La pandemia, además de dejar huellas y secuelas de toda índole a nivel mundial, tuvo en el arte un espacio en el que abrió nuevos interrogantes y, en algunos casos, hasta posibilitó un cuestionamiento de lo dado. Ramiro Guggiari, que se desempeña como dramaturgo, artista escénico y docente de filosofía, se inspiró en y de ese contexto para escribir y dirigir La verborragia, una obra de teatro en la que además actúa, y que puede verse en Xirgu UNTREF (Chacabuco 875) el domingo 6 y 13 de noviembre a las 19. El elenco lo completan Gulliver Markert, Juan Mirabelli y Micaela Rey.
La idea de la obra, cuenta Guggiari, estuvo influida por “el hecho de vivir en aislamiento, forzados a estar permanentemente comunicados a través de pantallas, envueltos por un discurso verborrágico. Es decir, “la contradicción de estar más ‘intercomunicados que nunca’, pero aislados”. A eso se sumó lo que él llama “la intrusión de Gaia, la aparición violenta de un personaje urgente en la historia del desarrollo humano: la Tierra, como límite, como problema”.
La sinopsis de La verborragia la describe como “un zapping delirante transfuturista, un montaje satírico-filosófico y un experimento escénico audiovisual sobre un mundo que se derrumba y que nos ha dejado más solxs cuanto más rodeadxs de imágenes y palabras”.
Al director le interesaba indagar sobre el fin del mundo y la soledad, entendiendo a esta última de un modo muy particular. “Llamo soledad a un tipo de relación, que Gilbert Simondon llama transindividual: que es una relación con el cosmos, con lo humano y lo inhumano, con lo no individuado. Creo que el ser humano huye de la soledad, todos lo hacemos, yo lo hago: y nos metemos en cualquier cosa, para no estar solos. Esa ansiedad nos mata. Y al final, estamos solos. El lenguaje nos muestra eso todo el tiempo: ¿a quién le hablamos? El cosmos es frío y solitario. El ‘fin del mundo’ es de hecho un infierno fantaseado de soledad, es el horizonte temido de la separación del hombre y la Tierra, la mente y el cuerpo, el sujeto y el objeto, la palabra y el mundo”, reflexiona. Sin embargo, Guggiari está convencido de que “el deseo nace del derrumbe”, entonces, asegura “donde hay fin del mundo también hay recomienzo”.
-¿Qué reflexión plantea la obra en relación al aumento de la soledad a pesar de estar cada vez más rodeados de imágenes y palabras?
-Vivimos cada vez más hacinados, casi encimados. ¿Qué animal puede estar tan cerca de tantos y no sentir nada? Estamos anestesiados, porque, ¿cómo podríamos sentir tanto?, no sería posible: demasiadas personas, demasiado cerca. Y toda esa energía, ¿a dónde va a parar? A las imágenes virtuales (televisivas, digitales, mentales, celulares, etcétera). Entonces, por un lado, tenemos un flujo loco de imágenes que comemos y reproducimos a montones cada minuto, y por otro lado tenemos una experiencia sensible de estar rodeados de personas que no nos importan nada. Pasa un ser humano con hambre por al lado mío y me tengo que cerrar, ¿pero veo una historia en Instagram y me emociono? ¿Qué pasa? Hay un divorcio entre una cosa y otra. ¡Esto es la soledad! Soledad y paranoia son los afectos del presente resaltados por la pandemia. ¿Cómo se sale? No sé. La obra trae plasticidad, cachivache, humor y una cierta imaginación filosófica para pensar el problema. No una solución. Sólo dibuja un mapa de la pregunta, con una buena dosis de delirio.
-¿La obra presenta puntos en común con creaciones tuyas anteriores?
-Sí. Más allá de una familia de procedimientos que eventualmente pueden ir apareciendo y retornando, lo que hay en común es una preocupación por los afectos de la época. En las últimas obras, y en ésta también, hay una preocupación por el tiempo histórico. Por el valor del pasado, del futuro… Por las posibilidades de lectura del tiempo histórico.
-¿Por qué la obra se define como “un zapping delirante transfuturista, un montaje satírico-filosófico y un experimento escénico audiovisual”?
-Zapping delirante porque las escenas se van montando frente al espectador como si alguien estuviera cambiando de canal. Es una obra bastante filosófica, y eso es porque la filosofía me interesa como discurso. Al arte y la filosofía los veo como asuntos mezclados. Me gusta pensar que es un poco una película de a ratos, de ciencia ficción marika, cómica y filosófica, un evangelion marika y sudaka.