Luiz Lula da Silva fue elegido presidente de Brasil por tercera vez con una diferencia estrecha. Las encuestas, desde hace un par de meses o algo así, vaticinaban score más amplio. La lógica política y la correlación de fuerzas auguraban hace un año que la hazaña era imposible.
Lula regresa, si se quiere, como Juan Domingo Perón en 1973: del escarnio, la persecución y la proscripción. Salvando distancias… criterio que proponemos para toda esta columna que aspira a superar la mirada inmediatista.
El domingo pasado se afrontaba una disyuntiva: una de dos en criollo. Venció la mejor opción, la única deseable lo que merece festejo y respeto para el gran líder brasileño.
El todavía presidente Jair Messias Bolsonaro mordió el polvo aunque conserva una carrada de votos. La política, que vamos a enaltecer bastante, dominó el domingo pasado. El perdedor se tildó, quedó encerrado, no impugnó el veredicto de las urnas. El PT ganó las calles, una marea humana acompañó a Lula quien leyó un discurso escrito, meditado, armonioso, de estadista.
Llegaron pronto los reconocimientos de gobernantes de otros países. El estadounidense Joe Biden bien rápido. El francés Emmanuel Macron, dispensando un trato amable a Lula y tuteándolo algo no tan usual para los galos. Los allegados a Lula, Celso Amorim por ejemplo, destacaban en la previa que las rápidas respuestas valdrían como antídoto a los reflejos negacionistas y antisistema de Bolsonaro. Ese elenco con larga experiencia de gestión seguramente habrá tejido lazos en la semana prelectoral.
Los camioneros (replicando sin saber a Chile en los 70) cortaron rutas mientras Bolsonaro guardaba silencio cómplice. Demoraron, la chapa del score estaba puesta. No controvertían el resultado, obraban como golpistas. Dejaban una amenaza para el futuro mientras empezaba la transición. Violencia para mañana, fuiste-alpiste para el presente.
Lula armó una coalición amplia empezando por la fórmula presidencial. “Centreó” y sumó apoyos entre las dos vueltas electorales. Bolsonaro acortó distancias, las alianzas post primera vuelta no parecen haber redituado votos al PT pero sí gobernabilidad, objetivo (o sed) para Lula.
Oxígeno y alivio en su patria y en la región. Vocación de integrar, de emprender proyectos conjuntos, comprobada porque ya se hizo. Con matices y claroscuros, se recontra hizo.
Bolsonaro es ultraderecha, aislacionalista, racista, discriminador, pésimo gestor durante la pandemia. Conserva poder y representación. Capítulo local de la ultraderecha intratable, violenta, popular, polarizadora. Con esquemas políticos muy corridos a derecha, en casi todo el planeta.
Volvamos atrás, onda veinte años, que no es nada y es tanto. A tiempos dichosos.
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Lula y Kirchner 2003: Lula consiguió el primer mandato en 2002 y asumió el primero de enero de 2003. Eduardo Duhalde gobernaba interinamente la Argentina, se llevaban bien. Lula contó años después que no tenía ni idea de quien era Néstor Kirchner lo que lo emparejaba con millones de argentinos.
En el vecindario primaban las centroderechas o derechas. Evo Morales agitaba en El Alto. Rafael Correa no figuraba como potencial candidato en Ecuador. El Frente Amplio uruguayo, más etapista, acumulaba prestigio en la intendencia de Montevideo sin llegar al gobierno nacional. La secuela iría llegando, Lula y Kirchner ayudarían a sustentarla en su medida y armoniosamente.
Kirchner juró el 25 de mayo de 2003. De entrada imaginaba dedicarse poco a la política exterior y menos a viajar afuera. Reparar y reconstruir la patria le parecía una tarea full time. El gobernador que llegó a presidente captó muy velozmente la correlación entre las relaciones exteriores y la política doméstica. Aprendió, cambió.
Quizá en el entorno de Lula había al inicio desconfianzas hacia el peronismo, acentuadas por el viraje neocon del presidente Carlos Menem. En contrapeso cuadros petistas de primera valorizaban al peronismo, su matriz plebeya, la capacidad de movilizar muchedumbres: el mencionado Amorim, el añorado maestro Marco Aurelio García, entre otros.
