De una manera u otra, siempre se vuelve sobre la caudalosa obra del Cuchi Leguizamón. La que eligió Lorena Astudillo, entre mil posibles, fue aquella posible de arrimar a lo sinfónico. La de El Cuchi de cámara, tal como le puso al disco recientemente publicado. “Es un proyecto que imaginé sinfónico, porque me parecía lo mas bello y adecuado para revisitar la obra de este maravilloso compositor”, inicia la cantora, compositora y productora, cuya voz ha circulado muy cerca de gente como Liliana Herrero, Raúl Carnota, Víctor Heredia y el Chango Spasiuk, entre muchos otros. “La verdad es que el proyecto fue presentado a Cultura de Nación y también a varias orquestas, pero no tuvimos eco ni respuesta, por lo que decidí, ante ese silencio, achicar la formación para poder llevarla adelante en forma independiente, y con producción propia”, señala ella cuyo contexto de publicación, según cuenta, fue poco propicio. Tanto y tan mutante también que, paradójicamente, tuvo un final feliz. “El revés terminó siendo buenísimo, porque logramos una formación equilibrada para acompañar la obra. Contamos con muchos recursos para matizar y ahondar en sutilezas, que tal vez no hubieran sido posibles con orquesta sinfónicas, así que bienvenido ese ‘no’ inicial que nos abrió otros caminos. Andar por los carriles independientes, autogestivos y de algún modo antihegemónicos, es arduo, pero si se lo lleva como un lento e incesante andar, depara mucha belleza”, se regocija Astudillo que terminó grabando su sexta obra a la fecha acompañada por un quinteto de cuerdas; guitarra, percusión y piano; más la participación estelar de Patricio Villarejo en chelo. Y en coproducción con Ariel Schvartzapel, su pareja.
–¿Cómo manejó la elección del repertorio? ¿El Cuchi tiene un repertorio más propicio que otro para ser interpretado en clave camarística, o todo es posible en su viña?
–Yo siento que a todos los temas del Cuchi les calza perfectamente lo camarístico, aunque sí es cierto que hay temas que soñé con la formación completa, otros en dúo o sólo con las cuerdas, de acuerdo a cómo sonaban en mi mente y en mi corazón. Ante todo, hay que tener en cuenta que todas las elecciones son arbitrarias. Respecto de las preferencias optaría por “Coplas del tata dios” esa vidala bagualera, que fue la razón por la cual el Cuchi estuvo en listas negras de difusión en la época del proceso. Y por “Zamba del pañuelo”, unas de las zambas más elegantes, bellas, sentidas, casi desgarradoras del Cuchi, con letra de Manuel Castilla.
De ahí –de lo arbitrario de la elección– deviene el random folklórico que, además de sus piezas preferidas, conecta, lúdica y sutilmente, personajes entrañables del Cuchi como las “Lavanderas de río chico”, con “Juan del monte”. O al avenido con la Eulogia Tapia (“La Pomeña”), entre las trece piezas que componen El Cuchi de cámara. “Conectar lo folklórico con lo académico nace del deseo de unir dos amores que conviven en mí. Por un lado, su obra, y por otro, los recursos sonoros de la música clásica. El gran desafío aquí fue lograr que no se pierda la esencia popular y emotiva de esta obra que nos permite reconocernos en ella. Desde mi primer disco dedicado al Cuchi, su obra viene acompañando mi camino. De hecho, grabé piezas suyas en varios de mis discos posteriores, y sentí que éste era un buen momento para recrearlo con esta vuelta de tuerca, con este concepto de confluencia y mestizaje entre lo popular y lo académico”, explica la Astudillo, que también es licenciada en psicología.
–Ya que lo trajo, ¿qué similitudes y diferencias podría trazar entre este trabajo y Lorena canta al Cuchi, que grabó hace casi veinte años?
–Ambos trabajos son por amor a una obra que me sigue emocionando y desafiando. El primero, claro, era todo nuevo, pura inocencia, y con una escasez de recursos asombrosa, además. Fue aquel un gesto totalmente minimalista. Este, en cambio, tiene una producción muy grande. Somos nueve músicos, fue grabado en los estudios Ion, cuenta con importantes arreglos y equipo de producción y técnica, además de un propósito y un concepto que lo preexiste. Este disco es más elaborado desde todo punto de vista, pero a la vez tan desafiante y emocional como el primero.
–¿Tuvo que trabajar la voz especialmente para que le calce bien a este “Cuchi de cámara” o fluyó natural?
–Tuve que trabajarla, sí, pero no especialmente ya que venía con cierta impronta de entrenamiento clásico y costumbre popular. Lo que si sucedió es que ya en los ensayos, al sentir a mi lado la polifonía, la majestuosidad de las sonoridades, la presencia de la orquesta, todo ello fue poniendo a la voz en otra situación, ampliándola y haciéndola fluir por otros lados.
–¿Llegó a conocerlo al Cuchi?
–Sí, lo conocí en su casa de Salta, pero sólo pude acompañar su sueño una tarde que fui a llevarle en persona mi primer disco. El estaba muy enfermo y postrado, pero sé que escuchó el disco, que le gustó y que pudo acompañarlo en sus circunstancias de salud. Sin embargo, procuré acercarme a su mundo como testigo todo lo que pude: empaparme de su historia, sus paisajes, su familia, sus anécdotas… en fin, de casi todo.