Hay corazones duros y corazones destrozados. Está la ternura y están el dolor, la pasión y el olvido. El grito y el susurro. La artista, la mujer, la madre. Está la música. Y está la voz. Mon Laferte cuenta con cada uno de esos elementos en su show. Los despliega y los repliega, los manipula como si fueran de plastilina. Cuenta una historia que podría ser la historia de cualquiera: se regodea en los vericuetos del amor, lo desgrana, disecciona, adopta una postura, la otra, la de más allá. Juega con esos personajes, se los cree, los vive en cada canción. Quizás por eso es tan impactante verla y oírla cantar. Porque la sensación que da es la de no temerle a nada. Tiene su voz y ese es su escudo. El viaje que propone transita todas esas estaciones. Y no queda otra que subirse a ese tren de pasiones, juegos, rencores, goce, nostalgia, rabia, sabores, texturas. El show del viernes en el Movistar Arena fue eso: una invitación a perderse por un rato en los laberínticos caminos del amor.
Se apagaron las luces. Sonaba “Yo soy aquel”, de Raphael. Una rosa se prendía fuego en primer plano en la pantalla al fondo del escenario. Entró la banda. Mon Laferte sobre una tarima iluminada, de negro, de largo, arrancó sin mediar palabra con “Aunque te mueras por volver” y su vozarrón ocupó cada esquina del estadio. La primera parte del concierto se trató de presentar a la diva, la cantante de bolerazos, la mujer bella y fuerte construida a base de desengaños. Tan dura y tan sensible. “Tormento”, “Invéntame”, de Marco Antonio Solís, “Amor Completo” y “Antes de ti” completaron ese prólogo: Presagio.
“¿Ya no me amas?”, le preguntó él a ella, que le respondió “No. Al menos no como antes”. El video introducción del Acto I: El miedo nos ha entrenado reproducía una escena conyugal, en una mesita de cocina hogareña. De vuelta en el escenario, Laferte, esta vez con un breve vestido blanco y una Les Paul colgada, cortó la atmósfera espesa que había quedado en el aire tras el primer bloque con “Si tú me quisieras”, ya en plan más rockpopero, sin sección de vientos ni percusión, para cantarle a un amor no correspondido. “Supermercado”, esa balada que, entre arpegios de guitarra, describe los momentos de inseguridad de la pareja, fue la primera de una serie de temas de su último disco, 1940 Carmen, que cerró con el primer invitado de la noche: Mateo Sujatovich.
"Vamos a tocar una canción que escribí en el día de la mamá y yo estaba gozando. Si me ayudan a cantarla, es como un orgasmo". “Placer Hollywood”, pegajosa, cadenciosa, húmeda, le calzó como un guante al Conociendo Rusia. Antes de esto, Laferte interrumpió “Flaco” para que un muchacho en la platea le propusiera casamiento a su pareja: “¿Tú le quieres pedir a alguien que sea tu novio? Este es el momento. ¡Dijo que sí! Un aplauso para los novios. No saben en lo que se están metiendo. Esta canción es para ustedes”.
El amor tóxico de “La mujer” -que en el disco Seis comparte con Gloria Trevi- abrió el Acto II: Se me quema el corazón. Aquí el personaje de Laferte viró nuevamente: de cantante pop a crooner. Un traje negro, camisa blanca, desaliñada, sin corbata, la actitud de quien está de vuelta de todas las cuestiones. Volvieron los caños, las tumbadoras y una calidad interpretativa apabullante que por momentos llevó a pensar que así vale la pena sufrir por amor. “La trenza”, que dedicó “a todas las madres y abuelas que quieren un futuro mejor para sus hijas y sus hijos”, generó un nuevo quiebre en el clima del show y la canción, de 2017, también se volvió otra, interpretada por alguien que acaba de ser mamá por primera vez.
“Vamos a hacer llorar esa guitarra”, invitó a Sebastián Aracena, quien además de tocar el instrumento es el director musical de la banda, para una notable versión de “Se me va a quemar el corazón”. “Quiero el amor desaprender”, se desgarró en esta ranchera que cantó a medias con el público, para luego llevar las penas de amor al paroxismo con el bolero “Funeral”: "De pronto siento ganas de morir/ Quiero escaparme de mí/ Estar en el mar/ Que me lleven las olas/ No me despierten, quiero soñar con nuestro funeral".
Con “No te fumes mi mariguana” comenzó la última parte del show, Acto III: Éxtasis. La siguió “El diablo” en un breve bloque ska/reggae en el que la cantante se estuvo peleando con un teléfono que debía reproducirla en modo selfie en las pantallas, pero jamás sucedió. No fue un problema. Laferte, de rojo vinílico en el vestido y los guantes, cantó y bailó la cumbia “Pla ta tá” antes de invitar a la segunda invitada de la noche, Cazzu, para despacharse con una versión de “Fuiste”, de Gilda.
Hay algo que pasa cuando todo un estadio canta una canción. El impacto de tantas voces interpretando un tema siempre es demoledor. Se siente desde el público, imposible imaginar lo que atraviesa un artista cuando se encuentra frente a una situación semejante. “Tu falta de querer” es uno de los más grandes éxitos de Mon Laferte. Es, también, una canción dificilísima para cantar, y sin embargo el viernes, ese público se transformó en un coro inmenso de miles de voces, de corazones rotos, de almas destrozadas, al menos durante las dos estrofas que estuvieron enteramente a su cargo. Y entonces, todo se volvió a condensar en ese escenario en el rostro sorprendido y emocionado de la cantante convertida en espectadora: el pasado, el presente, la mujer, la niña, la diva, la madre, la amante, la artista. La música, el amor, el comienzo y el final.