Evo Morales celebra el triunfo electoral que le abre las puertas al cargo de Presidente de Bolivia. No parece haber apuro discursivo alguno para ese hombre que, con la emoción a flor de piel por los recuerdos de su infancia pobre y sus años de lucha sindical atravesándole la memoria, agradece el apoyo del electorado a lo que él llama “el proceso de cambio”. Mientras tanto, debajo del escenario, una multitud corea “Evo es del pueblo”. Pero el júbilo se interrumpe, montaje mediante, por registros cargados de urgencia de una brutal represión a la que le sigue, entre otras cosas, un jefe policial anunciando un motín, un militar de alto rango “sugiriéndole” al mandatario que renuncie, protestas reclamando el “fin de la dictadura” y una madre llorando a mares sobre el cadáver de su hijo.
Hay casi catorce años de diferencia entre aquella algarabía y la violencia desatada durante 2019, cuando distintos sectores de poder bolivianos, en asociación con organismos internacionales y gobiernos extranjeros, ensayaron un Golpe de Estado que empujó a Morales y a su vice, Álvaro García Linera, al exilio, así como también a una parte importante de la ciudadanía a las calles para reclamar por su líder. Tenían motivo para hacerlo: durante sus casi quince años de gobierno cambió de raíz las bases económicas, sociales y culturales sobre las que se apoyaba Bolivia, poniendo en el radar del Estado las necesidades básicas nunca cubiertas del grueso de la población.
La vida de ese hombre –desde sus inicios en el sindicalismo cocalero hasta su regreso a Bolivia luego de haber estado un año exiliado– es narrada por los realizadores Diego Briata y Santiago Vivacqua en el documental Seremos millones, que se exhibió el sábado por la noche en el marco de una proyección especial realizada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Tan especial fue, que hasta el mismísimo Morales estuvo en sala para presentar esta producción del Grupo Octubre y la empresa la brasileña Opera Mundi que cuenta con música original a cargo de León Gieco, Gustavo Santaolalla y Miss Bolivia.
Seremos millones propone dos viajes simultáneos. El más importante es el temporal, en tanto el relato retrotrae la acción hasta 1492 para ensayar un breve racconto de cómo era la vida en el altiplano antes del proceso colonialista basado en el extractivo de riquezas naturales y el intento de borrar toda huella de la cultura local iniciado por los españoles y continuado, ya en el siglo pasado, por los Estados Unidos. En una casilla de barro precaria de una de las localidades más aquejadas por ese modelo económico, Orinoca, el 26 de octubre de 1959 nació Evo Morales. Y allí vivió hasta la década de 1970, cuando partió hacia Chapare, sobre el trópico de Cochabamba, una región productora de las hojas de coca y, como tal, objetivo primordial de la DEA durante la “Guerra contra el narcotráfico” pergeñada por Ronald Reagan.
En ese contexto de violencia hacia el campesinado, y con las fuerzas armadas respondiendo a la agencia estadounidense, Morales fue ascendiendo peldaños en el sindicalismo, hasta llegar a la cima del organigrama como Presidente del Comité de Organización de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba. “Decidimos construir un instrumento político", cuenta Morales al momento de referirse a la creación del Movimiento al Socialismo que le permitiría alcanzar un lugar en la Cámara de Diputados como representante de Cochabamba. “Junto a él, llegamos por primera vez al Parlamento”, dice la voz en off. Lo dice así, usando la primera persona del plural, una decisión tanto narrativa cómo ética: Seremos millones es un documental que no se esconde detrás de esa falsedad llamada “objetividad”. Por el contrario, asume con orgullo su punto de vista equiparando esa voz en off con la de todos aquellos que encontraron en Morales una representante fiel a sus intereses.
La película continúa con la enumeración de los principales hitos de su gestión presidencial, al tiempo que muestra cómo desde las bambalinas empezaba a cocinarse el intento de desplazarlo. La derrota de Morales en el referéndum de 2016 para reformar la Constitución y habilitar los mandatos indefinidos fue el envión que necesitaban esos sectores para horadar al presidente, quien de todas formas hizo una maniobra legal para presentarse en 2019. El 20 de octubre se proclamó ganador; el 10 de noviembre renunció y debió exiliarse primero en México y luego en la Argentina.
Y allá arranca, entonces, el segundo viaje, el físico, y con eso el clímax de Seremos millones. Clímax con la forma del acompañamiento íntimo de las cámaras a Morales en el regreso a Bolivia más de un año después de haberse ido. La situación, claro, era distinta. El Gobierno de facto de Jeanine Áñez debía organizar las elecciones en mayo de 2020, pero por la pandemia fueron postergadas hasta octubre. Allí, se sabe, ganó Luis Arce, el candidato bendecido por Morales. Aquel chico que pasaba hambre en invierno porque la helada mataba la cosecha y en verano porque no llovía, el hombre que aunó tras de sí a múltiples grupos sociales marginados hasta su llegada, empezaba a volver a casa.