Casi sin pensarlo, un día Víctor Hugo Paz subió al ring con el poncho salteño a cuestas y, ante la mirada atenta del público, se puso a zapatear como si lo hubiera hecho toda la vida. Cierto es que aquel improvisado paso de baile será el que lo bautice por el resto de sus días como “El Gauchito”: “Yo no sé zapatear, pero me salió y lo hice”, relata ahora Víctor mientras se ríe.
La Ciudad Judicial en la capital salteña es lugar indicado para encontrar al púgil, quien trabaja allí hace varios años. La charla surge rápidamente, y el otrora boxeador profesional comienza a hilar una serie de anécdotas que resultan interrumpidas a cada minuto por los habitúes de casa de justicia. Al Gauchito lo conocen todos, y él, a todos saluda y devuelve la gentileza con una sonrisa.
El pequeño Víctor
A los cinco años llegó a la ciudad de Salta desde Rosario de la Frontera, su ciudad natal. La familia lo había enviado para que pudiera recibir una mejor educación, sin embargo, su vínculo con la ciudad termal perduró en el tiempo como un recuerdo imborrable: “mis vacaciones eran en Rosario, me volvía para el campo siempre. La vida era hermosa allá, si bien teníamos muchas necesidades, tengo muy lindos recuerdos”, relata Paz.
De niño ya era apasionado por el deporte, y aunque muchos no lo saben, el Gauchito soñaba con ser futbolista, “Entrenaba en Juventud Antoniana, y tenía un técnico que se llamaba Amancio Ramírez. Yo iba siempre, llueva, truene o haga frío, y por lo que se ve, era bastante malo, porque nunca jugaba los partidos completos, apenas unos minutos, pero Amancio siempre me ponía aunque sea al final”, recuerda Víctor y agrega: “ahora me pongo a pensar y valoro que nunca me mató la esperanza ni la ilusión, una actitud muy noble que entendí con los años”.
Aquel intento de futbolista se topará casi por casualidad con un deporte novedoso para su universo: el boxeo. Su padrastro lo llevará al mítico Salta Club a presenciar una velada de box. Aquella noche de 1985 cambiará por completo la vida del pequeño Víctor cuando observe en escena la pelea del Puma Arroyo, ícono del boxeo salteño de aquel entonces.
“Me impactó muchísimo, sobre todo la potencia que tenía el Puma, la manera en que definió la pelea. De ahí en más, por más que no me llevaran, iba solo. Inclusive, mientras estudiaba a la noche en la escuela técnica, pedía permiso para irme antes a ver al Puma o a Rubén Condorí”.
Luego de aquella noche reveladora, Víctor Hugo comienza a merodear el gimnasio del Salta Club con intenciones de comenzar su carrera. “Un día entro y un entrenador me dice ‘¿y vos, cuántos años tenés?’, le digo 16 y me responde ‘andá a tomar mucha sopa de pata, y cuando tengás polenta, volvé’, yo sentí que me habían echado, pero seguí yendo igual hasta que me vió otro entrenador, Lorenzo Tapia, y empecé a entrenar con él. Pasaron unos meses y un día, de la nada, me dice ‘pibe, ¿cómo se encuentra usted para debutar el viernes?’, y así empezó todo, a los tres meses ya estaba debutando en la categoría gallo contra Antonio Ávila, de Güemes. Fue empate aquella pelea”.
Los sueños grandes
Su debut profesional será un 31 de marzo de 1989, en Salta. Sin embargo, al poco tiempo cerrarán definitivamente las puertas del Salta club, uno de los pocos lugares que contenían la práctica del boxeo. "Nos vamos a entrenar a otros gimnasios, pero yo veía que la disciplina venía en declive”.
De manera coincidente con ese momento, le conseguirán una oportunidad inesperada. “Yo trabaja en el Emsatur, que tenía que ver con el turismo, y el vicepresidente de aquel lugar me ofrece ir a probar suerte a Buenos Aires, a entrenar en el Luna Park donde tenía de conocido a Tito Lectoure”. La oportunidad resultaba inmejorable a nivel profesional. Víctor armó el bolso y emprendió el viaje a la gran ciudad.
