“Yo sigo teniendo mucha intimidad. No quiero mostrar todo, es una cagada eso”, asegura Mateo Sujatovich, mandamás de Conociendo Rusia, en un departamento que le prestaron para hacer la entrevista en el barrio de Villa Ortúzar. “Hace un par de años tenías un Nokia 1100, un Blackberry o una zaranga. Si no te llamaba por teléfono, no sabía dónde estaba. Como ya disfruté de ese estilo de vida, prefiero seguir viviendo de esa manera. Yo, por ejemplo, no veo historias de Instagram. Ni de mis amigos, ni de mis viejos. No me interesa saber lo que hacen los demás, y no lo digo desde un lugar odioso. Prefiero juntarme con vos para que me cuentes de tu vida: lo que estás haciendo, lo que te hace feliz. También lo que te pone mal. Pero eso de estar viendo una imagen tuya para saber cómo andás vos o tu cotidianidad, la verdad es que a mí no me interesa”.
-¿Vos manejás tus redes sociales o te las manejan?
-Me las manejo yo. Sólo comparto las cosas que tienen que ver con la música. No voy a mostrar si almuerzo con mi papá.
Pese al éxito sin igual que lo atraviesa en este momento, el músico argentino intenta mantenerse fiel a su vida fuera de los escenarios. Ni siquiera su osada decisión de desembarcar en el Movistar Arena (este viernes 16 de diciembre repite en ese aforo, después de agotar la primera función el pasado 5 de noviembre) pareciera que podrá alterar esa decisión. Él es así de estoico. De otra forma no se hubiera convertido en el primer artista de su progenie (exceptuando a las figuras de la música urbana) en presentarse ahí. “Formo parte de un equipo de trabajo muy ambicioso”, explica. “Soy el primero que siempre apostó más, y cuando uno apuesta pone las fichas en el número. Justo antes de que ruede la ruleta, no sabés si lo sacás o lo ponés. Hay un momento ahí, y por suerte mi equipo de trabajo siempre me anima a que siga adelante”.
A diferencia de otros artistas de su efervescente generación, el cantautor argentino desarrolló una carrera solista en tiempo record. Tan sólo pasaron cuatro años desde su primer show, consumado en La Tangente (una sala para no más de 150 personas), hasta su llegada al predio de Villa Crespo. Pero lo que terminó de darle forma a esta quimera fueron la serie de Gran Rex que llevó a cabo el año pasado. Sin embargo, nada de esto hubiera sucedido sin el impacto que generó Cabildo y Juramento: un disco de canciones sinceras que terminó por convertirse en banda de sonido de una época, al igual que de toda una generación. Se trata de uno de esos álbumes que medio siglo más tarde, de la misma forma que sucede hoy con Vida, el debut de Sui Generis, seguirá reciclando y emociones y públicos. Esto allanó el camino para conquistar a otras audiencias, y a un variopinto mainstream, con su flamante trabajo discográfico, La dirección.
-Constantemente hacés referencia a esos cuatro años en la música. Pero tu carrera se remonta a mucho más atrás, cuando fuiste parte del grupo Detonantes. ¿No es injusto ignorar esa etapa?
-Conociendo Rusia surgió cinco o seis meses antes de que saliera el primer disco. Si bien es un proyecto que tiene cuatro años, yo tengo muchos más. Soy músico desde que nací. Pero el tiempo de vida de estas canciones es ese: cuatro años. Me sigo acomodando. Estoy aprendiendo a vivir de esto, a vivir estas emociones. A llevarlo, a manejar la cabeza y los tiempos.
-¿Qué tan fuerte es tu salud mental al respecto?
-Para hacer esto se necesita mucha salud mental. No estoy salvado de todo lo que me pasa, psíquicamente. En lo absoluto. Necesito un montón de ayuda.
-¿Te analizás?
-Me analizo. La vida me cambió mucho en poco tiempo. Y obviamente uno tiene ciertos temores, como qué pasará con mi próxima música. Si gustará o no. Siempre pienso que me fue muy bien con mi primer disco. Al momento de encararlo, creí que no le iba a gustar a nadie. Sólo a mí. A partir de eso, como me fue bien, no entiendo por qué no podría seguir así. También estaba feliz y orgulloso de mi primer disco, porque las canciones las produje como me gustaba y las grabé con músicos que me gustaban. El día que salió el disco, me fui a dormir con la sensación de que había hecho un buen trabajo. Intento volver, de algún modo, a esa sensación. Hoy es difícil porque estoy en otro contexto. Estoy por hacer un Movistar Arena. Ya no soy más el Mateo que era conocido por unos pocos, por Detonantes o porque era el hijo de Leo. Ya no soy una cosa ni la otra. Así que tengo otras presiones.
-¿Pensabas de la misma forma cuando hiciste los Gran Rex?
