Con cinco películas por delante e igual cantidad por detrás, la Competencia Argentina del 37º Festival Internacional de Mar del Plata llega a su punto medio haciendo gala de la amplitud de formas y estilos que campean a lo largo y ancho del cine nacional. Si la sección comenzó el viernes con una clásica fábula de ascenso y descenso deportiva (Búfalo) y otra ficción frágil y delicada como las cartas que circulaban entre sus protagonistas (El amor vendrá como un incendio forestal), durante el fin de semana fue el turno de la apuesta a todo o nada por el humor absurdo de Hace mucho que no duermo, de Agustín Godoy, la melancólica crónica de un grupo de almas solitarias que lidian como pueden antes las adversidades citadinas de Sobre las nubes, de María Aparicio, y de la exploración de los pliegues de la amistad entre una reputada escritora y un excéntrico colega rumano-francés que propone la realizadora Jimena Repetto en Te prometo una larga amistad.
La comedia, se sabe, es un terreno que el grueso del cine argentino, quizás por el temita del prestigio, prefiere evitar. Mucho más el de la comedia surrealista, aquella imperada por la rotura de las lógicas y el carácter imprevisible de sus personajes. Pero así lo hace el debutante Agustín Godoy en Hace mucho que no duermo, titulo tomado de la frase con la que un muy atildado oficinista (Agustín Gagliardi) justifica nueve de cada diez cosas que le ocurren durante un trayecto narrativo que comienza apenas le cae –literalmente– un bolso cerrado con candado en los brazos. Reacciona como ante todo: con cara de nada, apelando a un registro de comicidad deadpan que permea toda la película. ¿Quién le tiró el bolso? Uno de los tantos eslabones de un “pasamanos” que abarca casi toda la Ciudad de Buenos Aires. Un recorrido que, entre otras postas, incluyó pases desde un auto a un transeúnte, de allí a una chica que andaba en bicicleta, de ella al pasajero de un colectivo….
El bolso opera como disparador para el núcleo central de un film que, a partir de allí, someterá a su patitieso protagonista, en compañía de una tarotista que le asegura que le esperan cosas grandes si logra quedárselo, a un enfrentamiento con distintos grupos interesados en el botín. Grupos que incluyen desde aquellos integrantes del pasamanos hasta unas monjas (¿?). Nada tiene mucho sentido en esta suerte de cruza de Monty Python (aunque sin su exuberancia ni mucho menos sus filos desaforados) con la anarquía del cartoon. Y está bien que así sea, pues Godoy se presenta como director que concibe al cine como un juego. Y, como tal, se divierte utilizando una amplia variedad de recursos humorísticos (¡el viejo y querido zoom como motivo cómico!) que entregan momentos graciosísimos. ¿Que la película se agota unos cuantos minutos antes del final? Es cierto. Tan cierto como reírse en una sala con una película argentina es una anomalía que Hace mucho que no duermo intenta corregir.
Los que no tienen muchos motivos para reírse son los protagonistas de Sobre las nubes, segundo largometraje de la cordobesa María Aparicio luego del notable documental Las calles y un puñado de cortos. Uno de esos cortos se llama Hombre bajo la lluvia y está centrado en un desocupado que va a una entrevista laboral para un trabajo en un call center. Mismo desocupado que ahora, en esta película premiada en el reciente Festival de Valdivia, aparece a cargo de su hija adolescente y formando parte de un mosaico urbano cuyas piezas tienen como preocupación común el trabajo. Ya sea su falta, el aburrimiento que genera (hay una enfermera de un hospital público que pone su lívido en un taller de teatro), la precarización que implica (el cocinero de un bar) o los desafíos y posibilidades (una joven que empieza a trabajar en una librería y a salir con un ex compañero al que acaba de reencontrarse).
Filmada, al igual que Hombre bajo la lluvia, en un blanco y negro que refuerza el carácter solitario y noctámbulo del relato, Sobre las nubes hace de la austeridad y la falta de subrayados dos normas éticas y estéticas que atraviesan de punta a punta los un tanto largos 146 minutos de metraje. Conviven múltiples elementos durante ese tiempo: desde un eclipse solar hasta referencias literarias, pasando por el teatro y las vísperas de las fiestas de fin de año. Y hay algo de fábula navideña en esta película que tiene como hilo conductor que une a los personajes a la ciudad de Córdoba. Una ciudad con hombres y mujeres con penas que pueden socavarse al calor de las relaciones humanas.
Tiene casi razón el catálogo cuando afirma que “la historia cultural argentina es pletórica de amistades curiosas y proyectos fallidos”. Lo de “casi” se debe a que, como bien aclara uno de los testimoniantes, no debe tomarse la parte por el todo pensando que la riqueza artística y la oferta cultural dentro de los límites porteños son equiparables a las que hay tierra adentro del país. Dicho esto, la “amistad curiosa” a la que alude es la que unió a Victoria Ocampo y el escritor rumano-francés Benjamin Fondane, quienes se conocieron en Europa y luego se reencontraron en la Argentina. El motivo de su llegada a estas pampas, a mediados de la década de 1930, fue el que se transformaría en el “proyecto fallido”: una película bautizada con el curiosísimo nombre de Tararira, que aparentemente era tan mala que fue prendida fuego por su productor. De allí, entonces, que no hayan quedado rastros de ella por fuera de algunas notas periodísticas en los diarios de la época.
Opera prima de Jimena Repetto, Te prometo una larga amistad funciona a partir de dos premisas: una investigación sobre aquel vínculo y los preparativos para el rodaje de una nunca concretada película sobre ella y cuya dupla protagónica será Laura Nevole y Alejandro Hener. La meta película es un vehículo para reflexionar e indagar sobre las motivaciones de Ocampo y Fondane para embarcarse en esa aventura, a la vez que excusa argumental para una investigación sobre ellos y la película fallida. Entre los pliegues, un viaje por la efervescencia artística porteña de las décadas de 1920 y 1930, con las vanguardias en el epicentro.
De esas vertientes, las más interesantes se vinculan con lo histórico, pues allí se abre ante los ojos del espectador un universo tan desconocido como curioso (el Fondane original era un personaje de aquellos). La otra no va mucho más allá de algunas disquisiciones artísticas, recreaciones de situaciones, las dudas de la actriz sobre “para qué ser Victoria Ocampo hoy” y un par de escenas improvisadas con transeúntes marplatenses. Escenas notables por su frescura, lo contrario a lo que ocurre cuando el dispositivo cinematográfico está en el centro de la escena por el solo hecho de estarlo.