Una vez en Buenos Aires se instaló en un conventillo de Once, hogar que compartía con una abuelita de la vida, como el mismo la nombra. En la ciudad, le esperaban grandes desafíos y contrastes, también algunas desilusiones.
Y algo de todo esto ocurrió en su primer intento de pelea, “Se organizó en el Club Huracán y era televisada directo a Las Vegas”. Lo que sucedió es que había gente en Salta que no quería que yo pelee, así que mandaron un fax prohibiéndomelo, aunque yo no tenía contrato. Fue tanta la presión, que me bajaron. Estaba triste, porque no era solo la pelea, yo contaba con esa plata, la necesitaba. De pronto, aparece Osvaldo Príncipi y me dice ‘Paz, no te vayás, dame un segundo’, le habló al organizador del evento y le dijo que aunque no haya peleado, me tenían que pagar igual. Y así fue, siempre recuerdo ese gran gesto de Osvaldo”.
A partir de aquel día la carrera de Víctor Hugo "El Gauchito" Paz, será en franco ascenso. Pelea a pelea mostraba la solidez necesaria que lo convertiría, primero en campeón argentino y luego en campeón sudamericano. El boxeo salteño ocupaba las primeras planas gracias a sus actuaciones.
La noche del Delmi
Fanático de Sugar Ray Leonard, Víctor Hugo Paz llegaba a 1995 en inmejorables condiciones, contando en su haber con un título nacional y otro continental, ambos conseguidos en el Estadio Delmi de la capital salteña, el mismo escenario que lo verá ingresar la esperada noche del 21 de octubre de 1995.
Los diarios titulaban “Con gran éxito continúa la venta de entradas”, al tiempo que se comentaba la decisión de que las entradas tuvieran un valor accesible con el fin de colmar la capacidad del estadio capitalino. Las empresas de transporte urbano dispondrían colectivos para que los espectadores volvieran a sus hogares más allá de horario de finalización del evento. La fiesta estaba preparada.
“Cuando las agujas del reloj sentencien las 23, habrá llegado el momento de la gran posibilidad para el púgil salteño Víctor Hugo Paz, quien hoy, en el estadio polideportivo Delmi, se enfrentará al coreano Young Soo Choi, por el título mundial de los liviano juniors, versión Asociación Mundial de Boxeo”, relataba el diario El Tribuno.
“La fija era que ganaba, no solamente para nosotros, sino para todos. Tenía 50 peleas y una sola perdida, y el coreano tenía 16 peleas. Yo era favorito absoluto”, comenta Paz.
Sin embargo, la vida le tenía preparado un trago amargo en el momento menos esperado. Tan solo dos meses antes de la pelea, un evento de gran complejidad atravesó la historia familar de Víctor, situación que anímicamente lo dejó muy afectado. El público salteño y boxístico en general, poco o nada sabía de esto. Así y todo, había que subir al ring.
“La pelea había empezado bien, pero en el segundo round, el coreano me pega una piña tremenda en el hígado que me quitó pierna, me quitó aire, me quitó reacción, me quitó todo”, comienza el relato Paz, como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante. “Yo seguí peleando, y en uno de los rounds tendría que haber ganado por descalificación, porque me da una piña en los testículos. Caigo, y desde el rincón me gritaban ‘Quedate, quedate’, si yo me quedaba en el piso, era campeón del mundo porque lo iban a descalificar, pero me paré, al pedo, y seguí peleando”.
La tensión comenzaba a dar vueltas en el aire. Paz estaba solo frente al mundo, “Comencé a sentir el abucheo de la gente, el silbido, la reprobación porque no reaccionaba y eso me hizo muy mal, y ya está, ahí se había terminado la pelea, porque en vez de pensar como sacarla adelante, me importó más el que dirá la gente”.
