en una próxima nota.
@AndresAsiain