-Siempre me pasa lo mismo. Estoy sorprendido por lo afortunado que soy al ser bienvenido por mi música. Nunca me voy a acostumbrar a eso, y no quiero. No tiene sentido. Hay que ser agradecido. Es algo sobrenatural que la gente vaya a verte y cante tus canciones. Así que lo que me queda por delante es hacer ensayos y tocar bien.
-No puede ser tan simple.
-Es lo más difícil.
-Ahora que sos un artista masivo, ¿podrías hacer un trending topic de las cosas que te dice la gente sobre vos y tu música?
-Lo que más me dice la gente es que está agradecida por acompañarla. Tanto en los momentos difíciles como en los lindos. Cuando la música te acompaña en una época importante, eso ya queda para siempre. Esa música queda impregnada en ese recuerdo. Te ayuda a enamorarte y también a desconectar del momento de mierda que estamos viviendo.
-Eso es un gesto político. ¿Que tanto lo sos en realidad?
-Siempre se escapa de lo que estás viviendo. La dirección es un disco que habla de un montón de ese momento en particular. Cabildo y Juramento tiene canciones que parecen escritas antes de entrar en la pandemia. Es importante estar en contacto con lo que pasa.
-En el tema que le da nombre a tu nuevo disco, cantás: “Si no sabés la dirección, hay una brújula en tu corazón”. En el tema "Afuera no hay nada", de Detonantes, también aludís a la búsqueda interior.
-Eso lo escribió Joaco (se refiere a Joaquín Carámbula, ex integrante en la banda y hoy músico de Conociendo Rusia, hijo del actor y conductor Berugo Carámbula y hermano del músico Gabriel Carámbula). Ahí no canté, ni escribía. Detonantes era el proyecto de Joaco. Yo confiaba un montón en su proyecto porque siempre lo admiré. Era una banda porque todos apostábamos. Mi rol ahí era el de mucha producción interna en los ensayos, de ordenar las canciones.
-¿Cuándo empezaste a componer?
-En un momento me di cuenta de que había cosas de Detonantes que no tenían nada que ver conmigo. O que tuvieron que ver, pero que a partir de ahí hubo algo que lo cambió. Ya no vibraba más en esa sintonía. Tenía una inquietud de escribir mis propias canciones. No sabía sobre qué iba a escribir, pero sí estaba seguro de que estaba por grabar un disco. Años después me separé de una novia que tuve por mucho tiempo, y ese fue un poco el punto de inflexión. Sentí una soledad grande, me cambió la vida, y me sentí muy poderoso. Si yo no me levantaba, no me levantaba nadie. Lo único que me podía levantar era eso que hacía tanto tiempo que quería hacer.
Si La dirección conecta al músico con su pasado rockero, aunque va a esa raíz sin salir de los márgenes de Conociendo Rusia, el epónimo primer disco se comportó como un debut fresco cargado de canciones poperas y sensibles. Cabildo y Juramento ahondó en el proceso compositivo, en el embellecimiento de los arreglos y en la definición de una identidad. Quizá por eso se arraigó en el inconsciente colectivo, al punto de que en octubre pasado Mateo citó a sus fans a tocar algunas canciones en un parque próximo a la célebre esquina del barrio de Belgrano devenida lugar de turismo o de culto para los seguidores del artista. “Mucha gente que viene a Buenos Aires me cuenta que, a partir de mi disco, quiere venir a Cabildo y Juramento a sacarse una foto en la esquina”, dice el músico. “Es una de las cosas más lindas que me pasó”.
-¿Qué te pasó en Cabildo y Juramento?
-¡Qué no! Comprabas discos, tomabas unos heladitos, ibas al kiosco. Era un punto importante de encuentro. Yo iba al colegio, y caminaba desde Maure hasta Cabildo. Y de ahí hasta Cabildo y Juramento. En esa esquina me encontraba con Joaco, y luego nos veíamos con otro amigo. En el medio, nos fumábamos un cigarrillo. No hay nada más espantoso que fumar en la mañana.
-¿Pero qué inspiró la canción?
-Siempre supe que tenía que componerle una canción a Cabildo y Juramento. No tengo ninguna anécdota extraordinaria, salvo que pasé buena parte de mi vida ahí o a sus alrededores.
-¿Sucede lo mismo cuando hacés canciones sobre los amigos?
-Desde muy chico, los amigos son muy importantes para mí. No tengo otra respuesta. O bueno, sí: soy fiel.
Aunque no necesariamente trata sobre la amistad, “Se me hizo tarde”, incluida en La dirección, estuvo nominada en la pasada edición de los Premios Gardel como “Mejor canción del año”. Si bien ese galardón le fue esquivo, Mateo se transformó en el gran batacazo del rubro “Mejor álbum artista de rock”, venciendo a Fito Páez, Andrés Calamaro y al añorado Palo Pandolfo. “Es muy loco y muy fuerte recibir este premio”, expresó el cantautor poco después de subirse al escenario del mismo Arena a buscarlo. “Estoy muy contento porque me había quedado con la espina de no haber recibido ninguno con Cabildo y Juramento, que había tenido siete nominaciones”. Ese álbum fue premiado también en la terna de “Mejor portada” (a cargo de Alejandro Ros y Guido Adler). Al igual que él, su hermana Luna se llevó otras dos estatuillas a su casa, coronando una noche inolvidable para la familia Sujatovich.