La pelea será victoria para el coreano Young Soo Choi, quien se llevaba de Salta un inesperado título del mundo.
“Ya en el camarín me sacan la coquilla de protección, y tenía todo colorado, todo hinchado, sabés la puteada que me pegaron los que me acompañaban, me putearon feo, porque iba a ganar por descalificación, pero yo quería ganar bien, fue horrible”, rememora El Gauchito con una notoria pesadumbre por aquello que tan cerca estuvo y no pudo ser.
Cuando se apagan las luces
“Hasta que llegué a la pelea por el título del mundo, para mí era todo fácil, lo que yo necesitaba lo tenía al alcance, pero cuando estás en perdedor, ya no vuelve a ser lo mismo, la gente no te mira igual, entonces todo se pone cuesta arriba. Uno se da cuenta que es todo muy exitista”, reflexiona Víctor, quien luego de aquel momento vio caer el sueño, y volver, poco a poco, a recomponer su vida.
En este derrotero, un largo tiempo tuvo la posibilidad de ser sparring de la Hiena Barrios, con quien trabó una gran amistad. Luego retomó la actividad boxística con el objetivo de “ganarse unos mangos” y subsistir.
“Un día suena el teléfono y desde el otro lado me ofrecen ‘un laburito’, tenía que pelear nada más ni nada menos que contra el ‘Chino” Maidana’”, una figura en franco ascenso, justamente a contramano de lo que venía siendo la trayectoria de Paz.
La oportunidad ofrecía una tentadora bolsa a repartir, así que rápidamente el púgil salteño comenzó a ponerse en forma. Camino al gimnasio, su esposa e hijos le rogaban que no peleara más, le insistían que podía pasarle algo grave. Se negaban a dejarlo ir, inclusive, escondiéndole las llaves de su auto para que no concurriera al entrenamiento. Paz no iba a reparar en súplicas y llegaría al entrenamiento. Sin embargo, aquel día en el gimnasio sería revelador.
Haciendo “guantes” con Luis Abregú, un boxeador mucho más jóven, recibirá un certero golpe que replanteará su rumbo: “Me pegó un tremendo piñazo en la nariz, caí arrodillado, me lagrimeaban los ojos, me caía sangre. Cuando me levanto, escupo el bucal para poder hablar y le digo a Jaime, el entrenador, mostrándole los guantes, ‘sacame todo esto, hasta acá llegue’. Abregú venía a abrazarme y pedirme disculpas, y yo le decía, ‘al contrario, yo te tengo que agradecer’, porque me di cuenta en ese momento que las cosas ya no caminaban. Lo miro al entrenador y le digo de nuevo, 'hasta acá llegué, no quiero que me peguen más'. Él me beso la frente y acompañó mi decisión”.
Hoy Víctor Hugo “El Gauchito” Paz trabaja como ordenanza en la Ciudad Judicial. Todos lo aprecian, recibiendo día a día un cariño seguramente mucho más genuino que el recibido cuando las cosas marchaban bien arriba del ring.
“Yo pienso que me faltan un par de jugadores”, comenta entre risas, “en esa época con la platita que agarré, hoy no era un millonario, pero mínimo tenía que haber tenido una o dos casas, un buen pasar, por eso le digo a los pibes que recién comienzan, que se dediquen de lleno, que se cuiden, y que cuiden el mango, que piensen en lo que viene más adelante”.
Paradojas de la vida o no, El Gauchito, aquel que estuvo a un paso de ser campeón del mundo, reflexiona: “si volviera a nacer, no sería boxeador, me gustaría ser jugador de fútbol en Central Norte, el cuadro del que soy hincha”.
La disruptiva reflexión final quizás sea una metáfora del ciclo de la vida, que en su deseo, lo lleva nuevamente al momento juvenil, iniciático y alegre, cuando corriendo detrás de una pelota, aunque sea jugando muy pocos minutos en el partido, era realmente feliz.