El incipiente peronismo kirchnerista a su vez se dividía entre quienes entendían la magnitud de la oportunidad y quienes maliciaban que Lula era un “laborista-reformista” o aún “un pichón de Menem”. Se hizo camino al andar, las suspicacias cayeron rápido en el olvido.
Germinaba una era de crecimiento común, paz regional, de alternativas políticas progresistas, nacional populares, bolivarianas, indigenistas… elija usted rótulo. Cada una con su color local, tiempos y raíces pero aprendiendo a re-conocerse. Gobernabilidad y gobernanza. Duró doce años o algo así.
La cooperación política, en cierto sentido más accesible, rayó muy alto. La económica se complicó más. Quedaron en el tintero proyectos acaso ideales y súper ambiciosos a la vez como la moneda única o el Banco Regional.
De cualquier modo, Lula y Kirchner metieron dos golazos económicos cuya valoración crece repasando lo que se padecería luego a manos de Bolsonaro y del expresidente Mauricio Macri.
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Pago al FMI y no al ALCA: La IV Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata es remera, cuadro, emblema. “NO al ALCA” se tramó en meses previos, se popularizó con el tren del ALBA, se cinceló en un cónclave difícil. Kirchner, Lula y el presidente venezolano Hugo Chávez dividieron funciones y papeles para forjar una minoría intensa que bastó para obturar el propósito, Zona de libre Comercio, del presidente estadounidense George W. Bush.
La minoría laburó duro para armar un bloque Mercosur persuadiendo al presidente uruguayo Tabaré Vázquez (ofendido con Argentina por el diferendo de las pasteras) y al presidente paraguayo Nicanor Duarte Frutos, un hombre de derechas. Los dos captaron la necesidad del momento, mérito propio y de la muñeca de los negociadores.
Una fiesta de la autodeterminación posible, la rosca, la unidad y las complicidades en la acción. Los tres presidentes armaron equipo, se divirtieron, aguantaron los trapos.
Lula empezaba a decepcionar a la derecha argentina que deseaba convertirlo en un converso, en el chico bueno de la camada, en el líder que entendía la cosmovisión de los otros.
El desendeudamiento respecto del Fondo Monetario Internacional (FMI) también en 2005 queda menos vistoso porque no se conoció el backstage ni se propinó a Bush o al Fondo de cuerpo presente. Lula y Kirchner lo resolvieron en conjunto, con intervalo de días. El anecdotario instantáneo se entretuvo con minucias, eventuales desinteligencias. La mirada unidimensional y corta, flagelo del periodismo actual, empobrece o enceguece. A la distancia, predomina lo esencial: la movida de los dos principales estados sudamericanos. Desendeudar para des intervenir la economía para ampliar la autonomía nacional.
La entrega del macrismo revaloriza esos momentos culminantes.
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Es la política, compañeros: Con el transcurso del tiempo se fueron instalando otros procesos populares en países hermanos o vecinos. Productos de las respectivas luchas, de líderes diversos, de tradiciones propias. Argentina y Brasil coadyuvaron. En un inicio remoto para propiciar que Evo Morales pudiera ser candidato en Bolivia y que renunciara el cipayo presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. El Departamento de Estado yanqui siempre aborreció al campesino cocalero Evo a quien acusaba de narcotraficante. Profetizaban que desestabilizaría, que si ganaba caería en meses.
No pescaban un fulbo. Evo llegó a ser el presidente más sistémico de la historia boliviana, el más representativo, el que condujo el mayor crecimiento económico y la más vasta promoción social.
La derecha local con flagrante apoyo de la Embajada lo asedió mediante sangrientos levantamientos o golpes de Estado, años después. La flamante Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) se convocó para defender la democracia en Bolivia. Democracia presidencial, los mandatarios convocados, poniendo el cuerpo. Cristina Fernández de Kirchner presidía la Argentina. Fue figura en esos cónclaves por su convicción, elocuencia y decisionismo. Lula fue reelegido, lo sucedió Dilma Rousseff.