-¿Te cambia la vida un premio?
-Son premios. No tienen nada que ver con la música. El hecho artístico está lejos de números, de reproducciones y de likes. Es poco importante.
-¿De dónde sacaron esas inmensas gomas de la tapa del disco?
-Vuelvo al equipo. Tengo un gran equipo. Con Alejandro Ros comenzamos a hablar sobre la tapa y la dirección. Y él me mandó en 30 segundos unos bocetos. Uno de ellos era de una rueda. Es muy loco cómo en 24 horas pasó de “nada que ver” a “esto es perfecto”. Tenía que ser una goma gigante, no una rueda. Y yo tenía que entrar ahí. Empezó la investigación, y fuimos a la loma del orto a buscarla. La goma de la tapa de mi disco (en la que Mateo se encuentra de pie adentro) vale 50 mil dólares. Es de tractor minero, que lleva seis ruedas. Fuimos a un lugar donde arreglan esas cosas. El encargado del lugar nos trató muy macanudamente.
-Volvés al equipo, pero este es un proyecto solista.
-Yo los necesito en tanto y cuanto quiera crecer, y hacer las cosas como me gustan. Si no tengo un equipo, no llego. Quiero que Conociendo Rusia crezca mucho, y para eso necesito un montón de ayuda,
-¿Tuviste problemas con el nombre del proyecto a causa de la guerra?
-He tenido que explicar de dónde proviene el nombre. Pero, por suerte, no tuve problemas.
-¿Cómo es tu modelo de trabajo?
-Bastante intuitivo. Hice tres discos en cuatro años. Puede que en un momento no muy lejando yo necesitara un respiro. Pero seguir adelante, pese a todo, viene de mi abuela.
-¿Abuela materna o paterna?
-Paterna.
-Ah, la profesora de piano de Charly García…
-Imaginate…
-¿Es por ella que hacés música? ¿O por tu papá?
-Por mí.
-¿Cómo es eso?
-Yo hago música porque me pasó algo con la música. Mi abuela nos daba clase de piano a los nietos. Al salir de clases, íbamos a verla ella y se combinaba con las clases de piano. Una hora le tocaba a Luna y otra hora era para mí. O invertido. Yo me hinché las bolas con eso. No me copé mucho. Habrán sido uno o dos años. El otro día encontré las partituras de “Mariposas tecknicolor”.
-¿Tu abuela te enseñaba a tocar las canciones de Fito Páez?
-Sí, porque a mí me gustaba. Me gustaba tocar “Mariposas tecknicolor”, “La Marsellesa” y la música de la película Tarzán (se refiere a la película animada de Disney, cuya banda de sonido fue compuesta por Phil Collins). Apareció la corchea y me fui. No quise saber nada con eso. Y a los 15 años, por mis propios medios e intereses, fui en búsqueda de la guitarra. Ahí fue cuando me empezó a pasar algo con la música. También puedo decir que soy músico porque me gustaba ver a mi papá hacer sus cosas.
-A los 13 años te probaste como jugador de fútbol en el Real Madrid. ¿Qué pasó?
-En esa época vivía en Madrid. Jugaba de enganche.
-Pero sabías que no ibas a quedar. ¿Por qué te probaste igual?
-Fue rarísimo. En verdad fue así: yo siempre quise probarme en algún club de acá. Mis viejos nunca me llevaron ni tampoco sabían cómo se hacía. Y cuando nos fuimos a vivir a España, ellos pensaron que la prueba en el Real Madrid iba a ser como un caramelo para mí. Como yo no me quería ir para allá, me complacieron con eso. Se esforzaron en conseguirla porque querían darme una alegría. Pero, a la vez, fue mucha presión para mí. No se dieron cuenta de eso. Era el club de fútbol más grande del mundo, y yo venía de comer fideos con tuco. No entrenaba, no hacía lo que hace un jugador de fútbol. No tenía ni idea.
-Cuando irrumpiste en la escena, la camiseta de Atlanta se convirtió en una marca registrada tuya. Al menos estéticamente. ¿Sos hincha del “Bohemio”?
-Yo soy muy fan del fútbol. Muy. Lo de Atlanta nació con Conciendo Rusia, porque el Ruso tiene que ser de Atlanta… Desde ese momento, empecé a ir a la cancha.
-A propósito del personaje, ¿tuviste problemas con el nombre del proyecto a causa de la guerra entre Rusia y Ucrania?
-He tenido que explicar de dónde proviene el nombre. Pero, por suerte, no tuve problemas. Sin embargo, ahora que estoy empezando de cero en otros lugares, tengo que contar nuevamente el por qué de todo esto.