La rutina de la tarde cálida del viernes siguió con su sumario de presidentes en ferias del libro, financistas que estafan y tipos que mueren asesinados dentro de un auto. Pero en Sarmiento y Santa Fe ayer el tiempo se detuvo para que regrese uno que siempre ha vuelto, y que esta vez regresó ya de salida de los escenarios y de su oficio, y aunque su amigo falte hace 15 años. Joan Manuel Serrat ayer nombró para siempre la esquina del bar El Cairo como "Paseo Serrat Fontanarrosa", y emocionó a una módica multitud de fieles y amorosos fans, de 60 para arriba en su mayoría, que aguantó feliz desde temprano la llegada de su ídolo.

A sus 78, el catalán arribó a la esquina acompañado de Pablo Javkin y María Eugenia Schmuck, anfitrión simbólico y representante del Concejo Municipal que activó esa idea de nominar la esquina con el nombre de estos célebres amigos, en la ordenanza 10.394. Serrat, con saco gris y gorra Peaky Blinders, aguantó numerosos abrazos para luego tirar del paño y descubrir la señalética "Serrat y Fontanarrosa", en lugar de Sarmiento y Santa Fe, bajo el cuello de un bonito farol encendido por primera vez. 

Foto, beso y abrazo con lo que queda de la Mesa de los Galanes, con concejales varios, algún colado, y hasta un Miguel Russo que llegó y levantó aplausos canallas. Entonces subió al escenario con la viuda de Fontanarrosa –Gabriela Mahy, Javkin, Schmuck y Ricardo Centurión, sobreviviente de aquella épica de café que el Negro hizo famosa.

"Nunca pensé encontrarnos una tarde como hoy con tanto cariño", dijo. Calificó a quien conoció en Barcelona, en el Mundial '82, como un hombre "honesto, que se comía sus pesares y transmitía felicidad, en su afán de ser lo que era, escribir, dibujar, amar su ciudad y, sobre todo, a Central". 

"Si el Negro estuviera aquí, estaría deseando irse, con más interés por sentarse a charlar en una mesa con cualquiera –sorprendió y levantó risas–, y si no hubiera sido así, difícilmente hubiera sido amado e idolatrado como lo es". discurrió el Nano.

Por su parte, el catalán se sinceró por imperio de su edad y su nombre: "Yo estoy feliz hoy, pero angustiado: deseo irme al hotel a tomar una copa. Manejo los escenarios, pero en este no sé muy bien para qué estoy", avisó. Quedó claro entonces que no habría ni una canción. Y agradeció al convite por "juntar dos corazones que han vivido juntos y así seguirán".

La viuda de Fontanarrosa hasta chanceó: "El Negro hubiera comprendido que pusieran su nombre a esta esquina porque estuvo siempre, pero 'no se porqué el homenaje a este muchacho –por el Nano–, si vino solo 2 o 3 veces'. El porqué es emotivo, por lo que nos hizo sentir mientras crecíamos", completó y emocionó un poco más a todos.

En la misma línea saludó Javkin, quien trajo a colación a su amigo Gerardo Rozín y en su nombre le agradeció a Serrat la música y el descubrimiento de la poesía de tantos, "de parte de esta ciudad que te ama", le dijo.

Antes de todo eso, hubo una previa exquisita con el repertorio del autor de Mediterráneo, con Pau Soka en voz y Mariano Braun en piano; más tarde con Franco Luciani en armónica (que hoy será telonero de Serrat en el Autódromo) y Gastón Ermier en guitarra. Y enfrente, la gente que esperaba. Como Alejandra, que se cantó todas las canciones de la previa con una sonrisa luminosa: "A Serrat lo conocí a mis 13 años, él tendría 26, y lo disfruté enamorada por tanta música, tanta poesía, porque me hizo conocer a Unamuno, a Miguel Hernández, a Antonio Machado", contó mientras sonaba Señora.

Alba, con 71 años, vino desde zona norte a ver a su mayor inspiración de vida. "Es lo más profundo, sabe tanto de vida. Lo siento como a un familiar, desde que hizo El sur también existe. Y Eduardo, también contemporáneo del Nano, se remontó 50 años atrás, a los carnavales de Gimnasia y Esgrima que traían a Sylvie Vartan y Billie Holiday. "A Serrat lo vi ahí por primera vez. Yo tenía una novia, Susana, que se fue con él a vivir un año a España. Después volvió y se casó con un amigo", contó y se dispuso a verlo al Nano. Los dos tenían el mismo estilo de gorra.