Una instancia potente y simbólica se concretó en Santiago de Chile encabezada por la presidenta Michelle Bachelet. Se conmemoraba un aniversario del derrocamiento de Salvador Allende, el conjunto se pronunció y movilizó en defensa de la democracia en Bolivia que encarnaba Evo. Las consecuencias de la guerra entre Chile y Bolivia siguen ahí pero la contingencia demarcó un hito valioso.
En Unasur u otras instancias colegiadas se reaccionó de volea contra un intento de ataque armado de Colombia contra Ecuador y Venezuela. Contra el golpe policial en el que encarcelaron a Rafael Correa, presidente de Ecuador. La nómina se alarga, esta síntesis es incompleta.
La cooperación fue fruto de decisiones políticas. No fue causada por el auge de las materias primas ni derivada del precio de la soja. La dirigencia eligió el rumbo y el destino común. En igual sentido, la mayoría de la región se autoexcluyó de la cruzada belicista de Bush. Optó por la paz y la distribución.
Nada es perfecto ni lineal. Crecieron espinas en ese jardín. El entrevero entre Evo y Lula cuando Bolivia nacionalizó Petrobras, por caso. Cambiaron los roles, Kirchner medió para bajar la temperatura. Los intereses nacionales no siempre encastran como un rasti.
Esa camada de presidentas y presidentas se auto percibió como un conjunto de aliados, de compañeros. Lula lo pudo decir cuando se despidió a Néstor Kirchner.
En un contexto reciente y doloroso, Alberto Fernández (presidente electo) ayudó a Evo Morales a zafar del intento asesino de los golpistas bolivianos para que se asilara primero en México y luego acá. Ya en la Casa Rosada visitó a Lula en la cárcel cuando no era negocio solidarizarse.
Cristina siempre bancó al compañero Lula. Los tres, junto al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica, convergieron en un precioso acto en Plaza de Mayo.
Esa historia común atraviesa una nueva etapa. Nadie puede saber qué acontecerá pero la lucha continúa, no pudieron clausurarla.
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Ser millones: El tornero llegado a presidente explicó años atrás que, si él hubiera fracasado, hubieran debido pasar “ciento cincuenta años para que se eligiera a otro obrero”. Agregó que lo mismo podría pasarle a Cristina y a Michelle Bachelet en cuanto primeras presidentas de sus naciones.
Los procesos regionales padecieron retrocesos, derrotas electorales, golpes blandos o duros que prosperaron. Esperables, ya se dijo, en Bolivia. Menos previsibles pero concretados en Brasil.
La crisis mundial de 2008 impactó en el mundo y en estas comarcas. Lula ironizó sobre los líderes del Primer Mundo al volver de un encuentro del G-20: “por primera vez en mi vida los vi humildes. Todos buscaban a otro que tuviera la solución a la crisis”, sonreía.
El capitalismo mundial devino más feroz, excluyente y concentrador. La pandemia y la guerra en Ucrania ahondaron los males.
La creación democrática permitió que en América del Sud un obrero, un indígena y tres mujeres de fuerzas populares llegaran a regir sus países, un logro revolucionario que llegó por vías reformistas…
Lula retorna en triunfo a Brasilia… confronta con poderes tremendos, lo esperan desafíos desiguales. La derecha mundial es poderosa y resiliente, a su modo. Donald Trump, Macri y Bolsonaro no consiguieron reelecciones factibles pero conservan posibilidades de regresar. Son mucho menos estables que Menem o Ronald Reagan; su capacidad de daño es atroz. No dejan de lado la violencia ni los recursos golpistas. Acechan.
De cualquier modo, las luchas persisten. Dejemos de lado por ahora, comparaciones o inferencias veloces. Lula ganó. Inimaginable un año atrás como lo era la victoria de Alberto Fernández en 2018.
Los porvenires son abiertos, se van construyendo. Hagamos memoria otra vez, para dejar un final abierto. En 2003 cuando llegaron Lula y Kirchner nadie o casi nadie suponía que perdurarían, arrancando un ciclo que dejó semilla, mejoró la vida de millones de gente común. Ni que veinte años después Lula, demonizado, volvería del ostracismo y sería millones.