Mentiría si dijera que Borges es mi escritor favorito, ya que mis preferencias fluctúan con el tiempo. Lo que sí puedo asegurar es que ningún otro autor me ha acompañado como él desde la pubertad. Lo leo y lo releo, lo cito y lo recito, lo parafraseo y lo utilizo de mil una formas, y él me sorprende y me impacta, me enseña, me ilumina y, por sobre todas las cosas, me hace feliz.

Por otro lado, en los últimos tiempos he notado que mantengo con Borges una relación más íntima, sutil y profunda de lo que creía. En efecto, así como hay quienes dicen que la lengua alemana es un invento de Lutero y que por eso quienes la hablan piensan luteranamente, yo sé que a veces actúo de manera borgeana porque la lengua que habito y que me habita está, para mí, preñada de Borges.

Hace poco tuve de ello una prueba inequívoca. Mientras escribía un artículo de divulgación en el que quería dar una buena definición del deseo inconsciente entendido como núcleo del ser (sin recurrir a la jerga psicoanalítica), vino a mi memoria el “Poema conjetural”. En él, unas pocas líneas cuentan las últimas líneas de la historia de aquel Laprida, estudioso de “las leyes y los cánones”, que en 1816 declaró la independencia nacional. Ese “hombre de sentencias, de libros, de dictámenes”, está a punto de ser degollado entre ciénagas por las salvajes hordas de Aldao cuando, in extremis, lo invade un “júbilo secreto” cuya razón Borges conjetura asumiendo la primera persona del singular:

"A esta ruinosa tarde me llevaba/ el laberinto múltiple de pasos/ que mis días tejieron desde un día/ de la niñez. Al fin he descubierto/ la recóndita clave de mis años".

Recordé estos versos, como dije, y junto a ellos recordé otro júbilo secreto: el insondable regocijo que de adolescente experimenté al descubrirlos. En aquel tiempo ya lejano, antes de saber quién era Freud y quién Lacan, mucho antes de empezar a vérmelas con ese deseo inconsciente que es el núcleo de nuestro ser, vislumbré la invencible potencia del “Tú eres eso” que la serie de nuestros pasos ignora y delinea. Y hoy noto que ese querido poema fue el resorte de numerosas –acaso innumerables- interpretaciones que proferí desde el lugar del analista, ajustadas a la medida de cada analizante, sí, pero estructuradas todas ellas, bajo el modo de ese “Tú eres eso” que Borges me enseñó a captar en la conjeturada agonía de Laprida.

Tiene razón Étienne Gilson al sospechar que lo que se presentaba a Descartes bajo la forma de unas ideas innatas no era sino aquello que los jesuitas le habían inculcado en el colegio de La Fleche y que -larvatus prodeo- regresaba del olvido. Algo muy similar me ocurrió con el “Tú eres eso” que sostuvo y aún sostiene tantas interpretaciones en mi práctica. Su resorte y su potencia me llegaron, sin saberlo, de la mano de Borges y su “Poema conjetural”.

 

*Psicoanalista. Miembro de la EOL y AMP. Texto del capítulo “Tú eres eso” de su libro “La ética como brújula clínica”. Ha publicado otros libros y traducido al castellano títulos de Jacques Lacan y Jacques-Alain Miller.